En su trabajo asistía a reuniones de los grupos anarquistas conformados por obreros, y por medio de ellos llegó a conocer directamente a Manuel González Prada, acercándose a él desde un interés más literario que político. Manuel González Prada representaba una corriente de pensamiento en el ámbito nacional que denunciaba la incapacidad y corrupción de la oligarquía, reflejaba la exclusión de las masas indígenas y su problemática económica y social, hacía un llamado a una nueva generación, y con las nacientes luchas obreras, incursionó el anarquismo en el Perú. Por medio de su hijo, Alfredo González, Mariátegui accedió a la biblioteca del maestro y a través de ella estimuló su intelecto. En casa de los González conoció a lo más representativo de las letras del Perú.
A sus 16 años, por una recomendación de su doctor al director de La Prensa, Alberto Ulloa Cisneros, al ser políticamente copartidarios en oposición a Leguía, quien fue primer magistrado de 1908 a 1912, Mariátegui pudo desempeñar otro trabajo en el periódico que le exigía menos físicamente: fue el encargado de recoger los originales en las casas de los autores y llevarlos al periódico para su compilación. Con la complicidad de su nueva función, pasó clandestinamente un artículo que fue publicado y por el cual además fue duramente reprimido; sin embargo, abrió la posibilidad para que, en 1911, bajo el seudónimo de Juan Croniqueur, presentara un artículo formalmente y fuera incluido en la edición. Desde este momento fue ascendido a cronista en reemplazo de su maestro en dicho oficio, Hermilio Valdizán.
El periódico y las tertulias literarias fueron su escuela, siendo, además, la meditación y el refugio en conventos una de sus actividades permanentes en dicha etapa de su vida. Dentro del contexto nacional también existían capas sociales influenciadas por el positivismo liberal con tendencia modernizante, que querían adecuar el país de la mejor manera para el desarrollo del capitalismo, a las cuales pertenecían políticos como Guillermo Billinghurst. Bajo el apoyo que dio La Prensa a la candidatura presidencial de Billinghurst, conoció en 1912 a Valdelomar, dirigente estudiantil con grandes cualidades literarias, quien fue enviado a Italia en tareas diplomáticas después de la victoria electoral, país donde también residía Valdizán, manteniendo Mariátegui correspondencia con ambos, lo cual lo puso en contacto con la realidad de este país.
Para 1913, Mariátegui colaboraba con notas sociales en revistas como Mundo Limeño y Lulú, se interrogaba por lo culto y la belleza aristocrática, lo cual chocó en 1914 cuando a sus 20 años se convirtió en cronista parlamentario, oficio desde el cual se burlaba del gobierno de José Pardo, quien asumió el poder presidencial en este año después de que Billinghurst fuera tumbado por un golpe militar dirigido por Benavides. Su choque entre notas políticas y notas sociales se hacía más profundo; mientras que, por un lado, rendía culto al ambiente aristocrático peruano asimilándolo como lo culto, por el otro, desde un punto de vista literario y político, se inclinaba por las corrientes antiacademicistas y antitradicionalistas, afín con una voluntad renovadora.
En un ambiente influenciado por Rubén Darío y Enrique Rodó, perfeccionando su oficio de la crónica, se volvió famoso con su seudónimo a los 21 años. Se sumó en 1916 al movimiento Colonida, que como agrupación literaria seguía a González Prada, tenía un afán reformista y reaccionaba contra la oligarquía y su academicismo, despreciaba la política y la cultura colonial, desafiando todo lo que se consideraba culto.
Mariátegui ganó un premio en Lima con la crónica La procesión del Señor de los Milagros, asumió la dirección de la revista de notas sociales El Truf, y junto con Valdelomar, que había regresado al Perú después del golpe militar de 1914, publicó el drama histórico La mariscala. Además, tuvo la intención de publicar, bajo el título de Tristezas, los poemas decadentistas, intimistas y esteticistas que había escrito hasta entonces.
Desarrolló una especial amistad con César Falcón, periodista políticamente de izquierda, con el que renunció a La Prensa cuando esta decidió apoyar al gobierno de Pardo, y juntos entraron a trabajar en el recién creado periódico de oposición leguista El Tiempo. Mariátegui dio paso a la creación de su columna “Voces”, que tenía por objeto comentar la política peruana, y por medio de la cual su interés por este campo se agudizó y le permitió adentrarse en el mundo de los subalternos conociendo a los parlamentarios socialistas y a dirigentes estudiantiles y obreros.
Reportando las luchas de los obreros por la jornada de trabajo de ocho horas y adentrándose de esta manera en la función de intelectual orgánico, organizó, junto con unos compañeros, una presentación de la bailarina Norka Rouskaya en el cementerio, espectáculo que los círculos aristocráticos sin diferenciar una profanación de un evento artístico cuestionaron duramente, razón por la cual Mariátegui desarrolló una decepción con respecto a la cultura aristocrática, objeto de sus notas sociales en El Truf, y una afinidad mayor por los sectores populares que lo respaldaban. Para 1918, Falcón y Mariátegui intimaron con Víctor Maúrtua, diputado de filiación socialista, quien empezó a hacer las veces de guía ideológico de los jóvenes periodistas, a los que presentó la revista España, dirigida por Luis Araquistaín, y comenzó a enseñarles a Marx y a Sorel; por medio de aquel, Mariátegui empezó a introducirse en el pensamiento socialista y revolucionario.
Los vientos del triunfo de la Revolución rusa llegaban a América, la exigencia de religiosidad que expresaban las ideas socialistas de Sorel provocaba una identidad en Mariátegui que le hacía enfocar en esa dirección la profunda fe que había cultivado desde niño, y que, por lo mismo, se distanciaba de la irreligiosidad promulgada por el anarquismo de González Prada. Es por esta razón que junto con Falcón se vincularon a la construcción de un Comité de Propaganda Socialista, Mariátegui convirtiéndose en un ensayista, y desde El Tiempo expresaron su solidaridad con las luchas obreras y estudiantiles, estas últimas por la reforma universitaria.
Mariátegui y Falcón asistían a las tertulias de los obreros en los barrios populares, allí conoció a Victoria Ferrer, madre de su primera hija. En 1918, sacaron una revista titulada Nuestra Época, en la que publicaban sus opiniones sin las censuras que, de todas formas, sufrían en El Tiempo. Después, Mariátegui, que ya se había distanciado de las revistas El Truf y Lulú, renunció en Nuestra Época al seudónimo de Juan Croniqueur. Sin embargo, tras la segunda publicación, fue impedida a esta revista una nueva edición por los contenidos políticamente críticos que expresaba.
Esta censura se debe al episodio que se presentó debido a la publicación del artículo “El deber del Ejército y el deber del Estado”, de Mariátegui, y por culpa de la solidaridad expresada a las luchas sociales desde El Tiempo, el Gobierno censuró el periódico, el director culpó a los jóvenes periodistas (Mariátegui y Falcón), presentando estos su renuncia en 1919, con la intención de sacar un vocero independiente en el que no pudieran ser censurados y pudieran acompañar y estimular la lucha revolucionaria. El Comité de Propaganda Socialista decidió apoyar el ambiente patriotero que se desató debido a la agresión a comunidades peruanas por parte del Gobierno de Chile, razón por la cual los jóvenes en oposición definieron renunciar bajo la acusación que se les hizo de anarquistas por no sumarse a la posición oficial del Comité, inspirado más que todo en sus definiciones por las orientaciones de la Segunda Internacional.
En 1919, con la instalación de un comité proabaratamiento de la subsistencia en el Perú, por medio de préstamos y de la indemnización por la salida de El Tiempo, Mariátegui y Falcón, para hacer seguimiento al movimiento, lograron sacar el primer número (el 14 de mayo) de un periódico denominado La Razón. Desde La Razón acompañaron las huelgas obreras y luchas estudiantiles sin precedentes que se realizaron contra Pardo y contra Leguía, una vez que este último, a pesar de haber ganado las elecciones, asumió la presidencia por medio de un golpe de Estado.
Terminada la Primera Guerra Mundial, la fracción de la burguesía peruana más proimperialista y menos señorial, encabezada por Augusto Leguía, tomó la iniciativa y en 1919 se hizo a la presidencia, el Partido