Ahora bien, la primera necesidad es un método de gradación. Hay un sinfín de novelas que jamás tendrían siquiera que mencionarse; imagínense, por ejemplo, los efectos perniciosísimos que sobre la crítica tendría el reseñar solemnemente cada novela por entregas que se publica en Peg’s Paper. Pero es que incluso las que vale la pena mencionar pertenecen a categorías muy distintas. Raffles es un buen libro, y también lo son La isla del doctor Moreau, y La cartuja de Parma, y Macbeth, pero son “buenos” a niveles muy distintos. Del mismo modo, Si llega el invierno y El bienamado y Un socialista asocial y Sir Lancelot Greaves son libros malos, pero a niveles distintos de “maldad”.7 Ésta es la realidad que el destajista de la reseña se ha especializado en difuminar del todo. Tendría que ser viable idear un sistema, tal vez un sistema muy rígido, que clasificase las novelas por clases A, B, C, etcétera, de modo que si un reseñista alaba o desdeña una novela, uno al menos sepa en qué medida pretende que se le tome en serio. En cuanto a los reseñistas, tendrían que ser personas a las que de veras les importase el arte de la novela (y eso probablemente significa no que sean de la alta cultura, ni de la baja cultura, ni de la cultura media, sino de cultura elástica), personas interesadas en la técnica narrativa y aún más interesadas en descubrir de qué trata un libro. Son muy numerosas las personas de tales características; algunos de los peores reseñistas, aunque ahora no tengan remedio, empezaron siendo así, como bien se ve echando un vistazo a sus primeros trabajos. Por cierto, sería buena cosa si los aficionados hicieran más reseñas de novelas. Un hombre que no es un escritor hecho y derecho, sino que simplemente ha leído un libro que le ha impresionado hondamente, tiene más posibilidades de contarnos de qué trata que un profesional competente, pero sumamente aburrido. Por eso las reseñas norteamericanas, a pesar de sus estupideces, son mejores que las inglesas: son más de aficionados, es decir, más serias.
Creo que, del modo en que he indicado, el prestigio de la novela podría recuperarse. La mayor de las necesidades sigue siendo la de un periódico o una revista que se mantenga al tanto de la ficción actual y que sin embargo se niegue a rebajar sus criterios. Tendría que ser un periódico poco conocido, pues los editores no se anunciarían en él; por otra parte, cuando hubieran descubierto que en un medio como ése hay elogios que son elogios de verdad, estarían más que dispuestos a citarlo en sus textos promocionales. Aun cuando fuera un periódico muy poco conocido, probablemente provocaría una mejora del nivel general de las reseñas, pues las paparruchas de los dominicales sólo se siguen publicando porque no hay con qué contrastarlas. Pero aun si los reseñistas siguieran exactamente igual que hasta ahora, no importaría tanto, al menos mientras también existiera una manera decente de reseñar y de recordar a unas cuantas personas que los cerebros más serios todavía pueden ocuparse de la novela. Así como el Señor prometió que no destruiría Sodoma si se pudiera encontrar en la ciudad a diez hombres de probada rectitud, la novela no será completamente despreciada mientras se sepa que en algún lugar hay siquiera un puñado de reseñistas que se han quitado el pelo de la dehesa.
En la actualidad, si a uno le importan las novelas, y todavía más si se dedica a escribirlas, el panorama es sumamente deprimente. La palabra “novela” suscita las palabras “genialidad”, “contracubierta” y “Ralph Strauss” de un modo tan automático como “pollo” suscita “asado”. Las personas inteligentes rehuyen las novelas de un modo casi instintivo; a resultas de ello, los novelistas establecidos se vienen abajo, y los principiantes que “tienen algo que decir” se pasan de manera preferente a cualquier otro género. La degradación subsiguiente es obvia. Mírense, por ejemplo, las noveluchas de cuatro peniques que se ven apiladas en el mostrador de cualquier papelería de barrio. Ésa es la descendencia decadente de la novela, que guarda con Manon Lescaut y con David Copperfield la misma relación que el perrillo faldero guarda con el lobo. Es harto probable que antes de que pase mucho tiempo la novela media no se distinga demasiado de esas noveluchas, aunque sin duda siga publicándose con una encuadernación de a siete y a seis peniques, con grandes fanfarrias por parte de los editores. Varias personas han profetizado que la novela está condenada a desaparecer en el futuro próximo. Yo no creo que llegue a desaparecer, por razones que sería largo detallar pero que son bastante evidentes. Es mucho más probable que, si los mejores cerebros de la literatura no se dejan inducir a regresar a ella, sobreviva de una manera superficial, despreciada, sin esperanza, en una forma degenerada, como lápidas modernas o espectáculos de polichinela.
New English Weekly, 12 y 19 de noviembre de 1936
Semanarios juveniles
Nunca se puede adentrar uno lo suficiente por un barrio empobrecido de cualquier gran ciudad sin toparse con una pequeña papelería o quiosco. La apariencia en general de estas tiendecitas es casi siempre la misma: fuera, unos cuantos carteles anuncian el Daily Mail y el News of the World; hay un escaparate cochambroso, con refrescos y paquetes de Players, y el interior es oscuro, huele a regaliz y a golosinas, y está festoneado del suelo al techo con semanarios de una pésima calidad de impresión que se venden a dos peniques, la mayor parte con chillonas ilustraciones de cubierta a tres tintas.
Con la excepción de los diarios matinales y vespertinos, las existencias de género en estas tiendas casi nunca se solapan con las de los grandes quioscos. Su principal línea de venta es la de los semanarios a dos peniques, que presentan una cantidad y una variedad punto menos que increíble. Todas las aficiones y pasatiempos –pájaros enjaulados, calado y marquetería, carpintería, apicultura, palomas mensajeras, filatelia, ajedrez– cuentan al menos con un semanario dedicado a sus asuntos, pero es corriente que haya varios. La jardinería, la ganadería, la horticultura y los animales domésticos cuentan al menos con una veintena de revistas. Luego están los periódicos deportivos, los periódicos con la programación de la radio, los tebeos infantiles, los periódicos de cotilleos como Tit-Bits, la amplia gama de revistas y periódicos dedicados al cine, que explotan en mayor o menor medida las piernas de las mujeres, las diversas revistas gremiales, las revistas con novelas para mujeres (Oracle, Secrets, Peg’s Paper, etc., etcétera), las revistas de ganchillo y punto de cruz –son tan numerosas que ocuparían por sí solas todo el escaparate–, y la muy larga serie de “revistas americanas” (Fight Stories, Action Stories, Western Short Stories, etcétera), que se importan en pésimas condiciones de los Estados Unidos y se venden a dos o tres peniques a lo sumo. Y los periódicos propiamente dichos imprimen también novelitas a cuatro peniques: las novelas de Aldine Boxing, la Biblioteca de Amigos del Muchacho, la Biblioteca de las Niñas y muchas más.
Es probable que toco lo que contienen estas tiendas de barrio sea el mejor indicio de que disponemos acerca de lo que siente y piensa la gran masa de la población inglesa. Desde luego, no existe nada ni la mitad de revelador en forma de documento. Las novelas que más se venden, por ejemplo, dicen mucho, pero es que la novela está destinada de manera casi exclusiva a un público que se encuentra por encima del nivel salarial de las cuatro libras por semana. Las películas son probablemente una guía mucho menos fidedigna sobre el gusto popular, porque la industria cinematográfica es prácticamente un monopolio, lo cual implica que no se vea en la obligación de estudiar atentamente a su público. Lo mismo cabe decir en cierta medida de los periódicos diarios y de la mayor parte de la radio. No es éste el caso de los semanarios de circulación bastante reducida y temática especializada. Periódicos como Exchange and Mart [Cambio y mercado], por ejemplo, o Cage-birds [Aves enjauladas], o el Oracle, el Prediction o el Matrimonial Times, existen única y exclusivamente porque hay una demanda de ellos, y por eso reflejan la mentalidad de sus lectores de una manera que un gran diario de circulación nacional, con millones de lectores, no podría reflejar.
Aquí tan sólo me ocuparé de una serie de periódicos, los semanarios juveniles de dos peniques, a menudo descritos, bien que con gran inexactitud, como “tostones de a penique”. Estrictamente dentro de esta clase figuran al menos diez publicaciones: Gem, Magnet, Modern Boy, Triumph y Champion, de las que es propietaria la firma Amalgamated Press, y Wizard, Rover, Skipper, Hotspur y Adventure, que pertenecen a D. C. Thomson & Co. Desconozco qué circulación alcanzan estas publicaciones. Los directores y propietarios se niegan a dar ninguna cifra. En cualquier caso, la circulación de una publicación que