En cada era sólo una minoría de israelitas tomó en serio la obediencia al pacto, mientras el resto, aunque bajo el pacto de Dios nacional y nominalmente, no estuvo en relación de pacto con él personalmente. Pero siempre había algunos, un remanente, que vivió, trabajó, y a menudo sufrió pérdida, en fe leal, confiando en las promesas de Dios, adorando y orando, y practicando el amor al prójimo, moralidad de pacto conforme a la Ley, y compañerismo para apoyarse mutuamente. No llamar a este remanente fiel la iglesia del Antiguo Testamento, cuando sus miembros se relacionaron con Dios precisamente como los cristianos se relacionan con él y estuvieron constantemente haciendo juntos lo que la comunidad cristiana hace, sería realmente extraño.
Parece, entonces, que en el Antiguo Testamento somos confrontados con dos cosas juntas. Una es la realidad de verdadera y falsa religión entre el pueblo oficial del pacto, la comunidad que hoy podríamos llamar la iglesia visible. La diferencia aquí entre ahora y entonces parcialmente tenía que ver con el conocimiento y parcialmente con la experiencia. El fiel de los tiempos del Antiguo Testamento no sabía tanto acerca de Cristo a quien ellos esperaban como los cristianos del Nuevo Testamento saben ahora que Cristo ha venido; tampoco los santos del Antiguo Testamento experimentaron tanto del poder de transformación moral en sus vidas como los cristianos han conocido desde el derramamiento pentecostal del Espíritu. Pero fe, arrepentimiento, tentación, amor, duda, incredulidad, alabanza, oración, orgullo, gratitud, reincidencia, paciencia, pureza de corazón, auto control, celo por Dios -en breve, todas las virtudes que pertenecen a la piedad, y todos los vicios que componen la irreligiosidad, eran en esencia los mismos en tiempos del Antiguo Testamento que las del Nuevo, y el Antiguo Testamento contiene profunda enseñanza acerca de ellas. Al mismo tiempo (y esta es la segunda cosa que encontramos), gran parte del orden de pacto que Dios estableció para Israel a través de Moisés era típica y temporal; impuesta por Dios por razones educativas hasta que Cristo viniera, ahora ya no se aplica a nadie. El Nuevo Testamento nos dice que lo que pertenece a esta última categoría, y la lección es una que los lectores cristianos del Antiguo Testamento absolutamente deben aprender.
Tipo y Antitipo
Para ser específico, entonces: un tipo en las Escrituras (tupos en griego, que originalmente significa una grabación o una impresión que iguala) es un acontecimiento, institución, lugar, objeto, oficio o persona en función que modela una realidad más grande que en algún sentido es de la misma clase y debe aparecer en la etapa de la historia en un punto subsiguiente. Esta realidad más grande se conoce como antitipo. El término “tipo” es tomado de Romanos 5:14, donde Adán es llamado un tupos (“modelo”) de Cristo, el que había de venir. “Antitipo” viene de 1 de Pedro 3:21, donde el bautismo, entendido no simplemente como una aplicación de agua sobre el cuerpo sino también, y esencialmente, como una fe activa en Dios, es llamado el Antitypo que la preservación de Noé a través de las aguas del diluvio al entrar en el arca ha prefigurado.
Un tipo establece un marco para interpretar la realidad más grande cuando aparece, y entretanto, simplemente por existir, inculca el principio del cual la realidad más grande será en realidad el ejemplo supremo. Cuando la realidad más grande arriba, se convierte en el factor decisivo en su propio campo; en una manera u otra trasciende y rebasa el tipo. En términos espaciotiempo, el tipo es desde entonces una cosa del pasado, no más determinativo de lo que debe hacerse o de lo que ocurrirá. El registro bíblico de ello, sin embargo, es de valor permanente como conceptos y categorías provistos para el entendimiento del antitipo. La tipología por tanto llega a ser una clase de manual de conversación para usar en teología.
En la Biblia aparecen muchos tipos, pero los importantes para interpretar el libro de Nehemías son tres.
Primero: bajo la dispensación mosaica del pacto de Dios, la dispensación que la carta a los Hebreos llama “la anterior” y “la primera” y la declara “obsoleta” a partir de la venida de Cristo (Hb. 7:18; 8:7, 13; 9:1), la comunión de pacto con el santo Dios de Israel se mantenía a la luz de los constantes pecados de Israel mediante y un sistema típico de sacrificios administrado por un sacerdocio típico en un santuario que tipificaba la presencia inmediata de Dios. El ministerio y la mediación sacerdotal de Jesucristo, su sacrificio definitivo e incesante intercesión, sobrepasa todo esto, como Hebreos 7-10 deja en claro. En el día de Nehemías, sin embargo, el camino prescrito para tener comunión con Dios era la obediente ofrenda de un paquete de sacrificios, y sin esto no podía esperarse el favor de Dios.
Segundo, bajo el antiguo pacto a Israel se le dio una tierra, Palestina, con promesas de prosperidad y protección por la fidelidad, advertencias de empobrecimiento y expulsión por infidelidad, e insinuaciones de que podría haber restauración después del juicio disciplinario si prevalecía la penitencia. La tierra era un tipo de “una mejor patria...” (Hb. 11:16), un país que no debe definirse geográficamente sino relacionalmente, en términos de comunión con Cristo y su pueblo y de goce de las cosas buenas que él da a quienes confían en él y le sirven. En el tiempo de Nehemías, sin embargo, la tierra era el lugar señalado de bendición, la bendición que fue prometida centrada en la libertad de pobreza y la renovación de vida entre el lánguido pueblo de Dios involucraba el regreso a la tierra del exilio y el reclamo de la tierra del control pagano.
Tercero, bajo el antiguo pacto Jerusalén, la ciudad de David y el templo de Salomón, fue reconocida como el lugar donde Dios había escogido “poner su nombre.” (Dt. 12:21, 11) -es decir, el centro de adoración señalado para Israel, donde debían ofrecerse los sacrificios, mantenerse la adoración ceremonial, y buscar y disfrutar la presencia de Dios. Bajo el nuevo pacto, hallamos que el pueblo que Dios posee en Cristo constituye su templo (Ef. 2:1922), y su presencia para bendecir puede ser disfrutada dondequiera que sus siervos le invoquen a través de Cristo, o invoquen a Cristo, como vice regente de Dios (Heb. 4:15-16; 10:19-22), mientras “Jerusalén” y “Sion” han llegado a ser nombres para una comunidad que no es de este mundo (Gál. 4:26; Heb. 12:22; Ap. 3:12; 21:2, 10), una comunidad que ahora se revela como el antitipo del cual la Jerusalén terrenal era el tipo. En el tiempo de Nehemías, sin embargo, era categóricamente necesario, porque había sido prescrito divinamente, que Dios debía ser adorado en Jerusalén -lo que significaba que Jerusalén necesitaba estar en una condición en la cual pudiera honrarlo públicamente como se debía.
El libro de Nehemías
Estamos ahora equipados para sintonizar el libro de Nehemías y entender de qué trata.
Es parte de un par, porque Esdras y Nehemías claramente van juntos; y es parte de un paquete, porque Esdras y Nehemías claramente constituyen una secuencia de los libros de Crónicas. El cronista revisa la historia de Israel desde David hasta el exilio con un enfoque en el templo y en la adoración y la vida espiritual de los reyes, los sacerdotes y el pueblo. Esdras y Nehemías mantienen este enfoque. Nehemías 1-7 y 13 se leen como extractos del diario de Nehemías, y los capítuls 8-12 se leen como registros oficiales que Nehemías escribió en esta narración cuando, tal vez como una tarea de jubilación (él era un político, después de todo, aparte de cualquier otra cosa), él preparó sus memorias para publicarlas. El capítulo 13 como está perdería mucho de su propósito si los capítulos 8-12 no estuvieran allí, como veremos.
La historia que relata Nehemías es fascinante. Trata de la reedificación de los muros de Jerusalén (caps. 1-6), la renovación de la adoración en Jerusalén (caps. 8-10), la repoblación de las calles de Jerusalén (caps. 11-12), y finalmente la reanudación de la renovación de Jerusalén, la que lamentablemente con el paso de los años había perdido calor (cap. 13). De modo que es al mismo tiempo la historia de la edificación literal de Jerusalén (el tipo), es decir