La Palabra y el Espíritu
¿Por qué medios el Salvador edifica su iglesia? Es decir, ¿cómo produce los cambios en las personas que las une de manera cada vez más profunda al equipo de creyentes activos que adora y sirve, cuyo nombre bíblico es “iglesia”? La respuesta es: mediante su Palabra (en el sentido más amplio, la Biblia; en un enfoque más agudo, el evangelio), y mediante su Espíritu, cuyo papel en esta conexión es hacer que el significado y la aplicación de la Palabra sea claro y personal. Palabra y Espíritu juntos, el Espíritu interpretando y evocando una respuesta, son los medios por los que la obra de Cristo de edificar la iglesia se lleva adelante.
Pablo en Efesios retrata este proceso como crecimiento de la iglesia. Habiendo explicado que Cristo da siervos dotados a la iglesia “para equipar a los santos...,” él afirma que por este medio debemos “crecer.” (Ef. 4:12-16). Así Cristo “Jesús mismo la piedra angular, en él todo el edificio, bien armado, se va levantando para llegar a ser un templo santo en el Señor” (Ef. 2:20-21).
A la luz del cuadro paulino de la iglesia que crece como lo hace un cuerpo y como un edificio crece mediante el proceso de ser erigido, parece lamentable que la frase “crecimiento de la iglesia” deba hoy día usarse exclusivamente, como parece ser, para la expansión numérica, cuando la idea del Nuevo Testamento expresada por esta frase no es avance cuantitativo sino cualitativo. Siempre es más sabio usar la fraseología bíblica en su sentido bíblico, y estos textos dejan en claro que el crecimiento de la iglesia que Pablo tenía en mente no tiene que ver con reclutas añadidos a la comunidad (él tenía otras palabras para ello), sino de la comunidad siendo preparada para su destino mediante el poder transformador de la verdad enseñada por el Espíritu.
La perspectiva de Pablo de Palabra y Espíritu en relación con el destino de la iglesia aparece también en su discurso de despedida a los ancianos de Éfeso, como lo registra Lucas en Hechos 20:17-35. Un vistazo a este pasaje confirmará lo que venimos diciendo.
Pablo habla primero de su ministerio de la Palabra. “A judíos y a griegos les he instado a convertirse a Dios y creer en nuestro Señor Jesús” (v 21). “he andado predicando el reino de Dios” (v 25). “Sin vacilar les he proclamado todo el propósito de Dios” (v. 27). Luego él habla de la iglesia, y lo hace en una manera que muestra que para él la iglesia es central en el propósito de Dios. Es “la iglesia de Dios que él adquirió con su propia sangre” (v. 28); es el rebaño de Dios, amenazado por lobos (maestros del error), y necesitado por tanto del máximo de fidelidad vigilante de sus mencionados guardianes. Él se refiere, notablemente, al Espíritu Santo como el que ha puesto a los ancianos como “obispos para pastorear la iglesia” (v. 28); lo que quiere decir es que el Espíritu Santo mismo supervisó el proceso de su selección y nombramiento, y la implicación es que si ahora buscan su ayuda para cumplir con sus responsabilidades la recibirán. Y concluye: “Ahora los encomiendo a Dios y al mensaje de su gracia, mensaje que tiene poder para edificarlos y darles herencia entre los santificados” (v. 32).
“Edificar” es la misma palabra griega como en Mateo 16:18, y aquí también, como en realidad a través del Nuevo Testamento, tiene un marco corporativo de referencia. “Edificaré mi iglesia,” dice Jesús; y “las palabras de su gracia...,” dice Pablo. La edificación de individuos es el descenso del individualismo, porque es precisamente la edificación de ellos en la red comunal llamada iglesia. La Palabra, ministrada, memorizada y masticada mediante la meditación, tiene poder para darse cuenta la edificación (“ejercicio de poder” es la fuerza del griego para “puede” en el versículo 32) mediante la agencia del Espíritu Santo. Y dentro de la iglesia en la tierra este proceso de edificar -o edificación interior, como podemos considerarla de igual manera cuando nos concentramos en las personas que son su objeto- dura todo el tiempo. Jesús edifica su iglesia, de acuerdo a su Palabra.
La iglesia del Antiguo Testamento
Ahora surge una pregunta que los estudiosos de la Biblia hacen. Jesús habló de su tarea de edificar la iglesia como futura: “edificaré...” Toda la enseñanza del Nuevo Testamento acerca de la iglesia se centra en Cristo; su venida, muerte, resurrección, ascensión al trono y derramamiento del Espíritu. ¿Comenzó la iglesia que el encarnado Hijo de Dios actualmente edifica, durante su ministerio histórico, o estaba Dios edificando una iglesia en la manera descrita en los tiempos del Antiguo Testamento? La respuesta es sí y no, dependiendo del ángulo desde donde se plantee la cuestión.
Si su perspectiva es estrictamente histórica, si, es decir, usted pregunta sobre la aparición en la tierra de una comunidad que reconoce a Jesús como el Cristo, entonces la pregunta se responde a sí misma: obviamente no podía haber una comunidad de seguidores de Cristo hasta que Cristo estuviera allí para ser seguido, tampoco podía la plena bendición de Pentecostés ser disfrutada hasta que el derramamiento pentecostal del Espíritu Santo hubiera sucedido. La iglesia del Nuevo Testamento es la iglesia de Cristo y el Espíritu; así que, históricamente hablando, la declaración frecuentemente escuchada de que la iglesia comenzó en Pentecostés debe ser verdadera.
Si, en cambio, su perspectiva es teológica a la vez que histórica -si, es decir, usted pregunta acerca de la relación de Dios con diferentes individuos y grupos en diferente tiempo- la respuesta a la pregunta entonces tiene más que lo que se acaba de decir, y se hace claro al revisar la información relevante que es más engañoso negar la realidad de una iglesia del Antiguo Testamento que afirmar su existencia.
Los escritores del Nuevo Testamento nos enseñan a leer el Antiguo Testamento como un testimonio histórico a una era preparatoria en la cual bajo Dios todo estaba preparando hacia la venida del Mesías, quien establecería el nuevo orden del reino de Dios en este mundo desordenado. Pero a lo largo de esta era, desde el comienzo, Dios ha estado dando a conocer su pacto de gracia por medio del cual dice a los humanos: “Yo, tu hacedor, soy tu Dios que te guía y dirige; tú eres mi pueblo, y cada uno de ustedes me pertenece, para honrarme y servirme.” La relación de Dios con Adán y Eva en Edén fue de pacto en este sentido, y cuando Dios siguió manteniendo la relación y atrayendo personas a su aceptación del mismo a pesar de su estado caído, se siguió revelando en la práctica como un pacto de gracia. “Yo, tu hacedor contra quien has pecado, no obstante me declaro tu Dios...” “Tu Dios” significa Dios que se preocupa por ti y está ocupado en bendecirte hasta el límite de sus soberanas habilidades, en otras palabras, de manera ilimitada. Dentro del pacto, como la dimensión Rey y súbditos sugiere, hay una privación disciplinaria y castigo por la infidelidad; aunque la relación en sí tiene la intención de bendecir y enriquecer.
Se ha dicho con verdad que la religión bíblica es una religión de pacto, y el Antiguo Testamento no menos que en el Nuevo, y que en ambos testamentos la verdadera religión -la religión de pacto- es un asunto de pronombres personales: es decir, de seres humanos capaces de decir “mi Dios” en el conocimiento que Dios dice de y a cada uno de ellos: “mi persona-mi siervo-mi hijo-mi socio de pacto.” Cada “mi” aquí es lenguaje de pacto. También se dice que la iglesia del Nuevo Testamento es la comunidad del Dios del pacto, lo que hace al menos natural hablar de la comunidad del pacto de Dios en los tiempos del Antiguo Testamento como la iglesia antes de Cristo. Pero al decir esto nos adelantamos; necesitamos por un momento retroceder.
¿Quién está en pacto con Dios? Respuesta: aquellos que activamente aceptan la relación de pacto que él les extiende