Al escuchar esto, Nehemías dedica sus horas libres por varios días haciendo duelo, en ayuno, llorando y en oración; al parecer buscando que Dios le mostrara por qué orar específicamente (un paso constantemente necesario, sea dicho, en la práctica de la intercesión) (1:3-4). “Entonces” con su mente clara al fin y su petición formada y enfocada, presenta ante Dios la petición que el Espíritu de Dios le ha ayudado a poner en orden (1:5-11). Y en esta petición su solidaridad con los judíos de Jerusalén no tiene calificativo y es completa. “Confieso los pecados de los hijos de Israel que hemos cometido contra ti; sí, yo y la casa de mi padre hemos pecado. En extremo nos hemos corrompido contra ti, y no hemos guardado los mandamientos, estatutos y preceptos que diste a Moisés tu siervo” (1:6-7). Reconoce la solidaridad (hemos, no solo han) por sabiendo que así es como Dios lo mira. Así que acepta una parte en la culpa del pueblo que ahora está siendo juzgado, y en esto, también, es un modelo para nosotros.
La solidaridad como envolvimiento comunal de acuerdo con la Biblia -la solidaridad de la familia, la nación y la iglesia- es algo que no entendemos bien. La cultura occidental enseña nos enseña a tratarnos como individuos aislados y disculparnos por no aceptar ser solidarios con algún grupo, especialmente cuando la solidaridad es de mala fama. John White relata una historia encantadora para ilustrar nuestra actitud.
Como estudiante de medicina una vez perdí una clase práctica sobre enfermedades venéreas. Por ello tuve que acudir a la clínica de enfermedades venéreas solo una noche en una hora cuando normalmente los estudiantes no asisten. Al entrar al edificio un enfermero a quien no conocía me encontró. Había fila de hombres esperaba el tratamiento. “Quiero ver al doctor,” dije.
“Eso es lo que todos quieren. Póngase en la línea”, contestó.
“Pero usted no entiende. Soy estudiante de medicina,” protesté.
“No hay diferencia. Usted la obtuvo de la misma manera que los demás. Póngase en la línea,” volvió a ordenar el enfermero.
Al final me las arreglé para explicarle por qué estaba allí, pero todavía puedo sentir la sensación de culpa que me impidió pararme en la línea con hombres que padecían enfermedades venéreas.”3
Nehemías, sin embargo, sabía que Dios veía a los judíos, la simiente de Abraham, como una familia, con responsabilidades colectivas y un destino colectivo, y sin dudarlo se identificó con ellos en la culpa que los había puesto bajo juicio. Jesús se condujo de manera similar cuando, como Salvador, hizo fila con pecadores y pasó por el bautismo de arrepentimiento de Juan; lo mismo debemos hacer en la iglesia. Todos tenemos mayor parte en los errores e infidelidad de la iglesia de lo que sabemos, y por tanto no debiéramos tratar esa sensación que tenemos por sus fallas como una excusa para no confesar que tenemos parte en el proceso de sus fallas. Tampoco es para que demos la espalda a la iglesia con impaciencia, como los trabajadores “paraeclesiásticos”, así llamados, a veces hacen, pero orar y trabajar por su renovación, manteniendo eso como nuestro principal enfoque de interés todo el tiempo. Esta es la mayor lección que aprender de nuestro encuentro con Nehemías.
Tercero, el caminar con Dios de Nehemías trajo sobriedad acerca de sus poderes. Este es un rasgo distintivo del carácter que revela la verdadera humildad y madurez delante de Dios. Ser humilde no es asunto de pretender ser indigno, pero es una forma de realismo, no sólo respecto a la maldad verdadera de los pecados y torpezas personales y la profundidad verdadera de nuestra dependencia en la gracia de Dios, pero también respecto al grado de nuestras habilidades. Los creyentes humildes saben lo que pueden hacer y lo que no pueden. Están al tanto de sus dones y de sus limitaciones, y así pueden evitar la infidelidad de dejar que los poderes que Dios les ha dado permanezcan inactivos y la necedad de echarse más trozos de los que pueden masticar. Nehemías tenía dones de liderazgo y dirección que usó hasta el límite. Su carácter práctico visionario fue un don maravilloso, que produjo resultados maravillosos. La manera en que motivaba y dirigía la construcción de los muros de Jerusalén, la repoblación de la ciudad, y la reorganización de los recursos del templo fueron verdaderamente napoleónicos. Pero cuando el programa era enseñar la Ley y el primer gesto público de obediencia renovada a Dios, Nehemías dio un paso atrás y dio a Esdras y a los levitas la función de liderazgo, interviniendo solamente en un momento de confUsión general para urgir al pueblo a celebrar en vez de llorar (8:9-10). De otra manera, se limitó a organizar las procesiones a la dedicación del muro (12:31, 38, 40). Sabía que no había sido llamado o calificado para predicar y enseñar, y no trató de usurpar estas funciones. En esto se mostró humilde y maduro y reveló un realismo acerca de sus dones y responsabilidades que haríamos bien en codiciar para nosotros.
Aquí están, entonces, las tres lecciones fundamentales que podemos aprender del servicio de Nehemías a Dios antes de que pasemos a estudiar las formas que tomó su servicio.
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