La etapa boloñesa resultó crucial en la formación académica de Iradiel y en la ulterior orientación de su trayectoria investigadora. También en su propia experiencia vital. Fueron dos años intensos en una ciudad universitaria que vivía en aquellos momentos una gran efervescencia cultural y política. Como Salamanca, Bolonia unía al prestigio de su antigüedad y de su cuadro de profesores la vitalidad de una universidad en plena renovación. Fue en ella en donde leyó su tesis doctoral en noviembre de 1971, al final ya de sus dos años de estancia en Bolonia. La tesis, sobre la propiedad agraria del Colegio de España en los siglos XIV y XV, elaborada a partir de los fondos documentales de la propia institución, estuvo dirigida por Ovidio Capitani, uno de los medievalistas italianos más sobresalientes de la época, con un amplio registro de intereses que abarcaba desde la historia de la espiritualidad y las ideas al pensamiento económico medieval y el debate historiográfico. Su magisterio dejaría huella en la formación de Iradiel, así como el de Antonio Ivan Pini, «contraponente» en la lectura de la tesis, profesor también en Bolonia y un especialista tanto del mundo rural como del urbano, convencido como estaba de que «la storia agraria e la storia della città non son altro che le due facce della stessa medaglia». Para alguien que había dedicado su tesis de licenciatura a la manufactura textil en las ciudades castellanas y la tesis doctoral a la propiedad y el crecimiento agrario, tal enfoque no solo le confirmaba en su decantación por la historia económica, sino que le animaba a romper con los compartimientos estancos dentro de ésta.
En su primer año en Bolonia, Iradiel acudió en abril de 1970 a la Settimana di Studi organizada por el Istituto Internazionale di Storia Economica ‘F. Datini’ en la ciudad de Prato, cercana a Florencia y no muy lejos de Bolonia, y en el otoño del mismo año al Corso di alta specializzazione en historia económica dirigido y desarrollado casi exclusivamente por Federigo Melis durante tres meses. Era la segunda Settimana que se celebraba, y si la primera había estado dedicada a la lana, su producción y circulación, ésta lo estaba a los paños de lana, su producción, comercio y consumo, siempre en una larga perspectiva temporal, que cubría los tiempos medievales y modernos. El Instituto había sido fundado en 1967 por Federigo Melis, quien contó desde el principio con el respaldo de Fernand Braudel, todavía al frente de la escuela de los Annales y sin duda el mayor referente internacional de la historia económica. La primera Settimana, en abril de 1969, fue inaugurada por Braudel y la segunda, en abril de 1970, por Jacques Le Goff, y contaron con la participación, para la península ibérica, de Claude Carrère, Henri Lapeyre, Reyna Pastor de Togneri, Felipe Ruiz Martín y el propio Melis, en la primera, y de Ramón Carande, Miguel Gual Camarena, Jean-Paul Le Flem, Francisco Sevillano Colom, Valentín Vázquez de Prada y Pedro Molas Ribalta, además de la ya citada Claude Carrère, en la segunda. Si por un lado la historia económica española empezaba a asomar en los foros internacionales, por otro la lista de participantes en las primeras ediciones es impresionante, con todos los grandes nombres de la disciplina, tanto de Europa occidental como de la oriental, a los que no tardarían en unirse historiadores de otros continentes. Prato ha sido desde su fundación hace ya más de cincuenta años un lugar privilegiado de encuentro entre los mejores especialistas en historia económica, en donde se abordaban y discutían nuevas temáticas y nuevos enfoques desde una perspectiva claramente comparatista, hasta el punto de que el mismo Roberto Sabatino Lopez, uno de los asiduos asistentes de aquellos años, llegó a considerar las Settimane de Prato, junto a las de Spoleto, «i miei unici salvagente in un oceano costellato di inattese e nuove scogliere». Resulta difícil de exagerar la fascinación que representaba todo aquello para el joven Iradiel, en particular los estímulos y las afinidades con otros colegas que encontraba en aquella cita anual, a la que asistiría posteriormente con bastante regularidad, sobre todo tras su incorporación tanto al Comité Científico como a la Junta Ejecutiva. Prato –en todos estos años, y no solo en las dos ocasiones privilegiadas de 1970– le fue ratificando en algunas de sus convicciones como historiador: la historia económica, el Mediterráneo, el juego de escalas, las grandes unidades, el comparatismo, la interconexión, la necesidad de superar las fronteras nacionales en la investigación histórica, la curiosidad intelectual, la apertura e incluso la porosidad a los nuevos temas y las nuevas orientaciones historiográficas.
Bolonia y Prato marcarán profundamente su trayectoria como investigador. No fueron solo dos etapas más en su formación, sino una puerta de acceso permanentemente abierta al debate internacional –la «gran conversación», en palabras de Ranke– entre historiadores. Tras su paso por Italia, la investigación histórica ya no podía seguir siendo una empresa solo individual ni autárquica, encerrada en sus propios límites locales o nacionales. La misma tesis doctoral, aunque tomaba como observatorio el Colegio de España en Bolonia, distaba mucho de ser una tesis española, en sus planteamientos, sus fuentes de inspiración –fundamentalmente italianas, en la línea de las indicaciones generales ofrecidas en su día por Emilio Sereni y continuadas por Renato Zangheri, Carlo Poni y Giorgio Giorgetti– y su desarrollo. Quizá por ello su publicación, siete años más tarde, apenas tuvo eco en España. No se trataba solo de una cuestión de distribución editorial –el libro, aunque impreso en Zaragoza, fue publicado en Bolonia por el propio Colegio de España–, sino de desafección e incluso apatía intelectual, en un momento en el que las tesis doctorales en historia medieval en España, a pesar de haberse iniciado ya la transición política y de las ventanas que ésta abrió, seguían encerradas en sí mismas, absortas en el estudio de los dominios señoriales laicos y eclesiásticos, y refractarias a cualquier estímulo exterior, sin más notas al pie que las correspondientes a las fuentes archivísticas utilizadas o a unas cuantas referencias bibliográficas, en su mayoría circunscritas a la propia área de estudio o a grandes síntesis generales, y pocas, muy pocas, obras de autores no españoles o sobre otros países, siempre en su traducción castellana.
De regreso a Salamanca, ahora como profesor de historia medieval, Iradiel dedicó los primeros años setenta a la reelaboración y publicación de su tesis de licenciatura, que sigue siendo el libro por el que es más conocido. En parte porque su producción posterior ha visto la luz mayoritariamente en forma de artículos y actas de congresos y jornadas científicas, y en parte también porque no se trata propiamente de la tesis de licenciatura sino de un libro construido a partir de ella, en el que resultan claramente perceptibles tanto la influencia de su paso por Italia como la temprana madurez del autor. Bajo el título Evolución de la industria textil castellana en los siglos XIII-XVI y el subtítulo Factores de desarrollo, organización y costes de la producción manufacturera en Cuenca, la obra apareció finalmente en 1974, publicada por la propia Universidad de Salamanca, con una presentación de José Luis Martín, que había sido su director. En ella, a partir sobre todo de la documentación municipal de Cuenca, pero también de la de otros archivos y fuentes normativas impresas, especialmente fueros y ordenanzas, el autor se plantea el desarrollo de la producción textil castellana en los siglos bajomedievales y el inicio de los tiempos modernos, abordando, junto a las cuestiones técnicas (la lana como materia prima, la organización de la producción, la localización de los centros textiles), socioprofesionales (la reglamentación gremial) y de política económica (el dirigismo de la monarquía y de las ciudades) relacionadas con la producción que constituyen lo esencial del estudio, la comercialización (los mercados locales, regionales e interregionales, las ferias de Medina del Campo) e incluso el consumo y la moda. Todo ello en un marco analítico que no descuida el contexto internacional –la coyuntura europea– y que incorpora muchas de las ideas y sugerencias aportadas a las primeras Settimane de Prato, sobre todo la segunda, aunque no todavía las de la por entonces aún incipiente teoría de la protoindustrialización, formulada inicialmente por Franklin Mendels en 1972.
Muy crítico con el desolado panorama historiográfico de la época –«En resumen, la historia de la industria medieval castellana está por hacer, como lo está, en menor grado, la historia económica en general de la Baja Edad Media española. Y hasta el momento, por lo que respecta a Castilla, no parece que se hayan hecho serios esfuerzos por superar esta situación»–, Iradiel pretendía rebatir