9. Las obras de Fagen y de León-Portilla se consignan en la bibliografía.
10. Las entrevistas se encuentran en el archivo de Ana y Antonio Deltoro, en México. La de Antonio Deltoro se realizó los días 2, 3 y 4 de abril de 1978; de la de Ana Martínez Iborra ha quedado un breve registro cuya transcripción –Ana Martínez Iborra. Fragmento de una entrevista con Francisca Perujo, 1995, s/p– debo a Ana Deltoro. Sobre Perujo, véase la nota 178 en Notas a las conversaciones (en adelante NC).
11. La entrevista tuvo lugar el 14 de agosto y el 2 y 4 de octubre de 1979. El programa contó con la ayuda del Ministerio de Cultura de España, y por ello la transcripción puede consultarse en el INAH, en México, y en el Centro Documental de la Memoria Histórica de Salamanca: PHO/10/039. Un breve resumen se encuentra en Dolores Pla Brugat (coord.): Catálogo del fondo de historia oral: refugiados españoles en México, Archivo de la Palabra, México, INAH, 2011, pp. 23-24. Sobre Mantecón, véase NC, 178.
12. La extensión de las entrevistas es similar, en torno a siete horas de conversación cada una de ellas. En la edición, he eliminado interjecciones y muletillas expresivas, he corregido los errores advertidos en nombres propios y topónimos, y he atendido algunas observaciones de Ana y Antonio Deltoro Martínez.
13. Deltoro la conoció al final de la guerra, cuando era comisario en el XIV Cuerpo de Ejército. Mura contrajo matrimonio con el bronco comunista mexicano David Serrano Andónegui, que la involucraría en el primer intento de asesinar a Trostki en mayo de 1940. Falleció en México en una fecha que no he podido precisar. Véase NC, 121.
14. La densidad del exilio intelectual en México convierte la bibliografía en inabarcable. Véanse las obras citadas en NC, 174-197. También Manuel Aznar Soler (dir.): «Homenaje a México y al exilio republicano español de 1939 en México», en Laberintos. Revista de estudios sobre los exilios culturales españoles, 17, 2015, pp. 66-309. En la corrección de pruebas de este libro, Manuel Aznar Soler e Idoia Murga Castro han editado: 1939. Exilio republicano español, Madrid, Ministerio de Justicia / Ministerio de Educación y Formación Profesional, 2019, catálogo de una muestra comisariada por Juan Manuel Bonet.
15. El pie de foto precisa: «Juan Gil-Albert amb intel·lectuals republicans durant la Guerra Civil. Manuel Altolaguirre, Antonio Sánchez Barbudo, Ramón Gaya i una dona no identificada» [‘Juan Gil-Albert con intelectuales republicanos durante la Guerra Civil. Manuel Altolaguirre, Antonio Sánchez Barbudo, Ramón Gaya y una mujer no identificada’]. Salvador Calabuig i Sorlí (coord.): València republicana. Societat i Cultura, Valencia, Ajuntament de València, 2016, p. 170.
16. Juan Manuel Bonet: «Deltoro, Antonio», en Diccionario de las vanguardias en España, 1907-1936, Madrid, Alianza Editorial, 2007, p. 196, lo menciona como ensayista, (1.a edición 1995). Carlos Álvarez se refiere a él como profesor: «Deltoro Fabuel, Antonio (1907-1987)», en Manuel Aznar Soler y José-Ramón López García (eds.): Diccionario biobibliográfico de los escritores, editoriales y revistas del exilio republicano, 4 vols., Sevilla, Renacimiento, 2016, 2, pp. 178-179.
17. Véase la bibliografía final. El trabajo de E. Aub y M. F. Mancebo se reproduce aquí como facsímil en Textos y documentos, 12. Mancebo los recordó de nuevo: La España de los exilios. Un mensaje para el siglo XXI, Valencia, Universitat de València, 2008, pp. 242 y 246-248.
18. Josep Renau: «Notas al margen de “Nueva Cultura”, Nueva Cultura. Información, crítica y orientación intelectual. Valencia (21 números) enero 1935 - octubre 1937. Problemas de Nueva Cultura, Valencia 1936, Vaduz-Madrid, Topos Verlag - Ediciones Turner, 1977, p. XXIII. Los comentarios de Renau sobre Deltoro, Ángel Gaos y Francisco Carreño Prieto los he reunido en el apartado Textos y documentos, 10.
19. Pío Baroja: «Desde la última vuelta del camino», en José-Carlos Mainer (ed.): Obras Completas, vol. I, Barcelona, Círculo de Lectores, 1997, p. 117.
FRAGMENTOS DE VIDA
Antonio Deltoro nació en Chulilla a finales de 1906, en una familia de campesinos adinerados y de arraigadas convicciones católicas que al poco tiempo, para atender la educación de sus seis hijos, se trasladó a Valencia. Acabado el periodo escolar, la infancia y la juventud de Deltoro las constituyeron largos veranos en el pueblo: «Doy gracias al cielo por haber nacido allí», afirma con entusiasmo.
Chulilla fue enciclopedia del mundo natural y escuela de vida en el trato con algunos jóvenes algo mayores de edad, lectores del anticlerical semanario La Traca, y con el blasfemo Tisera, también jornalero de su familia y trovero procaz con quien tuvo una relación cercana. Deltoro destaca, como ya había hecho Cavanilles a finales del siglo XVIII, la medianía como rasgo social característico de aquel pueblo de mil quinientos habitantes: «Como no había grandes terratenientes, no había nadie que no tuviera su parcelita de tierra […] y compensaban esa economía con el jornal». Fue, con los años, destino de frecuentes excursiones de los amigos –artistas de la Valencia de los años treinta– y de visitas de su novia Ana, y ocasional refugio de Renau, necesitado de ocultarse en algún lance de la militancia comunista. Allí, en ese pueblo colgado sobre el Turia, recordará su hijo la infancia feliz del padre «nadando por el río, corriendo entre las peñas».1
Se trataba de un mundo familiar de acusado contraste entre la piadosa familia paterna y la más liberal y descreída de su madre, de la que recuerda a su abuelo Baltasar, bon vivant con maneras de hidalgo a quien veía a hurtadillas porque vivía amancebado con la tía Francisca. Había diversificado su economía y se dedicaba a la ganadería y al transporte de madera que desde los pinares de Cuenca bajaba por el río Turia. Un oficio arriesgado del que se ocupaban las cuadrillas de madereros de la cercana Chelva, que le hablaron por vez primera del Danubio. Deltoro atesoró en su memoria las imágenes de los gancheros colgados de la hoz cuando los troncos se enclavaban y había que subirlos. Una escena que desapareció con la construcción de una central eléctrica hacia 1920. Por un tiempo, el pueblo se llenó de obreros y de barreneros leoneses y asturianos que pervirtieron las contenidas costumbres campesinas.
«En mi casa no solamente conservaban la religión, la petrificaban», afirmaba al evocar el rezo diario del rosario y la lectura de La Hormiga de Oro, semanario carlista promovido por Luis María de Llauder. De cuidada impresión, trascendió el umbral de lo piadoso y se adaptó al periodismo moderno. En el recuerdo de Deltoro –que menciona el impacto que le causó una fotografía del pope Gapón ahorcado– quedaron latentes muchas imágenes de aquella publicación. Fue, señala, «mi primer contacto con el mundo, era la única revista que tenía información».2