Durante la segunda guerra mundial hubo esperanza, los aliados, tras los primeros éxitos del eje, iniciaron el camino hacia la victoria. En la carta del Atlántico de 14 de agosto de 1941, firmada por Roosevelt y Churchill para aunar fuerzas, prometieron respetar «el derecho que tienen todos los pueblos de escoger la forma de gobierno bajo la cual quieren vivir, y desean que sean restablecidos los derechos soberanos y el libre ejercicio del gobierno a aquellos a quienes les han sido arrebatados por la fuerza.» El caso de España era flagrante. En febrero de 1945, la conferencia de Yalta –con Stalin– inicia la estructura de la organización de naciones unidas y diseña cómo quedarían Europa y Japón. Da un plazo a las naciones que quieran integrarse para declarar la guerra al eje –en Potsdam acuerdan romper toda relación con el gobierno de Franco–. El 26 de junio se firma en la conferencia de San Francisco la carta de las naciones unidas. La España oficial no está presente, aunque sí algunos republicanos exiliados. El consejo de seguridad nombró un subcomité para estudiar su postura sobre el régimen de Franco, y el 12 de diciembre de 1946 la asamblea general lo condenó «por su carácter fascista, establecido en gran parte gracias a la ayuda recibida de la Alemania nazi de Hitler y de la Italia fascista de Mussolini», a los que prestó ayuda considerable –la división azul-, la ocupación de Tánger… Retiraron embajadores… En 1948 la asamblea general aprobó la declaración de derechos, muy distante de la situación en España:
Artículo 21
1. Toda persona tiene derecho a participar en el gobierno de su país, directamente o por medio de representantes libremente escogidos.
2. Toda persona tiene el derecho de acceso, en condiciones de igualdad, a las funciones públicas de su país.
3. La voluntad del pueblo es la base de la autoridad del poder público; esta voluntad se expresará mediante elecciones auténticas que habrán de celebrarse periódicamente, por sufragio universal e igual y por voto secreto u otro procedimiento equivalente que garantice la libertad del voto.
Sin embargo, todo cambió con la guerra fría. En 1950 se anula la condena y vuelven los embajadores, Estados Unidos concede un primer crédito. Luego vinieron los americanos con sus excedentes de leche en polvo y mantequilla y nuevos créditos que ayudaron a mitigar la pobreza y remediar la economía; establecieron sus bases con cierta limitación de la soberanía –Ángel Viñas, Los pactos secretos de Franco con los Estados Unidos: bases, ayuda económica, recortes de soberanía, Barcelona, 1981–. En diciembre de 1955 entran catorce naciones en la ONU, entre ellas España.
Los republicanos exiliados ya habían perdido la esperanza, había pasado demasiado tiempo, muchos habían muerto o no quisieron volver, su vida estaba en los países de acogida, México o Argentina, Francia, Rusia… Francisco Ayala lo atestigua: «Nuestra existencia durante este período ha sido pura expectativa, un absurdo vivir entre paréntesis, con el alma en un hilo, haciendo cábalas sobre la conflagración mundial, escrutando el destino que para los españoles prometía su deseado desenlace…», «¿Para quién escribimos nosotros?» (1949).
***
El retorno de los exilados fue dispar. El éxodo masivo de refugiados a Francia a inicios de 1939 se organiza mediante campos de internamiento cercanos a la frontera, que después se multiplican, incluso en el norte de África, en Djelfa, donde estuvo Max Aub. Muchos regresaron pronto a España –mujeres, niños, ancianos–; más aún cuando los alemanes entraron en Francia, mientras otros fueron internados en los campos de exterminio nazis o entregados por Pétain a Franco –Companys y Zugazagoitia, fusilados–. Muchos pasaron a la clandestinidad guerrillera y participaron en la liberación… Los más afortunados embarcaron hacia América. Franco continuó la feroz represión, juzgando y condenando, aniquilando la última resistencia del maqui interior… Sus campos de concentración no fueron muy diferentes de los hitlerianos –estudiados por Carlos Hernández de Miguel–.
En 1945 más de 100.000 españoles permanecían en suelo francés, en el sur y en las grandes ciudades; se les reconoció el estatuto de refugiado político, que perdían si volvían a España. Mientras, llegaron otros en sucesivas migraciones desde la España de la autarquía y el hambre. A partir de esta fecha Franco empieza a proclamar indultos y vías para el retorno; pero se ven con desconfianza, ya que no suponen amnistía, como muestra Pablo Aguirre Herráinz en su tesis de doctorado, ¿Un regreso imposible? Expatriación y retorno desde el exilio republicano (1939-1975) (2017). Se establecen filtros en la entrada o pueden ser denunciados y juzgados. Vienen algunos, pero la herida no se cierra. También en Rusia hubo un buen número de refugiados que ayudaron en el ejército soviético y se aclimataron en la paz. A partir de los cincuenta, un acuerdo permitió el retorno de los niños de la guerra…
En todo caso fue México el centro del exilio, gracias a la acogida del presidente Lázaro Cárdenas y la valía intelectual de muchos exiliados. La creación de la casa de España –después colegio de México–, su labor en la universidad nacional autónoma y en otras, facilitó su asentamiento. De otra parte, el SERE con el rector Puche a la cabeza y la JARE de Indalecio Prieto –enfrentados– pudieron financiar iniciativas y ayudas. Se agruparon en la unión de profesores universitarios españoles exiliados, creada en París, que pronto traslada su sede a México. En 1943 se reúnen en La Habana para sentar la restauración de un gobierno provisional republicano, las bases de su economía y del trabajo, una universidad nueva –Yolanda Blasco Gil, 1943: la transición imposible, también Jaume Claret–.
Las cortes republicanas se reunieron en México en 1945. Negrín continuaba de presidente del gobierno, renunció, y las cortes nombraron a José Giral, querían prepararse para el cambio. El presidente mexicano Ávila Camacho apoyó, decretó la extraterritorialidad del palacio de bellas artes para el discurso de Negrín y del salón de cabildos del palacio nacional para las sesiones.
En todo caso, sobre el retorno se puede reconstruir el marco legal –lleno de contradicciones–, intentar con esfuerzo fijar números en cada momento, sugerir razones; pero es casi imposible reconstruir tantas vidas, entrar en la mente y circunstancias de cada persona o familia. Habían transcurrido largos años, volver significaba abandonar logros alcanzados en el destierro, enfrentar, ya mayores, un nuevo comienzo con hijos nacidos o bien enraizados en su nueva patria: supondría un segundo exilio para los transterrados. Enrique Díez-Canedo había fallecido en México en 1944, sus hijos Enrique y Joaquín no volvieron, estaban instalados en su nueva patria –su nieta Aurora guarda la memoria de la familia, también Claudia Llanos y Clara Ramírez–.
Podemos abarcar un sector –el universitario–, algunos casos. Conozco de cerca el retorno de José María Ots Capdequí. Fue inhabilitado para cargos públicos, quince años y multa de 15.000 pesetas –datos de Vicent Sampedro Ramo–. Había pasado a Francia y después a Bogotá, pero regresó a España en 1953 por la muerte de su hijo mayor. Instó la revisión de su condena, y en 1961 logró su absolución, siendo repuesto en su cátedra un año después –datos de Carlos Petit–, poco antes de su jubilación. Agustín Millares Carlo volvió a España desde el exilio mexicano en 1952, algunos lo animaban. Antonio Rumeu de Armas le facilitó una entrevista con el ministro de gobernación Blas Pérez González y firmó la solicitud para incorporarse a su cátedra de paleografía en la central; pero Wenceslao González Oliveros, presidente del tribunal para represión de la masonería se opuso, y volvió a México –su expediente lo estudió Yolanda Blasco–. Fue repuesto en 1963, año de su jubilación, tornó a la UNAM, y después enseñó en Venezuela. No vino hasta la transición: tuvo un homenaje y unas clases en el centro asociado de la UNED en Las Palmas.
¿Era una regla no escrita en los recovecos del gobierno? Pensión sí, pero que no desempeñasen la cátedra. Max Aub pregunta a Américo Castro: «¿No te repusieron en tu cátedra? Quisieron hacerlo, meses antes de que me tocara jubilarme. No acepté. ¿Para qué? No lo hice por vanagloria ni por dármelas de héroe…» El histólogo Francisco Tello Valdivieso recuperó su cátedra en 1950, también en vísperas de su jubilación.
Es sabido que el régimen se