Pero para formar la libertad de criterio y de elección de sus militantes la tarea del blasquismo debía ser acrecentar la razón individual y tratar de plasmarla en la realidad. Lo que había supuesto un esfuerzo de formación y autoformación dirigido, sobre todo y en un principio, a los varones de los sectores sociales más desfavorecidos, es decir, a esas masas irracionales y apasionadas que debían socializarse y aprender a vivir y a vivirse desde parámetros nuevos. Como ellos, también afirmaban: «Toda rebelión está en la cultura. Con un arma se comete un crimen: con una idea se construye un pueblo».73 La garantía de una nueva política, desde su punto de vista, estaba relacionada con ese nuevo sujeto político capaz de discernir, porque previamente se había esforzado para formar sus ideas y sus opiniones con independencia. Como afirma Béjar;
las libertades civiles básicas serán aquellas relacionadas con el intelecto. La autonomía de la conciencia es el derecho liberal más importante y de él se derivan la libertad de pensamiento y la libertad de opinión. Pero el pensamiento ha de hacerse acto y así aparece la libertad de acción.74
Por ello y para que los hombres se convirtieran en sujetos libres era necesario que se «formasen» racionalmente.
En este proceso de autoformación de los individuos blasquistas, la transformación de la identidad genérica masculina se constituyó en fundamental, el eje alrededor del cual giraron muchos de sus programas sociales y culturales.
Las mujeres y la transformación de su identidad genérica, sin embargo, fueron una cuestión secundaria y, mayoritariamente, estuvieron en función de los intereses masculinos. Las mujeres como las que formaron la Asociación General Femenina, en los orígenes del partido, compartieron con los hombres cierto protagonismo y también los mismos principios ideológicos. Pero su cometido social, la «encarnación» en la identidad femenina de los principios que los republicanos mantenían, no fue como en el caso de los hombres una prioridad del partido. Tampoco en las representaciones que el periódico hacía de las mujeres se percibía con claridad un proyecto identitario referido a las mujeres que tan claramente se manifestaba cuando se referían a los hombres.
No hay que olvidar que el idealismo republicano (que Habermas pone también en cuestión)75 se aplicaba sobre una comunidad específica, en un contexto concreto. Aunque las representaciones del periódico, a veces, parecían referirse a un pueblo único e indiferenciado, los procesos democráticos no siempre están orientados de una forma simple y lineal –como decían los blasquistas– hacia la conquista del progreso y del bien colectivo. Las identidades colectivas, aun cuando se representaban como universales, no podían ocultar que las diferencias entre los individuos que, en aquel tiempo formaban la sociedad valenciana, se basaban en ejes valorativos «marcados» por la tradición y el contexto que, en este caso, atribuían a las mujeres cometidos políticamente no significativos. Estas particularidades adscritas a los sujetos (como la etnia, el género, la edad) estaban históricamente determinadas e influían sobre las posiciones, significados y prácticas que dichos sujetos podían o debían emprender en el «nuevo» contexto. Pese al populismo de los discursos republicanos que, de algún modo, parecían contener las aspiraciones femeninas, los blasquistas eran un partido político, también, con profundos intereses electorales que hacían que los varones, que eran quienes podían votar, se constituyeran en el grupo prioritario con el que se comprometió el blasquismo. No hay que olvidar que
en situaciones de pluralismo cultural y social, tras las medidas políticamente relevantes, se esconden a menudo intereses y orientaciones que de ningún modo pueden considerarse constitutivos de la identidad de la comunidad en su conjunto.76
Sin embargo, del mismo modo que la dinámica policlasista que promocionaba el blasquismo, se apoyó en la necesidad de establecer una conciencia laica, autónoma o racional –permitiendo el reconocimiento de los varones más o menos desfavorecidos, como sujetos capaces de gozar de derechos políticos–, también en este proceso, las mujeres republicanas obtuvieron bases, legitimación para poder reclamar sus derechos, sobre todo apoyándose en las nuevas identidades masculinas, que extendía la política hasta la familia y la cotidianidad, en cuyo seno ellas gozaron de ciertas atribuciones. Sin embargo, la ciudadanía política de las mujeres y su consideración como sujetos autónomos en pocos casos se concretó de una forma clara en el proyecto blasquista. Pero, lateralmente, las mujeres tomaron contacto con un nuevo universo público, político y de relaciones sociales que les permitía desarrollar, también, una capacidad de discernimiento progresivamente autónomo.
4. EL OCIO MASCULINO
La necesidad de que los hombres de los grupos sociales más desfavorecidos adaptaran sus conductas a unos determinados ideales resultaba, sin embargo, una tarea compleja. Porque en una sociedad donde la educación y la cultura eran inaccesibles para la mayoría de los ciudadanos, resultaba difícil acercar y popularizar formas de conocimiento y pensamiento, en principio reservadas a las élites intelectuales que formaban parte mayoritariamente de las clases medias urbanas o de los sectores sociales más acomodados.
Las ambiciones del krausismo, que demandaban «una reforma general del país a partir de un ideario armónico, solidario y laico», tuvieron su concreción en la Institución Libre de Enseñanza, a través de la cual los intelectuales españoles aspiraban a difundir una ciencia social y política reformista basada en un nuevo espíritu armónico y racional que, superando el individualismo abstracto del liberalismo filosófico, extendiera ideas relacionadas con una nueva economía social y una organización de la vida social organicista, democrática y solidaria más acorde con las nuevas realidades de la sociedad española de su tiempo. Las doctrinas y los objetivos educativos del kausoinstitucionalismo, pese a no estar inscritos en ninguna escuela específica, tuvieron una notable influencia entre muchos de los políticos e intelectuales de finales del siglo XIX;77 pero la difusión de sus ideas entre las «masas», sobre todo entre las capas sociales más desfavorecidas, fue una tarea que implicó a muchos de los grupos afines al republicanismo.
Combinando visiones, unas veces moderadas y otras veces más radicales, el periódico El Pueblo asumió la tarea de socializar a los ciudadanos progresistas en la nueva ética política y social que el krausismo y las élites intelectuales más liberales trataban de difundir. A través de la acción y de la representación política, los casinos republicanos, las escuelas laicas, los grupos de librepensamiento y las Sociedades Obreras, organizados en torno al partido republicano que había fundado Blasco y a su órgano diario de difusión, trataron de dar coherencia y aplicar en la práctica el proyecto que los regeneracionistas krausistas y los republicanos demandaban para transformar la nación. También, los grupos socialistas, anarquistas, las corrientes relacionadas con la escuela moderna o los grupos que trataban de difundir el esperanto, tuvieron en ese tiempo un espacio abierto para difundir sus ideas en el diario republicano. Así, lograron en las primeras décadas del siglo XX sembrar