En cuanto a la verbalización de las emociones, el gusto moderno evidentemente es otro que el de hace cien años. Quizá también por esto se ha tendido a banalizar a Schiller, como es el caso de los siguientes versos de la balada «La fianza»: «“Was wolltest du, mit dem Dolche, sprich!”, entgegnet ihm finster der Wüterich. – “Die Stadt vom Tyrannen befreien!” – “Das sollst du am Kreuze bereuen”» («“¿Qué ibas a hacer con el puñal, di?”, le increpó sombríamente el déspota. – “¡Libertar al país del tirano!” – “Pues en la cruz te has de arrepentir de ello”» [Pabón, 1944: 47]),13 que eran trastocados por estudiantes y reclutas en «“¿Qué ibas a hacer con el puñal, di?” – “Pelar patatas, ¿me entiendes?”» («Kartoffeln schälen, verstehst du mich!»). O cuando el amigo fiel se ve confrontado con una dura prueba para su lealtad: «Zurück, du rettest den Freund nicht mehr!» («¡Atrás! ¡Ya no puedes salvar a tu amigo!» [Pabón, 1944: 55]). También se trivializan con frecuencia frases como «Mein Verstand steht still» («se me paraliza la mente»), dicha en un momento de paroxismo por Ferdinand en Intriga y amor, palabras que también son pensables en boca de un hablante de hoy que dijera a la vez: «Ich denk’ mich knutscht ein Elch» (algo así como «alucino en colores»). O el dramatismo de «Die Limonade ist matt wie deine Seele» («Esta limonada está poco dulce como vuestra alma» [Tamayo, 1965: 313])14 cuando Ferdinand ofrece a Luise el brebaje envenenado, aplicado a cualquier bebida sin alcohol que le ofrecen a uno. Otras citas procedentes de La novia de Mesina pueden estar a la orden del día en situaciones cotidianas. Por ejemplo, el comentario «der Not gehorchend, nicht dem eignen Trieb» («obedeciendo a la necesidad y no por mi propio impulso» [Yxart, 1886: 977]),15 cuando uno se ve forzado a dar un paso que no daría por cuenta propia. O cuando se quiere restar importancia a la propia generosidad frente a un adversario vencido, se dice de modo un poco altanero: «Der Siege göttlichster ist das Vergeben» («el más divino triunfo es el perdón» [Yxart, 1886: 984]). También es extremadamente corriente el uso del parlamento final de Karl Moor en Los bandidos, con el que se entrega a la justicia cuando viene a detenerle el alguacil: «Dem Manne kann geholfen werden» («Puedo sacar a ese pobre hombre de apuros» [Lecluyse y Clement, 1984: 105]).16 Se quiere dar a entender frívolamente que se está dispuesto a apoyar a alguien. Otra expresión de Franz Moor, «tintenklecksendes Säkulum» («siglo chupatintas» [Tamayo, 1965: 237]), es concebible hoy en día como comentario despectivo sobre la prensa amarilla.
En otras épocas se utilizaban los versos de Schiller como sofl amas políticas («Der Mensch ist frei geschaffen, ist frei, / und würd er in Ketten geboren» [«El hombre ha sido creado libre, está libre / aunque nazca en cadenas»],17 de «Palabras de la fe») o sabidurías generales acerca de la vida («Rauch ist alles ird’sche Wesen» [«Humo es toda existencia terrena»],18 de «La fiesta de la victoria»). Sin embargo, a partir de los años sesenta se ha ido rechazando este tipo de enseñanza por considerarla pedante. Ahora parece llegado el momento de cuestionar tales antipatías y de indagar sus motivos.
Si las generaciones anteriores de escolares y universitarios, entre obligaciones y ejercicios libres, iban y venían con citas de las obras de Schiller, desde algún tiempo a esta parte contamos con el desarrollo contrario: Ya no se aprenden poemas de memoria y raras veces se escribe al dictado porque esto significaría exigir demasiado a nuestros pobres alumnos, que deben alojar a diario nuevas parcelas del saber en sus cabezas o confiar en las nuevas tecnologías. Se prima la tendencia práctica a no interiorizar el saber, sino a hacerlo disponible, pudiendo optarse por acceder a él en cualquier momento al precio de la función modélica de la obra literaria. Es verdad que la memorización y el aprendizaje al dictado de literatura clásica han sido vistos durante décadas como un ataque frontal a la libertad didáctica del alumno.
El lenguaje de Schiller había cuajado en el habla general mediante su impresionante dramatismo y sus diálogos fáciles de retener. Eran emblemáticos por las sabidurías vitales que transmitían y que Schiller aún hoy en día transmite, pero también lo eran –y no en último lugar– por la pulida forma lingüística que seduce con la precisión de la métrica y del ritmo. Mientras los alumnos, mediante la memorización, adquirían esa ejemplaridad estética a través de los grandes modelos, se conseguía a la vez, mediante esa dura disciplina, un cierto cultivo de la lengua.
¡Cuán perfectamente melódicos suenan los siguientes versos de «Los ideales» y qué sabiduría universal transmiten!: «Es liebt die Welt, das Strahlende zu schwärzen / und das Erhabne in den Staub zu ziehen» («Al mundo gusta denigrar el brillo / y arrojar al polvo lo sublime»).19 Se pregunta uno qué hay de reprobable en este pensamiento. ¿Acaso se creía que expresaba una antidemocrática actitud elitista? Los clásicos suelen ser tan vulnerables porque con su omnipresencia se exponen a fáciles malinterpretaciones. ¿Qué disonancias percibe nuestro oído materialista de hoy en estos versos de «Canción de la campana»?: «Gefährlich ist’s, den Leu zu wecken, / Verderblich ist des Tigers Zahn, / Jedoch der schrecklichste der Schrecken, / Das ist der Mensch in seinem Wahn» («Es peligroso despertar al león, / el diente del tigre es funesto, / pero el mayor de los horrores / lo es el hombre en su delirio»).20 ¿Quién osaría refutar esta idea? También nos parecen certeras las palabras siguientes de La novia de Mesina: «Die Welt ist vollkommen überall, / wo der Mensch nicht hinkommt mit seiner Qual» («Perfecto es el mundo, doquier con su miseria no llega el hombre» [Yxart, 1886: 1032]); «Wer besitzt, der lerne verlieren» («El que posea, que aprenda a perder» [Yxart, 1886: 1035]), o «Ungleich verteilt sind des Lebens Güter» («Desigualmente repartidos están los bienes de la vida» [Yxart, 1886: 981]). ¡Por supuesto que Schiller tenía razón! Su apreciación sobre el actor que debe entregarse a su público en el momento de la actuación da en el clavo de que la imitación no tiene mérito y que la originalidad lo es todo, con estas palabras del prólogo a El campamento de Wallenstein: «Dem Mimen flicht die Nachwelt keine Kränze» («La posteridad no teje para él coronas» [Yxart, 1886: 118]). Porque si es efectivamente así, debe de ser asunto arduo el «adornarnos hoy con las plumas de Schiller» y comentar el curso del mundo con sus frases. Por desgracia, la mayoría de nosotros difícilmente hallaremos mejores palabras que las suyas, lo que debería justificar una vez más su plena rehabilitación.
En el campo de la fraseología contrastiva se me plantea la pregunta de cómo maneja el traductor tales construcciones, que en la lengua original cuentan con una forma invariable y con carácter acuñador para la posteridad. Cabría suponer que la primera traducción canónica al español haya generado una cita famosa correspondiente que sella una forma fija también en la lengua española. Pero aquí surge el problema de la recepción,