Berit Balzer
Universidad Complutense de Madrid
En el ámbito de habla alemana, las obras de Schiller –de referencia obligada en otra época para cualquier ciudadano culto– gozaron, al menos durante un siglo, de inmensa popularidad como lectura escolar y en teatros de aficionados. La burguesía alemana (Bildungsbürgertum) se preciaba de hacer alarde de sus conocimientos de literatura general y de saber recitar de memoria ciertos pasajes de sus clásicos. La obra de Schiller no sólo era de dominio público entre estudiantes de secundaria y universitarios, sino también entre aquellos miembros de la clase trabajadora y del pueblo llano que aspiraban a ampliar su horizonte educativo y a participar de ciertas parcelas de la cultura.1 Así pues, no pocas de las extensas baladas de Schiller eran memorizadas y declamadas, y su teatro figuraba en cartelera, entre 1850 y 1950, más que el de cualquier otro dramaturgo alemán. Cuando el realismo literario ya se había apartado de Goethe y Schiller, los ídolos de antaño, a veces estos mismos herederos, explorando nuevas vías en la prosa narrativa, todavía practicaban en privado el culto al teatro de corte schilleriano.2
Asuntos, personajes, monólogos y diálogos de los dramas de Schiller eran moneda tan corriente entre el gran público que muchas frases notorias se sacaban de su contexto y se transferían con cierta fruición a cualquier situación cotidiana.
La mayoría de los bachilleres se ufanaban de entretejer tales citas famosas en el lugar apropiado de sus conversaciones, trastocándolas humorísticamente e incluso tergiversándolas en forma de parodia con ánimo burlesco-creativo. A menudo, el sentido del humor generaba un momento de identificación entre interlocutores, durante el cual éstos veían confirmado el propio dominio de las fuentes literarias aludidas, que formaban parte del propio acervo cultural. Tal identificación se lograba al equiparar las ideas que uno tenía sobre la vida con las expresadas en la obra literaria en cuestión. Es sabido que Schiller gustaba de revestir sus ideas filosóficas e históricas en forma de sentencias y bonmots, es decir, en máximas y aforismos. Pero, ¿qué es lo que convierte un bonmot en gefl ügeltes Wort?3 Según Schmitt/Wahl, el factor decisivo es el tipo de recepción de Schiller:
La fragmentación de ideas, motivos, sentencias y su aplicación a ámbitos extraliterarios, por ejemplo a modo de lema o consigna política (...) tiene que ver con la especificidad de su forma lingüístico-estética y, para ser exactos, con la «iconicidad compleja», con la polisemia y sentenciosidad de su estilo, de modo que sus textos son especialmente apropiados para ser trasladados a nuevos contextos semánticos (...). El proceso de fragmentar ciertas unidades de la totalidad de un texto y de trasladarlos a un nuevo contexto, a menudo extraliterario, lo que les confiere un nuevo sentido inesperado, lo llamamos (...) aplicación pragmática.4
Si la recepción popular presuponía un conocimiento del texto o de la escenificación, la recepción «erudita» de Büchmann5 ha vuelto a ésta mediante la canonización lingüística, hasta cierto punto prescindible. Pero ocupémonos brevemente de cómo cuajaron tales citas en el lenguaje coloquial, al menos en lo que respecta a los ciento cincuenta años entre la muerte de Schiller y la posguerra.
El verso «Was tun, spricht Zeus» («¿Qué hacemos?, dijo Zeus»),6 del poema «La partición de la tierra», se suele citar en una situación de perplejidad momentánea, y la voz popular lo completa con el añadido apócrifo del padre de los dioses griegos «die Götter sind besoffen» («los dioses están borrachos»). Cuando uno debe despedirse, a menudo camufla un verdadero sentimiento de tristeza con frases como «Will sich Hektor ewig von mir wenden?» («¿Me volverá la espalda Héctor para siempre?»), de la balada «La despedida de Héctor», y «So willst du treulos von mir scheiden?» («¿Te despides de mí con perfidia?»), de «Los ideales». Todavía hoy en día se citan versos de la archifamosa balada «La canción de la campana», incluso sin ser conscientes de este origen; por ejemplo, cuando uno quiere reprender a alguien por su torpeza: «Wo rohe Kräfte sinnlos walten...» («donde impera la fuerza bruta sin razón...») se completa a veces con la rima de Schiller «da kann sich kein Gebild gestalten» («ahí no puede formarse obra alguna»).7 O cuando uno quiere animar a otro a que trabaje más duro: «Von der Stirne heiß rinnen muss der Schweiß» («El sudor de la frente ha de caer caliente»). O cuando algo se cae desde arriba (desde una estantería, del balcón, de una ventana, etc.), se trastoca con sorna la connotación religiosa de «doch der Segen kommt von oben» («pero la bendición viene de arriba») en comentario humorístico. De modo que hoy en día la imagen del «contenido completo de algo» se ve reacuñada en la frase «der ganze Segen» («toda la bendición»). La aplicación pragmática reduce el pathos a desenvoltura cotidiana.
Para una curiosidad intertextual remito a la narración de Heinrich Böll «Wanderer, kommst du nach Spa...» («Caminante, si llegas a Espa...»), que gira en torno a una cita incompleta de unos versos de la balada «El paseo» de Schiller, escritos en una pizarra de liceo, y que quiere ejemplificar los estragos de la Segunda Guerra Mundial en unos estudiantes de bachillerato que fueron inmolados en el frente.8 Böll confía en la buena memoria de sus lectores, a los que deben sonar, desde su propia época escolar, los siguientes versos: «Verkündige dorten, du habest uns hier liegen gesehen, / Wie das Gesetz es befahl» («Pregona allí que nos has visto yacer en este lugar / como mandaba la ley»). Böll pone en relación el sacrificio de los «héroes» de Bendorf, el pueblo del narrador herido, con la Esparta de la antigüedad (la palabra Spa..., reducida a la mitad en la narración de Böll).
La popularidad de Schiller, como decíamos, fue tal que muchas de sus citas incluso hallaron entrada, durante el siglo XIX, en álbumes estudiantiles y en los hogares, con lo cual corrían también el peligro de ser degradadas a la trivialidad de versículos para uso doméstico. Por ejemplo, «Raum ist in der kleinsten Hütte für ein glücklich liebend Paar» («Hay espacio suficiente en la menor de las cabañas para una pareja felizmente enamorada»), del poema «El muchacho junto al riachuelo»; o bien: «Drum prüfe, wer sich ewig bindet / Ob sich Herz zum Herzen findet» («Que examine bien el que se ata para siempre / si dos corazones se han encontrado»), de «Canción de la campana»; y «Es löst der Mensch nicht, was der Himmel bindet» («No disuelve el hombre lo que aúna el cielo»), del drama La novia de Messina, los podía encontrar uno como lema a la entrada de una casa o como brindis en una boda. Desde los años cincuenta del siglo XX, el idealismo schilleriano estaba mal visto, sobre todo entre los así llamados intelectuales progresistas, porque se percibía la emotividad incondicional del mensaje como algo embarazoso, ya que la lengua alemana había sido puesta al servicio, durante los doce años del Tercer Reich, de un falso pathos, y se habían tomado por moneda corriente las frases altisonantes pero hueras, lo cual estropeó, de forma trágica y por mucho tiempo, el gusto popular.9
El así llamado pathos era objeto de burla cuando hubo acabado aquel aquelarre. Las situaciones extremas que Schiller10 describe en sus poemas épicos y en sus dramas –de cuyo ideario también abusaron los nazis para sus fines– eran aplicadas ahora a situaciones pedestres. Si la dicción schilleriana había sido considerada la cumbre de la lengua alemana hasta después de la Segunda Guerra Mundial, en el curso de la desideologización, al volver la vista a lo concreto y a la austeridad lingüística, tal dicción cayó en descrédito por exagerada y sentenciosa. En alemán se entiende por pathos una «emotividad solemne, una actitud cargada de sentimiento