LO MÁS TRISTE SOBRE LA TIERRA
Sin embargo, con todo el caos que el pecado causó en el mundo físico y en la comunión humana, hubo otro resultado horrible. Era algo impensable, tan horripilante, tan difícil de entender, que fácilmente permanece como lo más triste que haya sucedido jamás sobre la tierra. Esta tragedia está representada en una conversación aparentemente tediosa, captada en Génesis 3:8-10.
Y oyeron al Señor Dios que se paseaba en el huerto al fresco del día; y el hombre y su mujer se escondieron de la presencia del Señor Dios entre los árboles del huerto. Y el Señor Dios llamó al hombre, y le dijo: “¿Dónde estás?”
Y él respondió: “Te oí en el huerto, y tuve miedo porque estaba desnudo, y me escondí”.
¡Qué momento tan triste! Aquí tenemos a un hombre creado para hacer que los límites de su vida alcanzaran los límites de la gloria de Dios más lejanos. Aquí tenemos a uno que fue creado para obtener su identidad, significado y propósito de una relación íntima con Dios. Aquí tenemos a una persona cuyas palabras, pensamientos, deseos y hechos debían ser formados por una sumisión y adoración sincera a su Creador. ¿Qué lo hallamos haciendo? Escondiéndose temerosamente cuando Aquel, quien se supone que debe ser su vida, se acerca.
La tristeza de esta escena penetra mucho más profundamente que la religión y espiritualidad racional. ¡Se trata de una pérdida aplastante de trascendencia, significado y propósito! Esconderse de su Creador es esconderse de su verdadera identidad. Él ha hecho la única cosa que nunca, jamás, se suponía que debió hacer. En un momento de rebeldía consciente, él ha tratado su vida como si no fuera más grande que su vida. Como resultado, su reacción ante la presencia de Dios no es deleite y amor, sino culpabilidad y temor. Él sabe lo que ha hecho. Él ha abandonado la gloria trascendente para la cual fue creado y ha elegido una gloria substituta: tomar para sí mismo la gloria que solamente Dios debía tener. Él ha reducido las fronteras de su vida a sus propios deseos, necesidades y anhelos. Es el pequeño mundo de la autonomía, demasiado pequeño para que la vida verdadera pueda, algún día, existir allí. Este mundo egocéntrico carece del oxígeno de la relación con Dios. No es un lugar de vida. Es un lugar de muerte.
¡Qué triste! Creados para más, Adán y Eva eligen menos a cambio. Olvidando quiénes eran, intentaron encontrar vida fuera de Dios, pero lo que hallaron en cambio fue muerte.
LA AUTONOMÍA Y LA TRASCENDENCIA
¿Qué fue lo que la Serpiente les ofreció a Adán y a Eva que era lo suficientemente atractivo para que ellos sopesaran apartarse de lo central para lo que fueron creados? Les ofreció una gloria independiente. Si ellos tan solo daban el paso voluntariamente para salir, podían ser seres trascendentes iguales a Dios. La palabra para esto es autonomía. Esta es la mentira (y una que sigue siendo susurrada diariamente en los oídos de las personas): “La clave para la trascendencia verdadera es la autonomía”. Sin embargo, eso era una mentira malvada y cruel. La búsqueda de la autonomía siempre aplasta la trascendencia. En vez de las enormes glorias de vivir para la gloria de Dios, terminó con pequeñas sombras de gloria llenando el cubículo tenue de mi propia gloria. Tal como 2 Corintios 5:15 aclara, los seres humanos nunca fueron diseñados para “vivir para sí mismos”. Entonces, cuando Jesús me toca con su gracia rescatadora, ¡Él me está libertando de la atadura que me hice a mí mismo!
Desde ese momento horrible en el jardín del Edén, cada ser humano ha tenido la tendencia de confundir la autonomía con la trascendencia. La inercia del pecado siempre está alejada del Creador y en dirección a nosotros mismos. Y que se sepa que esta no solo es la lucha del no creyente; también es la lucha del creyente. En tanto el pecado aún habite en nuestro corazón, la autonomía estará en guerra con la trascendencia. Somos muy capaces de minimizar las promesas, las glorias y las esperanzas trascendentes del evangelio al tamaño de nuestra vida, olvidando que, por la gracia de Dios, hemos sido rescatados de nuestro cubículo autoconstruido y somos bienvenidos a la vasta amplitud del reino de Dios. Un día, la guerra entre la independencia y la trascendencia terminará, y nosotros viviremos en la gloria, con gloria, para siempre.
HASTA ENTONCES
Una vez, tuve un amigo que contrató a un constructor para que le hiciera una casa nueva para su familia. Su presupuesto era muy limitado, así que ellos solamente podían pagarle a un constructor para que les pusiera un techo sobre su cabeza e hiciera toda la parte de carpintería gruesa. Ellos tuvieron que completar todo el trabajo de los acabados interiores después de que ya se habían mudado a su “nueva” casa. Recuerdo que me dijo: “Estamos muy agradecidos por nuestra casa nueva, pero tenemos que estar recordándonos que la obra no ha sido terminada, y que debemos estar enfocados y trabajando hasta que lo esté”. De la misma manera, cada uno de nosotros debería estar profundamente agradecido por nuestra inclusión en la familia de gracia de Dios. Deberíamos estar muy emocionados acerca de la manera en que la gracia ha cambiado radicalmente nuestra vida. Pero también debemos estar conscientes de que Dios todavía no ha terminado su obra en nosotros. Sí, cada día, de alguna manera, tú y yo demostramos que todavía hay trabajo que hacer. Quizá sea una palabra de irritación. Tal vez se demuestre en un momento de egoísmo o de avaricia. Quizá sea que nos neguemos a admitir que estamos equivocados o que estamos dispuestos a trasladarle la culpa a alguien más. Podría revelarse en un pensamiento de lujuria o a transigir en una convicción bíblica. Tal vez sea en los conflictos que son muy frecuentes en mi matrimonio o con mis hijos. Quizá sea en mi falta de voluntad para aceptar mi estado laboral o financiero. El punto es que ahí está la evidencia de que la obra de la gracia de Dios, en la vida de cada uno de nosotros, todavía no está terminada.
Debido a esto, hay dos cosas que yo debo tener presentes siempre.
La tendencia constante de tratar mi vida como si no fuera más grande que mi vida. Todos debemos estar examinado los lugares donde aún tendemos a “vivir para nosotros mismos”. Quizá esto resulte como estar más emocionados en lo personal por la adquisición de una cosa material que por el crecimiento en mi relación con el Señor. Tal vez se manifieste como estar en conflicto con otra persona porque es un obstáculo hacia algo que estoy convencido que necesito. Quizá sea comer o gastar más de lo que debo. Tal vez se exhiba por medio de un deseo más fuerte de “ganar” en la conversación que el de tener unidad amorosa. Quizá sea que estar involucrado en mi iglesia local se ha reducido a un espacio el domingo en un horario personal ya demasiado ocupado. Hay una gran tentación en todos nosotros a reducir, al tamaño de las preocupaciones personales de nuestra vida, todo lo que Dios nos ha enseñado y ha hecho en nosotros. Sí, está bien emocionarse. La obra de Cristo te ayudará a tener un matrimonio mejor, a ser un amigo mejor, a disfrutar mejor la relación con tus hijos y a hacer un trabajo mejor. Es cierto que si tratas con los problemas de tu corazón, progresarás en todas esas áreas. Sin embargo, Dios te ha llamado a un círculo de interés más grande que tu propia vida. Como ves, cuando Dios por su gracia entra en nuestra vida, Él no está obrando tanto como para hacer que nuestro reino funcione, sino que nos está llamando a emocionarnos con un reino mucho más grande y a dedicarnos a él.
CUANDO DIOS POR SU GRACIA ENTRA EN NUESTRA VIDA, ÉL NO ESTÁ OBRANDO TANTO COMO PARA HACER QUE NUESTRO REINO FUNCIONE, SINO QUE NOS ESTÁ LLAMANDO A EMOCIONARNOS CON UN REINO MUCHO MÁS GRANDE Y A DEDICARNOS A ÉL.
La mayoría de nosotros ha aprendido la manera de celebrar nuestra inclusión en la obra magnífica y gloriosa de Dios, mientras que atendemos funcionalmente lo poco que no nos señala directamente. Al hacerlo, hemos cristianizado nuestra autonomía. Esencialmente, le estamos pidiendo a Dios que respalde nuestro intento de minimizar las glorias trascendentes de su reino al tamaño de nuestro círculo de interés personal. Y aunque estamos tratando de vivir dentro de los límites de Dios, aun así hemos fabricado una vida donde el “yo” está en el centro. Es muy posible, por nuestro cristianismo, ser muy estrechos y egoístas y no estar conscientes de la minimización.
Debemos tener presente que la caída fue un desastre total. Repito, es difícil