—Si eres Hijo de Dios, échate abajo, porque escrito está: “A sus ángeles mandará acerca de ti, y en sus manos te llevarán, de modo que nunca tropieces con tu pie en piedra”.
El diablo sabía perfectamente que una caída desde esa altura le causaría la muerte. Así que insistió: Vamos, échate abajo, porque si eres Hijo de Dios él te protegerá de todos los peligros, como está escrito. ¡Demuéstralo arriesgando tu vida! Jesús jamás dudó que Dios estaba con él y tampoco tenía que demostrarlo con ningún acto espectacular como proponía el diablo.
Entonces le respondió:
—Además está escrito: “No pondrás a prueba al Señor tu Dios”.
Otra vez le llevó el diablo a un monte muy alto, y le mostró todos los reinos del mundo y la gloria de ellos, y le dijo:
—Todo esto te daré, si postrado me adoras.
Jesús contempló la grandeza que se desplegaba ante sus ojos, la hermosura de las ciudades, el brillo de las armas de los ejércitos, el ruido de las voces humanas como el ruido de un mar lejano, la plenitud de la vida de un mundo en movimiento que podía rendirse fácilmente a sus pies. Pero él no había venido para ser un Mesías militar y político ni para recibir gloria humana. No dudó ni un instante y respondió:
—Vete, Satanás, porque escrito está: Al Señor tu Dios adorarás y a él solo servirás.
Jesús utilizó las Escrituras como su autoridad final para enfrentar al Enemigo. El diablo comprendió que había sido derrotado, entonces le dejó; y he aquí vinieron ángeles y le servían.
Jesús volvió a mirar la llanura desolada y estéril. Todavía sentía el sabor amargo que le había dejado la presencia del enemigo de su alma. Pensó en la forma tan astuta en que había intentado seducir su corazón. Y sintió compasión por los seres humanos. Era necesario que él también experimentara la tentación para poder identificarse plenamente con ellos. Aunque sin pecado, iba a compadecerse de las debilidades. Él iba a interceder ante el Padre para socorrerlos.[24] En el futuro, cuando los seres humanos leyeran esta historia se sentirían fortalecidos, pues él había demostrado que frente a las grandes tentaciones de la vida se puede salir airoso en el poder de su Espíritu y mediante su Palabra. Además, debían confiar que de alguna manera frente a la tentación él les mostraría la salida para que pudieran resistir.[25] Porque “El ladrón no viene sino para matar hurtar y destruir”. Él había venido para prodigar vida. Y vida en abundancia.[26]
¡Debía comenzar cuanto antes su misión!
Capítulo 8
BUSCANDO NUEVOS AMIGOS [27]
Los ojos de Jesús se posan en las pequeñas embarcaciones que se mecen al compás de las olas del mar de Galilea. Vistas desde donde él se encuentra semejan un cuadro hermoso, un paisaje marino que evoca la quietud y al mismo tiempo la fuerza y la braveza de las aguas. Pues, por estar situado en una hondonada entre las montañas que lo rodeaban, el mar estaba sujeto a repentinas y violentas tormentas. Pero aquella mañana las aguas se mecían apacibles. Capernaúm, ciudad marítima en la región de Zabulón y Neftalí, tal como había sido profetizado, empezaba a ver la luz.[28]
Pero Jesús está mirando más allá del hermoso paisaje, él siempre mira más allá de las circunstancias. Ahora sus ojos se detienen sobre dos personas a las que conoce bien, aunque estas todavía no lo sepan. Dos hermanos —Simón y Andrés— arrojan sus redes en el mar. Sus brazos corpulentos lanzan y jalan. Tienen la piel oscura y tosca por estar expuestos constantemente a los rayos solares. Sus rostros jóvenes están marcados por algunas grietas casi imperceptibles, que recuerdan noches de fatiga, días sin descanso, largas jornadas de trabajo. Pero Jesús sabe que pronto eso terminará. Les esperan kilómetros de recorrido a su lado, como pescadores de hombres.
La multitud se agolpa al reconocer a Jesús. Tienen sed de la Palabra. Él sonríe: tiene para darles una bebida mucho más dulce que las aguas del lago. Jesús busca un lugar desde donde predicar, un lugar donde todos puedan verlo, pues su voz es potente y se vuelve más potente aún cuando enseña las verdades del reino. Pero donde está, al mismo nivel que la gente, no todos pueden distinguirlo. Entonces se acerca a la barca de Simón y pide que le permita enseñar desde allí a la multitud. Simón accede, no entiende por qué le sería difícil negarle algo a ese hombre de mirada serena, y él también queda atrapado por su doctrina. Pero luego se sorprende más aun, cuando le ordena remar hacia adentro para volver a lanzar las redes.
—Maestro, toda la noche hemos estado trabajando y nada hemos pescado —Pedro estaba realmente frustrado. Como pescador una vez más había saboreado el sabor del fracaso. Sin embargo, no puede terminar la protesta, el rostro del Maestro sereno y sonriente lo lleva a pronunciar otras palabras—: Pero en tu palabra echaré la red.
Y la echa sobre las aguas, en obediencia, sin esperar ninguna sorpresa; la decepción de la larga jornada nocturna había calado en su ánimo. De pronto, siente que algo jala con fuerza hacia abajo. Es el peso de la red que ha desnivelado la posición de la barca. Pedro ríe y su risa contagia a Jesús quien ríe también. Andrés grita de alegría. Ambos hermanos arrastran con fuerza la red, se mojan, Jesús les ayuda, pero aun así no pueden, la enorme cantidad de peces empieza a romper la red. Entonces llaman a gritos a Jacobo y Juan, quienes se encuentran a unos metros de distancia:
—Vengan, ayúdenos, no podemos solos con tantos peces.
—Señor, tú sabías esto… —de pronto el rostro de Pedro se contrae, ha entendido algo. Solo el Señor del universo sería capaz de hacer subir los peces de día para que llenaran una red. Percibe que Jesús es una presencia santa y poderosa. Y que no es ajeno a las necesidades del ser humano. Entonces cae de rodillas.
—Señor, aléjate de mí porque soy un hombre pecador.
¿Alejarse? Jesús no quiere alejarse. ¡Si se ha aproximado a ellos para que sean sus amigos, para darle un sentido diferente a su existencia! Allí tienen la mejor pesca de su vida. Pero es tiempo de elegir.
—No temas, desde ahora serás pescador de hombres.
Parece una locura. ¡La pesca más extraordinaria de sus vidas, y la dejan a cargo de los ayudantes! Pues los cuatro: Pedro, Andrés, Jacobo y Juan, dejándolo todo, le siguieron.
Capítulo 9
TAN SOLO UN PESCADOR [29]
Pedro, acostumbrado a responder con dureza, no halla palabras para negarse. Y no las encuentra porque en el fondo de su corazón no quiere negarse a seguirlo. Pero le parece tan descabellado. ¿Qué haría un hombre tosco y rudo como él al lado de un rabí? Acostumbrado solo a descifrar el lenguaje del mar, a invertir sus horas lanzando y jalando redes que no siempre fueron pródigas, a obedecer las órdenes del tiempo bueno o malo para la pesca. ¡Ahora sería un pescador de hombres! Mira a Andrés, tal vez su hermano pudiera devolverle la cordura, pero no, Andrés está más ensimismado que él. Había conocido antes a Jesús y justamente él lo había llevado por primera vez a su encuentro, asegurándole que se trataba del Mesías. Pero si realmente era el Mesías, ¿por qué no reclutaba un ejército? ¿Por qué se empeñaba en rodearse de gente sencilla como ellos? Personas sin dinero, sin experiencia, sin influencia.
¿Cuál era el sello de su realeza? ¿Por qué no portaba una corona como los grandes reyes? ¿Por qué su apariencia común y humilde? ¿Acaso las profecías no hablaban de liberación, de victoria, de un reino poderoso? ¿Cómo iba el Mesías a conquistar un reino con gente como ellos? No, no resultaría…Pero ¿por qué no podía negarse? ¿Por qué su presencia lo atraía como un imán y sus palabras lo conmovían profundamente? ¿Por qué de pronto estaba dispuesto a dejarlo todo por seguirlo? Piensa en su mujer y sus hijos. ¿Cómo les explicaría una decisión tan inaudita?
Jesús pronunció su nombre. Y al oír aquella voz entendió que todo quedaba atrás y que él jamás volvería a ser el mismo.
Capítulo