Coherente con su trayectoria vital, Amalia Carvia desautorizaba a quienes seguían poniendo en cuestión el voto femenino. Desde su perspectiva, no se trataba ya de preguntarse si el voto era una cuestión de «feministas o antifeministas». Había llegado la hora de «la mujer» y correspondía ponerse al servicio de la ley para «allanar los obstáculos y preparar a la ciudadana de forma que comprend[iera] lo que se va a poner en sus manos».[108]Por ello, animaba también a que las agrupaciones solicitaran al PURA ejemplares de la Constitución para divulgarla, y que el pueblo español conociera el Código y supiera apreciar «el valor de las leyes y se aficion[ase] a practicarlas». Esa era también la tarea formativa de las agrupaciones que debían colaborar para que las mujeres conocieran la Constitución y aprendieran a «valorar [sus] derechos de ciudadanas».[109]
La Agrupación Femenina «Entre Naranjos», de la que Amalia Carvia era Presidenta de honor, fue la única que hemos localizado que impartía entre sus socias clases nocturnas para que «aprendieran a leer y a escribir» y «se ilustraran». En el anuncio de las clases, se dirigían a los hombres solicitando su colaboración, e increpándoles con las siguientes palabras: «Si no les ayudáis, nos veremos obligadas a deciros que sois de la misma opinión que los borbones; solo a estos les convenía que viviéramos en la más completa ignorancia».[110]
En enero de 1932, la Agrupación «Entre Naranjos» tributó un homenaje a Amalia Carvia que compartió, de algún modo, con su hermana Ana. En el acto hablaron destacadas figuras del blasquismo: tanto Alejandro López como el doctor Mariano Pérez Feliu reconocieron su «trabajo en pro de la escuela laica y los niños valencianos». Francisco Rubio dirigió unas frases de admiración a doña Amalia y a la agrupación femenina promotora del acto «que sab[ía] premiar la labor de las mujeres del siglo pasado que s[ervían], como la homenajeada, de ejemplo a las mujeres de hoy».[111]En otros discursos se hicieron llamamientos para que el colectivo femenino, cuando ejerciera el sufragio, diese un «mentis al clericalismo» que con el voto de la mujer pretendía derrocar a la República. Pocos días después, se publicó el discurso íntegro que había pronunciado Amalia Carvia en el acto de su homenaje. Sus palabras reconocían la labor de quienes formaron las redes del feminismo laicista finisecular: «¡Hermanas queridas! ¡Compañeras de lucha e infortunio!». Entre ellas nombraba a Rosario de Acuña, María Marín, Soledad Areales, Dolores Ferrer, Amalia Domingo Soler, Ángeles López de Ayala, su hermana Ana Carvia y otras más; «que trabajaron con valentía y constancia por la emancipación del pensamiento y la dignificación de la mujer, arrancándolas de las sacristías y de los confesionarios». A aquellas mujeres, la mayoría ya fallecidas, dedicaba el homenaje que, decía, «no era para ella, sino para el ideal que todas ama[ron]».[112]
Una vez que se inició la campaña electoral en las primeras semanas de noviembre de 1933, sólo tres mujeres, Josefina Lorente, Vicenta Borreda y Carmen Sánchez, participaron en los actos y mítines de propaganda. Cabe también señalar que el PURA no llevaba ninguna representación femenina entre sus candidatos.[113]Por esas mismas fechas, mujeres que ostentaban el cargo de Presidenta de alguna AFR, como la propia Amalia Carvia, Paula de la Cal y Lerroux, Concha Brau o la maestra Vicenta Borreda, escribieron diferentes artículos dirigidos a las futuras electoras en el diario El Pueblo. En la mayoría de ellos se resaltaba la importancia que el voto femenino revestía en la consolidación de la República y sus valores. También se solicitaba a las mujeres un voto meditado y centrado para elegir un Gobierno de «orden y respeto», que se alejara de los extremismos tanto de la izquierda como de la derecha. En algunos casos, se pedía abiertamente el voto para la candidatura «del gran Partido Autonomista de Valencia» y, en otros, se recordaba que las valencianas debían no defraudar las esperanzas puestas en ellas por la Constitución, que «tras siglos de esclavitud había concedido a las mujeres sus derechos». Los discursos que en años anteriores hacían referencia al valor de las mujeres para el partido, como defensoras de la laicidad y de los valores republicanos en el ámbito familiar, habían sido sustituidos por los que remarcaban su poder decisivo a la hora de ejercer el sufragio.[114]
Nada más producirse las elecciones, y pese a que el PURA conservó la mayoría en la capital y en la provincia, aunque habían concurrido solos a las elecciones y en 1931 fueron con los socialistas y Acción Republicana, algún artículo de El Pueblo acusaba a «la mujer, recién nacida a los derechos políticos» de dejarse seducir por «impresión de hechos religiosos», y solicitaba que por este motivo se enmendase legalmente y cuanto antes, la cuestión del voto femenino «que constituía un peligro para la República».[115]Contrariamente, Amalia Carvia defendía incluso el hecho de que las monjas de clausura hubieran obtenido permiso para ir a votar y afirmaba: «bienvenidas sean esas enemigas si se acogen a las leyes del progreso, y esos umbrales que ahora han traspasado pueden quedar como camino abierto al paso de esos tristes seres».[116]
Tras las elecciones de 1933, la cultura política compartida por los blasquistas continuaba actuando como elemento cohesionador, donde hombres y mujeres representaban y daban distintos significados a las experiencias femeninas, produciendo identidades colectivas y tratando de definir y redefinir sus diferentes intereses