En sentido antropológico, propongo entonces la siguiente definición de nación: es una comunidad política imaginada, e imaginada como intrínsecamente limitada y soberana.
Es imaginada porque incluso los miembros de la nación más pequeña nunca sabrán mayor cosa de la mayoría de sus conciudadanos, no los conocerán y ni siquiera oirán hablar de ellos; sin embargo, en la mente de cada uno de ellos vive la imagen de su comunión. (8) Renán se refirió a esta imaginación con su habitual sutileza cuando escribió: “Ahora bien, pertenece a la esencia de la nación el que todos los individuos tengan muchas cosas en común y también el que todos hayan olvidado muchas cosas”. (9) Con cierta ferocidad, Gellner apunta a algo similar cuando afirma: “El nacionalismo no es el despertar de las naciones a la autoconciencia: más bien inventa naciones allí donde no existen”. (10)
El trasfondo de esta formulación, no obstante, es que Gellner está tan ansioso por mostrar que el nacionalismo se disfraza bajo falsas pretensiones, que asimila “invención” a “fabricación” y a “falsedad”, en lugar de asimilarla a “imaginación” y “creación”. De este modo, supone la existencia de comunidades “verdaderas” contrapuestas ventajosamente a las naciones. De hecho, todas las comunidades mayores que las aldeas primordiales donde se da el contacto cara a cara (y quizás también éstas) son imaginadas. Las comunidades deben distinguirse no según el criterio de su falsedad o de su autenticidad, sino según el estilo en que son imaginadas. Los aldeanos javaneses supieron desde siempre que estaban conectados con gente a la que nunca habían visto, pero alguna vez estos vínculos fueron imaginados en términos particularistas, como redes clánicas y clientelísticas que pueden ensancharse indefinidamente. Hasta hace poco la lengua javanesa no disponía de una palabra para significar la abstracción “sociedad”. Hoy en día podemos pensar en la aristocracia francesa del ancien régime como una clase, pero seguramente fue imaginada de esta manera muy tardíamente. (11) A la pregunta “¿quién es el conde de x?”, la respuesta normal no hubiera sido “es un miembro de la aristocracia”, sino “el lord de x”, “el tío del barón de y” o “un cliente del duque de z”.
La nación es imaginada como limitada porque la mayor de ellas, la que cuenta tal vez con mil millones de habitantes, tiene límites finitos aunque elásticos, más allá de los cuales hay otras naciones. Ninguna nación se imagina a sí misma como coextensiva con la humanidad. Ni siquiera los nacionalistas más mesiánicos sueñan con el día en que todos los miembros de la raza humana vengan a unirse a sus naciones del modo en que era posible en algunas épocas, por ejemplo, que los cristianos soñaran en un planeta totalmente cristiano.
La nación se imagina como soberana porque el concepto surgió en una época donde la Ilustración y la Revolución estaban socavando la legitimidad de los reinos dinásticos jerárquicos divinamente regulados. Llegadas a la madurez en una etapa de la historia humana en donde aún los más devotos adherentes de cualquier religión universal tuvieron que confrontarse inevitablemente con el pluralismo viviente de tales religiones y con el alomorfismo entre los reclamos ontológicos de cada fe y su extensión territorial, las naciones sueñan con ser libres y, cuando es bajo la autoridad de Dios, directamente así, sin mediaciones. La garantía y el emblema de esta libertad es el Estado soberano.
Finalmente, es imaginada como una comunidad porque, pese a la actual desigualdad y explotación que pueden prevalecer en cada una de ellas, la nación se concibe siempre, a lo sumo, como una profunda camaradería horizontal. En última instancia es esta fraternidad lo que ha hecho posible en los dos últimos siglos que millones de personas no tanto mataran, sino murieran voluntariamente por estas limitadas imaginaciones.
Tales muertes nos enfrentan abruptamente con el problema central planteado por el nacionalismo: ¿qué es lo que hace que las reducidas imaginaciones de la historia reciente (no más de dos siglos) hayan generado tan colosales sacrificios? Creo que un principio de respuesta se encuentra en las raíces culturales del nacionalismo.
Bibliografia
GELLNER, Ernest, Thought and Change, Weidenfeld and Nicolson, Londres, 1964.
HOBSBAWM Eric, The Age of Revolution, 1789–1848, Mentor, Nueva York, 1964.
KEMILÄINEN, Aira, Nationalism: Problems Concerning the Word, the Concept and Classification, Kustantajar, Jyväskylä, 1964.
MARX, Karl y Engels, F. The Communist Manifesto, vol. I, en Selected Works, Foreign Languages Publishing House, Moscú, 1958.
NAIRN, Tom, The Breakup of Britain, New Left Books, Londres, 1977.
RENAN, Ernest, “Qu’est–ce qu’une nation?”, en Œuvres Complètes, vol. I, Calmann–Lévy, París, 1947–61, pp. 887–906.
SETON–WATSON, Hugh, Nations and States. An Inquiry Into the Origins of Nations and the Politics of Nationalism, Westview Press, Boulder, Colorado, 1977.
*- Benedict Anderson, Imagined Communities. Reflections on the Origin and Spread of Nationalism, Verso Editions and nlb, Londres, 1983, pp. 12–16, en la décima edición de 2000, pp. 2–7. Traducción de Gilberto Giménez.
1- Quienquiera tenga dudas sobre la afirmación de esta semejanza del Reino Unido con la URSS bajo este aspecto, debería preguntarse a qué nacionalidad remite el término Reino Unido: ¿a la nacionalidad brito–irlandesa?
2- Eric Hobsbawm, “Some Reflections on ‘The Breakup of Britain’”, en New Left Review, núm. 94, septiembre–octubre de 1977, p. 13.
3- Ver, su Nations and States, p. 5.
4- Ver, su “The Modern Janus” en New Left Review., núm. 94, noviembre–diciembre de 1975, p. 3. Este ensayo se encuentra también en The Breakup of Britain como capítulo 9 de la obra, pp. 329–363.
5- Karl Marx y Friedrich Engels, The Communist Manifesto, en The Selected Works, vol. I, p. 45. En cualquier exégesis teórica, las palabras “por supuesto” deberían encender luces rojas para el lector entusiasmado.
6- Como anota Aira Kemiläinen, los “padres fundadores” gemelos de la erudición académica sobre el nacionalismo, Hans Kohn y Carleton Hayes, argumentan persuasivamente a favor de esta fecha. En mi opinión sus conclusiones no han sido seriamente cuestionadas, salvo por algunos ideólogos nacionalistas de ciertos países. Kemiläinen observa también que el término “nacionalismo” no fue empleado en forma generalizada sino hasta fines del siglo XIX. No aparecía, por ejemplo, en muchos diccionarios del siglo XIX. Cuando Adam Smith evoca la riqueza de las “naciones” se refiere con este término sólo a “sociedades” o estados. Aira Kemiläinen, The Nationalism, pp. 33 y 18–49.
7- The Breakup of Britain, p. 359.
8- Cf. Seton–Watson, Nations and States: “Todo lo que puedo decir es que una nación existe cuando un número significativo de personas en una comunidad se consideran como fundadores de una nación o se comportan como si formaran una nación”. Podemos cambiar “se consideran” por “se imaginan” (p. 5).