Circe. Eduard All. Читать онлайн. Newlib. NEWLIB.NET

Автор: Eduard All
Издательство: Bookwire
Серия:
Жанр произведения: Языкознание
Год издания: 0
isbn: 9788418996870
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habitación en penumbras y el confort de un lecho. La idea de no asistir a su próxima materia revoloteó incesante en su cabeza. «No, no debía incumplir con el reglamento —se dijo—. ¡Mucho menos en su primer día!».

      Los altavoces emitieron la voz de la profesora Hallton.

      —Atención, estudiantes, atención… El programa de estudio previsto para este día ha sido suspendido en vista de que se les hace necesaria una previa familiarización con el colegio y sus compañeros. Valiéndonos de que hoy es domingo, nos daremos el lujo de esta cobertura, pero mañana a primera hora se restablecerá el orden del día con todo rigor y apremio. Nuestras disculpas y una última cosa, no olviden las reglas.

      La voz de Hallton dejó de resonar en sus oídos, quedó solo el bullicio de los jóvenes que corrían en tropel por los corredores.

      Circe vio los cielos abiertos. Subió al dormitorio tan pronto desbloquearon el paso hacia el piso superior.

      —Ojalá la cama no sea dura como la del orfanato.

       CAPÍTULO 4

       LA CARTA MISTERIOSA

      El dormitorio era inmenso, mucho, muchísimo más grande que el dormitorio del orfanato. Se trataba de una habitación con dos filas de camas y escaparates alternados, varias lámparas colgantes, dos ventanales y una preciosa decoración arbórea. A pesar de su cansancio, Circe no pudo hacer caso omiso a tal obra maestra. Las enredaderas se entretejían en lo original de un cielo raso. Había ramilletes de flores, adornos hechos con pétalos y raíces, y una estupenda colección de bonsáis sobre las repisas.

      Ella buscó la lámina con su nombre.

      Su escaparate estaba cuidadosamente ordenado, colmado de ropas y accesorios para su aprendizaje. Entonces tomó una ducha y para cuando regresó a la habitación conjunta, el revuelo de chicas habladoras, poses y fotografías había terminado. Todas habían decidido ir a conocer el edificio.

      —¡Qué maravilla, Dios mío! —fueron sus últimas palabras antes de sucumbir en un profundo sueño.

      A la mañana siguiente se despertó temprano.

      —¿Qué hora es?

      —Hora de que te despiertes —le contestó Margarita con la mirada fija en su reflejo; se cepillaba el cabello—. Te esperamos la tarde entera.

      —¡Esperamos! ¿Quiénes?

      —Marina y yo… ¡Ah, olvidé presentarlas! —Le hizo señas a una muchacha pelirroja que forcejeaba con su mochila—. No cabe nada más, Marina. ¡No sé qué llevas!

      —Todo cuanto necesito: mis medicamentos para la alergia, un abrigo, gafas de sol, hilo, aguja, tijeras…

      —Ya, no digas nada más. ¡Ni que fueras de excursión! Si necesitas algo vienes y lo buscas. No cargues con ese montón de cosas.

      —Aquí llevo lo necesario, el resto lo tengo guardado. —Alzó la sábana para descubrir un par de maletas debajo de la cama y luego señaló otras tres sobre su escaparate personal.

      —¡Vaya, tú si estás equipada! —le dijo Circe.

      —Es un placer conocer a la chica de la profecía.

      —El placer es recíproco.

      —Dile, Mary, cuántas veces vinimos buscándola ayer. Dormías como un roble. Ni cuando el director de la Casa de las Patentes me mandó a llamarte, conseguí despertarte.

      —¡El director Teodoro estuvo aquí!

      —Pues sí, estuvo y preguntó por ti. —Margarita se contempló una vez más en el espejo—. Apresúrate, aquí no toleran las tardanzas.

      —¿Te dijo para qué me quería?

      —No, no lo dijo.

      Circe se quedó intrigada.

      Algún motivo debió surgir para que Rabintoon fuera a verla, pues horas antes había estado con él. «¿Qué ocurriría?», se preguntó. Y de inmediato en su mente se agolparon varias razones:

      «Quizás traía noticias del orfanato, después de todo no supo cómo quedaron las cosas por allá; pero no, esa causa no movería a Rabintoon con tal prontitud. Su temprana necesidad de buscarla sugería un motivo de mayor envergadura. Eso podría acuñarlo como seguro. O bien descubrió un artificio en su contra y venía a alertarla, o faltaron argumentos en su reciente charla. La verdad no se encontraba satisfecha con su conversación. Persistían las dudas y las cuestiones no abordadas».

      Inmersa en estos pensamientos se arregló para bajar a desayunar.

      Ya abajo, se halló en medio de un comedor de lujo. Suntuosas mesas de manteles dorados se esparcían distribuidas en armonía a lo largo del recinto; con sus bancos de cedro y sus cubiertos de plata. El piso era de granito pulido y las paredes exhibían un llamativo muestrario de una finísima vajilla irlandesa. La cubierta resultaba ser un fresco colmado de manjares.

      Las tres jovencitas buscaron platos para comer algunas de aquellas delicias. Encontraron cestas con frutas, baguettes, croissants y pequeñas golosinas; además de neveras surtidas con variedad de jugos y helados. Circe no atinaba a qué comer ante aquella opulencia. Estaba acostumbrada a sus tostadas con mantequilla y su jarra de leche, pero ahora tantas opciones la hacían vacilar.

      Finalmente se decidió por un tazón de helado y bizcochos.

      —Mira al profesor Kroostand, ¡parece que no hubiera comido en años! —se burló Marina.

      Ella lo miró con disimulo. El educador devoraba una lonja de melón como quien forcejea para no perder su botín.

      —Es cierto, come como un cerdo.

      Recreándose con su glotonería las tres comieron sus bocadillos. Restaban suficientes minutos para asistir puntuales a clases. Luego Circe se entretuvo viendo marcharse a varios profesores y, en el recorrido de sus ojos por la cuenca, su miramiento acabó por fundirse con la mirada de Daniel, uno de los chicos del grupo de cabellos erizados. Ninguno cambió la vista.

      —¿A quién miras, Circe? ¿A Daniel?

      —¿Qué? —Volvió en sí.

      —¿Te gusta ese chico?

      Por primera vez la asustó una pregunta.

      —No, ¡cómo crees! Solo pensaba.

      —¿Mirándolo a él?

      —No… mirando… en esa dirección, pero no precisamente a él. —Por vergüenza mintió.

      —¿Y en qué pensabas? —Margarita le siguió la corriente.

      —En nuestra conversación de ayer. —Se le ocurrió—. ¿Por qué no terminas de contarme? Tus palabras me han tenido pensando.

      —Está bien, tú ganas. Pero hablemos bajo. Nadie puede enterarse. No tengo pruebas.

      —Te escucho.

      —Hace años el padre de Katherine sirvió de abogado a Corvus. Mis padres me contaron que, aunque las evidencias eran indiscutibles en relación con el intento de homicidio contra su hermana Nélida, Enmendol Grousand lo defendió con cuanto argumento pudo. Por fortuna se hizo justicia y Corvus cayó en prisión, pero unos días después misteriosamente escapó. Precisamente el día de la visita de Enmendol… Se piensa que ya sabes quién fue el que lo ayudó en su fuga. —Tomó aliento—. Entonces, Circe, un hombre así no puede ser una buena persona, y si lo ayudó antes, también lo está ayudando ahora… —Margarita echó una ojeada a su alrededor—. No quiero asustarte, amiga. Corvus después de su fuga se ha fortalecido grandemente como líder del Ejército Oscuro. Hasta se rumorea que él hizo un pacto de sangre con una criatura desconocida…

      —Sí, Nélida me comentó de ese pacto.