Circe. Eduard All. Читать онлайн. Newlib. NEWLIB.NET

Автор: Eduard All
Издательство: Bookwire
Серия:
Жанр произведения: Языкознание
Год издания: 0
isbn: 9788418996870
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diciendo, pequeña? —dijo Gudy asustado—. Si te entregas te va a matar.

      —¡Déjala! Circe es una jovencita muy sabia… Ven, querida, ven aquí.

      Corvus había soltado a Nélida. La anciana jadeaba tumbada en el suelo.

      —Está bien, pero antes aléjese de ella.

      El señor de negro sonrió.

      —Tú sí sabes negociar. —Se alejó lentamente.

      Ella tenía en su mente un plan. Debía coordinarlo todo a la perfección. No podía darse el lujo de fallar.

      Gudy socorrió a la anciana. Estaba pálida, palidísima, acentuada de arrugas y con una tos realmente incómoda.

      —¿Qué esperas? Ven conmigo y la vida de ellos les será perdonada.

      Circe experimentó en sus adentros una voz como de trueno: ¡AHORA!

      Caminó con el triángulo de vidrio fuera de la vista de su enemigo.

      —Tomaste la decisión correcta.

      —De eso no tengo la menor duda.

      Con la rapidez de un lince saltó, cortó la cuerda y ¡zas!, la lámpara se le vino encima a Corvus. Ante la sorpresa, él no consiguió apartarse.

      Esto produjo un estruendo de tal grado, que no se ocultó para ningún oído en los pisos superiores.

      El enano la miró perplejo, boquiabierto.

      Por otro lado, Nélida lucía petrificada ante aquel cuerpo inerte.

      —¡Pudiste… detener a… Corvus! Eres la primera persona que lo logra.

      Circe no sabía qué decir, ella misma estaba asombrada por la precisión de sus cálculos. Nunca antes peleó por su vida, ni había tenido motivo de hacer tal destrozo y mucho menos de herir a una persona.

      —Parece que Teodoro estaba en lo cierto.

      —Sí, realmente ella es la Elegida —concluyó Nélida—. Ahora será mejor irnos. Esto para nada ha terminado.

      Ninguno de los tres se había percatado de que el personal del orfanato los observaba al pie de la escalera. Atisbaron atónitos cómo corrieron, salieron y emprendieron la marcha a rumbos desconocidos.

      Los presentes contemplaron incrédulos aquel panorama de destrucción. El vestíbulo estaba en penumbras. Los retratos, hechos trizas, los empujaban con sus zapatos al caminar.

      Al pararse frente a la lámpara notaron que debajo yacía alguien. De inmediato el grupo acordó levantarla. Les costó trabajo, hasta que al fin pudieron quitarla de encima de aquel intruso.

      —¿Está muerto? —Quiso saber una educadora.

      —¡Por supuesto! ¡Quién sobreviviría a tal accidente! —concordaron otros dos.

      Uno de los custodios se arrodilló, colocó la mano en el cuello y luego puso ambas manos en el pecho del supuesto difunto. Parecía no existir ninguna probabilidad de vida: su corazón no latía ni tampoco respiraba.

      —Parece muerto.

      El grupo entero entrelazó miradas. Sus semblantes decaían de pensativos a preocupados.

      —Esta escena me resulta extraña —confesó la educadora—. Es inconcebible lo ocurrido aquí. ¿Quiénes son estas personas que secuestraron a la señorita Grimell? ¿Y quién es este hombre? ¿Cómo entraron? O, mejor dicho, ¿quién les dejó entrar? Es evidente que se trata de un complot. No hay nada forzado… Además, es cosa de niños creer que esa lámpara se haya caído por sí sola. Es obvio que esto apunta a ser un homicidio…

      —Espera, Adela, no saquemos conclusiones precipitadas. Primero que todo, la señorita Grimell no parecía irse forzada. No debemos caer en especulaciones.

      —¡Cómo que especulaciones! Está clarísimo…

      —¡¡¡Miren!!! ¡El anciano no está!

      Todos enfocaron el lugar del occiso. Había desaparecido.

      Se quedaron pasmados. ¿Cómo era posible? Debía estar muerto. Ninguna persona resistiría semejante impacto. Pero de no estarlo, se encontraría él inconsciente o muy malherido, sin duda escaso de fuerzas para ponerse en pie y huir. ¡Qué hechos aquellos! La lógica se evaporaba ante tales circunstancias.

      —¿Qué piensa usted sobre esto, Nesopo? —le preguntaron al más viejo del grupo.

      —No quisiera parecer senil… Me temo que estos sucesos implican lo sobrenatural...

      —¡Qué está diciendo!

      —Sí, es cierto que a la ligera parece ser cosa de locos, pero mucho antes de que esto pasara, ya la noche se respiraba cargada, como si una influencia maligna hubiera invadido el orfanato.

      —¡Es broma! ¡No estará hablando en serio! —Se escandalizó la educadora.

      —Yo siempre hablo en serio, Adela… Al menos démonos por dichosos de que algo peor no haya acontecido. Les digo con toda franqueza, mi presentimiento era que sucedería una tragedia.

      —¿Y acaso no ha sucedido? Al parecer, usted se ha olvidado de alguien. ¿Qué pasará con la señorita Grimell? Su desaparición será un verdadero problema.

      —Ella siguió su camino, Adela. Un día lo hacemos. Simplemente diremos que fue adoptada.

      —¡Usted todo lo resuelve tan fácil!

      —Únicamente lo que está al alcance de mi mano… —Tornó los ojos al resto de los presentes—. Ya saben, si alguien pregunta, digan que ya entrada la noche la adoptó una familia rica. No inventen nombres, ni supuestos paraderos. Así vendrían las contradicciones. Ya yo me encargaré de falsificar el papeleo.

      Hubo intercambios de miradas.

      —¿Pero si…?

      —¡Pero nada, profesora McDowell! ¡Es lo único sensato que podemos hacer! ¿O prefiere decir que se la llevaron sin más y que un hombre muerto se esfumó frente a sus narices? —Nesopo elevó la voz y sus palabras no eran ya tan pausadas—. Háganme caso. No tenemos opción. Mañana si es necesario hablaremos otra vez del asunto, se los aseguro. Pero hasta ese instante, este es nuestro acuerdo.

      Las miradas se entrelazaron una vez más. Nadie se atrevió a insistir. Nesopo fue bien preciso con sus palabras.

      Cada uno de ellos regresó a su dormitorio, excepto los custodios, quienes aseguraban las puertas y ventanas. El anciano fue el último en subir. Oteó el vestíbulo con expresión híbrida: entre cansada y perturbada. Finalmente se decidió a ascender con mucha calma por las escaleras.

       CAPÍTULO 2

       LA PROFECÍA

      Nélida, Gudy y Circe andaban sobre un carretón de ruedas tambaleantes en medio del bosque. Los pájaros principiaban a anunciar la alborada ocultos en el follaje. Amanecía. La tierra estaba vegosa, llena de ardillas zigzagueantes.

      La brisa ondeó el cabello de la chica mientras ella observaba su contorno con ojos pensativos. No comprendía nada. ¿Quiénes eran realmente ese enano y esa señora de blanco? ¿Por qué la ayudaron a escapar? Además, tampoco entendía quién era Corvus. ¿Por qué quería matarla? Todas esas preguntas perturbaban su mente. ¿Y ahora qué ocurrirá? ¿Qué pensarán las personas del orfanato? ¿La creerían secuestrada? ¿Y Corvus? ¿Estaría muerto? ¿Era ella una asesina? Mientras más cavilaba más nerviosa se ponía. Ya no podía contener tantas interrogantes.

      —¿Dónde estamos? —preguntó.

      —Cerca de tu nuevo hogar —contestó Nélida—. No te impacientes. Espera.

      Recorrían un sendero pedregoso