¿Te haces una idea de cómo será nuestro encuentro? ¿Recuerdas lo que me dijiste cuando nos despedimos en el camión? «Tú y yo hemos de hacer grandes cosas». No lo olvido y mil veces me he preguntado ¿cuándo? No encuentro la respuesta justa, así que siempre confío que será pronto. Más allá de la exigua realidad. Te abraza tu Manoli.
Atravieso la estancia. Avanzo en medio de las llamas. Protegida la cara con un trapo blanco. Corro por el pasillo hacia la habitación. Con las manos por delante como si fueran un escudo. Entro en el cuarto. Apenas veo. Solo escucho el crepitar de los muebles que se queman. La cama ardiendo. Bajo la cama, las cajas de cartón que atesoran los documentos. Protegidas aún por las sábanas que arden. Por la madera que comienza a prender sobre ellas. Tiro de las dos cajas hasta colocarlas junto a mis pies. Las levanto con dificultad, me doy la vuelta. Regreso por el corredor anegado de humo oscuro hacia la salida. Hacia el fondo. Hacia la luz.
Cierro los ojos. Me dejo guiar por el ruido. Un graznido. Un chillido de pajarraco. Como si fuera un faro. Que me orienta. Avanzo con las dos cajas en las manos. Pensando en no caerme, en que el fuego que me rodea no asalte el cartón. Cuando salgo a la calle pienso que puedo abrir los ojos. Me aquieto en la acera. Deposito con cuidado las cajas en el suelo. Solo entonces miro por fin. Hacia abajo. A los cartones junto a mis pies. Están chamuscados, negros. Ataúdes. Urnas. Arcas salvadas de las llamas. Luego tanteo hacia delante. No veo nada. Solo el vacío. Un espacio hueco. Más allá de la exigua realidad.
Prisión de Málaga, 15 de mayo de 1947. Mi queridísimo Ángel. Tanto afán como tenía por escribirte una carta larga, extensa y sin ninguna persona que viole nuestros sentimientos, y aquí me tienes esta noche, sin saber ni qué decirte de tanto como tengo acumulado. […] Este compromiso común que tenemos, que parece el gran estímulo, necesita también de alicientes particulares. Las mujeres parecemos predestinadas solamente a ser esposas, a ser novias, a ser madres amantísimas del hijo, del marido. Pero ¿sabes lo peor? La falta de oportunidades, la falta de cultura que tenemos por las sociedades que nos han precedido, claro está. Voy a acostarme, son más de las doce de la noche. Terminaré mañana. Muchos besos infinitos de tu…
Bajo la cabeza. Abro los cartones. Extiendo el botín frente a mi cuerpo. Los restos. Los abalorios. Los escombros. Un enjambre. Un reducto de insectos. Un hormiguero. La tela de araña. Las arañas que tejen la tela. Ahora están las arañas en el suelo. Las primeras pruebas.
Se me viene a la boca. Cuando deshago el paquete forrado con el solo aviso de su letra. Cartas. No pone otra cosa. Cartas. Llevo años durmiendo sobre este enjambre. Cojo el paquete dividido en fajos. Son cientos de cartas cada uno. En tinta negra. En tinta azul. En lápiz. Esa información cruzada entre las cárceles. Entre ellos dos. Abro por fechas, las de 1943, las de 1948, las de 1953, las de 1956. Las de después, en la primera libertad: las de 1961, las de 1968. Abro cada parte. Abro el último fajo. Veo la tinta verde con la que escribía cuando yo era niño. Veo mi letra de niño en una carta. Como si fuera la carta final.
Extiendo las cartas en el suelo vacío. Lejos del fuego que me precede. Cuento. Tardo. 5 463 cartas. Cinco mil cuatrocientas sesenta y tres. Calculo que es menos de la mitad de las que fueron. El resto no está. Se fue. Se perdió. La mayoría son las cartas oficiales. Las que pasaban la censura de cada cárcel. Apenas hay de las otras. Las clandestinas. Las que cuentan más. Leo frases sueltas. La lectura es invasiva. Me coloca fuera. Me coloca dentro. La letra de mi madre invadiéndome. Las palabras de mi padre en respuesta. Se repiten.
Las cartas son la historia de un cortejo. Cada una tiene respuesta en la otra. Son como espejos. Espejos con orificios. Con huecos. Con grietas. Por las grietas se cuela la luz. Una sucede a la otra en una maquinaria perfecta de doble vía. Parece que nada está perdido.
Buceo en las letras. Pero no me conviene. Usurpador. Como un detective impreciso.
Prisión de Alcalá de Henares, 22 de diciembre de 1959. Dentro de dos días vuelve a celebrarse Nochebuena y una más que las circunstancias nos mantienen separados, ¿será la última? Esta es mi esperanza y no puedes imaginar la cantidad de proyectos que formo, pensando que pudiera ser así.
Hace mucho tiempo. Una mujer pasó diecinueve años en la cárcel. En el franquismo. Con otras muchas. Era mi madre. Mantuvo una relación con un hombre que pasó diecinueve años en otra cárcel. Con otros muchos. Era mi padre. Luego «salieron». Y regresaron. A otra cárcel. Con otros. Esta es su historia. No. Claro que no. Esto es solo una exploración. Un viaje. Tras las palabras de unas cartas.
Prisión de Segovia, 14 de diciembre de 1950. Tengo las manos imposibles para hacer nada, y es un gran conflicto pues no se puede perder un minuto de trabajo. Aquí está nevando, hace muchísimo frío. ¿Tienes muchos sabañones? Yo tengo los suficientes para entretenerme. Pienso en el frío que tendrás y no sabes cómo me apena…
Urdir la trama. Reconstruir las cenizas. Salir a buscar las cartas perdidas. Las palabras. Las manos que se deslizaron por las hojas. Las estancias en las que fueron escritas. Los pensamientos que las animaron. Las oquedades. Los agujeros. Salir a las calles. A los archivos. A las voces que quedan. A las imágenes. A las ruinas de las prisiones. A las declaraciones de los verdugos. Buscar y poner nombre. Reconstruir. Rehacer. Revivir.
Busco entre las palabras las preguntas abiertas. Las preguntas. Las respuestas. Busco las respuestas. Qué. Cómo fue. Quién estuvo ahí. Quién persiguió. Cómo te encontró. Quién delató. Quién torturó. Cómo torturó. Cómo era la celda. El tiempo que pasaba. El momento detenido. Quién te dejó esa señal en tu rostro. Cicatriz. Herida. Sangre. Sabor a sangre. Mierda.
La información del infortunio. El relato de la alegría.
Prisión provincial de Carabanchel, viernes 23 de enero de 1963. Queridísimos de mi vida, mi compañera adorada y mi hijín de mi alma. Estas líneas, mis primeras noticias desde hace unos interminables diez días en el calabozo, van llenas de mi recuerdo y amor. Sé valiente, amor de mi vida. Estoy bien, lo mejor posible. Llegué aquí hace tres días y durante siete aún permaneceré en periodo de aislamiento. En la comida no traigas pan y con dos o tres latitas y unas manzanas me arreglo muy bien. Insisto en que yo puedo resolver muy bien la situación mía aquí y no quiero que tú y mi hijo carezcáis de lo esencial. Tú eres valiente y profundamente sensible y no quiero que te dejes vencer por el dolor. Un beso infinito de tu Ángel.
Todo ocurrió. Voy a contarlo. Voy a buscar. Saber qué pasó. Más allá de estas palabras mudas apretadas en las cartas. Sí, otro condenado relato sobre la memoria histórica. Memoria. Resistencia. Oculta en la maraña de voces que se han ido. Las voces. Las risas. En un lugar. En un momento. Un momento. Un momento que parece siempre. Siempre no es para siempre. Pero para una persona sí lo es. Es su tiempo.
Retorno la mirada atrás. Tras de mí solo quedan los escombros. Ruinas quemadas. Me apoyo en el suelo donde las cartas descansan. Cierro los ojos para ver mejor. Aprieto los párpados. Sigo apretando los párpados. Con mucha energía. Para ahogar las pupilas. Para que se callen. Para que se calmen. Pero al apretar descubro que siguen vivas. Como insectos. Insectos que vuelan.
Eso nos queda. Comprobar si nos mata. Ver si nos libera. O solo sucede. Sucedió. Mientras tanto.
Prisión de Segovia, 12 de noviembre de 1952. ¿Será la última vez que estemos separados?