En esa crisis financiera artificial, uno de los grandes ganadores fue Goldman Sachs, banco que, en 2001, obtuvo comisiones por valor de trescientos millones de dólares, por medio de operaciones con activos financieros en el mercado de divisas, artificiosamente manejadas para reducir el déficit griego. Con ello se pretendía que las divisas solo serían contabilizadas hasta 2012 o hasta 2017, lo que equivale a decir que se hizo una transferencia de pasivo al futuro.
En el caso de Grecia, la génesis de esa descomunal crisis financiera se ha sustentado en un masivo ataque propinado por los grandes especuladores financieros con su actual deuda soberana. Para enredar más el asunto, en el entramado burocrático de la especulación financiera, las grandes corporaciones tienen a su disposición mecanismos tan diversos como los llamados Hedge Funds1, por ejemplo, Goldman Sachs cuenta con uno de los Hedge Funds más poderosos del mundo, se trata de Goldman Sachs Asset Management.
Según estimaciones de la consultora Pregin que coinciden con Hedge Fund Research (HFR), en el tercer trimestre de 2016, los Hedge Funds alcanzaron un volumen de patrimonio de USD 3,1 billones, con un 72 % del dinero gestionado en Estados Unidos. El fondo de cobertura cuantitativo Renaissance Technologies, que tiene se sede en East Setauket, en el condado de Suffolk (estado de Nueva York), es el sitio donde operan los creadores y supervisores del Medallion Fund, que es, tal vez, la máquina de hacer dinero más grande del mundo. A ese fondo solamente pueden ingresar sus casi trescientos empleados, noventa de los cuales son PhD, aparte de otros individuos integrantes de una pequeña élite con profundas conexiones a Medallion Fund (Burton, 2016). “Según datos compilados por Bloomberg, el legendario fondo conocido por su intenso secreto, ha producido unos USD 55.000 millones en ganancias durante los últimos 28 años. Esto lo hace unos USD 10.000 millones más rentable que los fondos de los multimillonarios Ray Dalio y George Soros; es más, los produjo en un tiempo más corto y con menos activos bajo gestión” (Burton, 2016, párr. 3) [traducción propia]).
Junto a ese entramado de mecanismos que socaban la confianza pública, también interactúan las llamadas “calificadoras de riesgo”, las cuales han convertido el riesgo reputacional en un sofisticado aparato útil a los fines de los especuladores financieros. Estas hacen parte del entramado burocrático que da soporte a la especulación financiera. Tienen a su cargo, ya sea, emitir opiniones acerca de la capacidad de pago de determinados emisores o bien; o evaluar la percepción de riesgo de la deuda soberana de los países. Las meras opiniones sobre las que se soporta su accionar, las exime de cualquier responsabilidad legal.
Al respecto, es pertinente aclarar que esas agencias calificadoras acusadas con sobradas razones de conductas fraudulentas por su connivencia con las grandes corporaciones financieras emiten opiniones sesgadas y sus evaluaciones carecen de la necesaria neutralidad. Ello, pues una simple calificación sobre determinada deuda soberana afecta la evolución de esa deuda y, por consiguiente, el costo de los intereses a cargo de todos los contribuyentes de un país, sirviendo fielmente a los intereses de sus benefactores.
No puede pasarse por alto la importancia de los mal llamados “paraísos fiscales” –que podrían, en realidad, designarse como centros de estafa fiscal–, en la fabricación de las grandes estafas especulativas a las cuales se ha hecho alusión a lo largo del texto. Ninguno de estos desfalcos sería posible, de no ser por el entramado de operaciones con activos tóxicos que se mueven en estos lugares, por fuera de las operaciones de la economía real, donde existen jurisdicciones no cooperativas, el secreto bancario, y no hay control por parte de gobierno alguno. Al respecto, Gabriel Zucman afirma que:
Alrededor del 8 % de la riqueza financiera de los hogares2 se resguarda en paraísos fiscales. […] A inicios de 2014, de acuerdo a las hojas de balance publicadas por organizaciones como la Reserva Federal de los Estados Unidos y la Oficina para Estadísticas Nacionales en el Reino Unido, se estima que la riqueza financiera global es de U$95.5 billones. Yo estimo que el 8 %, o U$7.6 billones, se resguarda en cuentas ubicadas en paraísos fiscales. Esto es una suma grande. Como punto de comparación, el total de la deuda pública de Grecia –que juega un papel central en la actual crisis europea- es de aproximadamente U$350 mil millones. (Zucman, 2013, p. 14).
Zucman advierte que solo los activos con sede en Suiza ascienden a USD 2.3 billones, casi un tercio del total de la riqueza offshore. Existen otros centros receptores de multimillonarias sumas como Singapur, Hong Kong, las Bahamas, las Islas Caimán, Luxemburgo y Jersey, los cuales fungen como banca privada. Zucman destaca que no es procedente distinguir entre Suiza y otros paraísos fiscales, puesto que una gran parte de los activos registrados en Singapur o Hong Kong realmente son manejados por bancos suizos, a veces directamente desde Zúrich y Génova (Zucman, 2013).
A manera de epílogo: retos y urgencias
En el entramado de la financiarización es necesario dilucidar la apelación no solo a la violencia física, sino también a la violencia a través de los símbolos. El acto de simbolizar3 se concreta de dos maneras: mediante la transformación del ciudadano en consumidor, y/o a través de la conversión de la naturaleza en mercancía. Objetos y personas son sustituidas y reemplazadas por sus opuestos conceptuales, en provecho de los intereses dominantes de las grandes corporaciones y su principal baluarte, el libre comercio. En este accionar, es necesario mercantilizar todo cuanto sea posible y desplazar al ciudadano, en tanto actor protagónico de las grandes transformaciones sociales, para recrearlo en su condición de cliente y consumidor. De esta forma, es convertido en pieza vital del mercado, y es anonimizado e invisibilizado para la sociedad y sometido a sus reglas. El omnívoro poder de las grandes corporaciones a instancias de la financiarización busca regular todos sus patrones de conducta, moldeando no solo su forma de consumir, sino también de sentir y de pensar.
Ante semejante panorama, urge preguntarse acerca de las posibilidades de construir formas distintas para salir de la aporía que pretende entretejer el mundo de las finanzas corporativas. Urge agenciar prácticas intelectuales que, desde la base, empiecen a romper los cimientos del triángulo de la financiarización, donde los sujetos son convertidos en objetos por parte de una minoría cognitiva que habla de ellos situándose en el vértice, pero que no habla con ellos. En este sentido, es necesario cambiar los términos en que venimos planteando las luchas contra las diversas manifestaciones del poder. Desde una perspectiva foucaultiana, la lucha se torna más compleja, se trata de ver aquello que siempre se nos impidió ver, para saber cuáles son las formas de enfrentar ese poder. En ese contexto, los saberes locales son los llamados a emprender la lucha contra la jerarquización y la ordenación impuesta por los saberes dominantes. Esta es –ni más ni menos que– una frontal lucha contra la modernidad colonialista y sus supuestos totalitarios; es decir, la insurrección de los saberes locales contra los discursos académicos alienantes y su institucionalización y, contra su pretensión de atraparlos e inmovilizarlos.
Un referente empírico que permite evidenciar líneas de fuga frente al aparentemente inquebrantable poder de las grandes corporaciones, lo encontramos en las formas como las comunidades responden para enfrentar las perversidades agenciadas por los fundamentalistas del libre mercado.
Para citar, solo un ejemplo, en Colombia, la Cumbre Agraria, Campesina, Étnica y Popular viene gestando, a nivel de diversos movimientos sociales, la construcción de una plataforma que, en el largo plazo, tiene como objetivo:
[…] el reconocimiento e inclusión integral de la economía propia de indígenas, Afros y Campesinos, mediante la realización participativa de una Política Nacional que armonice el aporte económico, ambiental, social y político que realizan estos actores, con la retribución y compromisos que el Estado debe asumir con ellos, para garantizar que puedan alcanzar el Buen Vivir y la reproducción de la vida digna, en armonía con la naturaleza, por sobre la apropiación, el lucro y la acumulación del capital (Cumbre Agraria, Campesina, Étnica y Popular, 2015, párr. 2).
Esta alternativa parte de las experiencias y prácticas cotidianas, como formas de entender y de vivir la economía, más allá de la visión institucionalista