Orígenes y expresiones de la religiosidad en México. María Teresa Jarquín Ortega. Читать онлайн. Newlib. NEWLIB.NET

Автор: María Teresa Jarquín Ortega
Издательство: Bookwire
Серия:
Жанр произведения: Социология
Год издания: 0
isbn: 9786078509720
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en la capital de México.21

      En el Códice Florentino22 se muestra un recuadro en el que aparece el dibujo de un teocalli (¿Calpulco?) con altas escalinatas y, en la cima, un oratorio con techo de palma. En el “atrio” del templo se ve a Moctezuma en una hoguera con los ojos cerrados y a punto de ser incinerado. Sabemos que es el tlatoani por el hecho de que se le sigue pintando con su xihuitzolli señorial, su tilmatli y con barba (véase imagen 6).

      En el Códice Tudela se informa acerca de la ceremonia del difunto y lo que pasó con los restos del gobernante: “[Cuando] algún gran señor o cacique se moría, le vestían después de muerto de esta manera: le ponían sobre un petate o estera y le ponían delante muncha comida y le daban fuego y se quemaba ello y él. Y el pueblo estaba en gran areito y baile en tanto que se quemaba. Y los polvos de él, después de quemado, bebían en vino su mujer e hijos, o parientes más cercanos. Y así bebieron los de Moctezuma”.23 La fuente no especifica si bebieron todas las cenizas del tlatoani o si una parte fue depositada en un tepetlacal i. Existe, de hecho, otra versión acerca del paradero de Moctezuma, lo que puede dar indicio de que unaparte de sus restos fueron llevados a algún sitio más seguro y cerca de su parentela.24 Cervantes (1914: 482), por su lado, supone que a Moctezuma “le debieron enterrar en el monte y fuente de Chapultepec”. Contrario a esta suposición, hemos encontrado una pictografía en el Códice Florentino25 en la que se aprecia el momento en que algunos indios nobles llevaron fuera de la ciudad el bulto mortuorio de Itzcuauhtzin y asumimos que el de Moctezuma también. En la pictografía se aprecia hacia dónde es trasladado en una canoa el cadáver, cerca de un cerro “jorobado” que se ve en el horizonte y que podría remitir a Colhuacan y no necesariamente a otra ciudad edificada. Esto nos lleva hacer un paralelismo con la manera en que los bultos sagrados de los dioses de Tenochtitlan fueron llevados a Colhuacan por estar emparentados los mexicas con los culhuas (véase imagen 7).

imagen7

      Imagen 7. Cuerpo de Moctezuma llevado fuera de Tenochtitlan. Fuente: Códice Florentino, libro xii, f. 41r. Fotografía tomada de la edición facsimilar en la Biblioteca de la Dirección de Etnohistoria, Museo Nacional de Antropología. Reprografía autorizada.

      Seguramente, el cerro dibujado en el horizonte es la representación del Cerro de Culhuacán, ya que en varias pictografías del Códice Florentino26 aparece el mismo cerro “jorobado” cuando los españoles van cabalgando por el camino de Iztapalapa hacia México. Recordemos, en términos paisajísticos, que México Tenochtitlan tenía al oriente, como cerro sagrado, a Colhuacan (García, 2009: 116).

      Resulta significativa la imagen del personaje amortajado dentro de la canoa, como un bulto o tlaquimilolli, muy semejante a la manera en que ahora se encuentra el Santo Sepulcro en Colhuacan, ya que el cuerpo está envuelto en mantas (tilmas) y lleva su “diadema señorial” que sería el “sudario” en la cabeza; además, el Señor del Calvario tiene colocada una cabellera natural negra, barba y bigote al “estilo” del tlatoani que se representa en la imagen.27

      Sin embargo, no creemos que el Señor del Calvario sea Moctezuma o Itzcuauhtzin, más bien, suponemos, dada la matanza de muchos “señores” y “principales”, que las cenizas de algunos de ellos no sólo fueron bebidas sino que junto con los demás restos fueron depositadas en algún tlaquimilolli o tepetlacalli; y, posteriormente, pudieron ser utilizadas como pintura facial y corporal en imágenes cristianas como los “cristos negros” (Navarrete Cáceres, 2000: 62-65).

      Por ejemplo, las fuentes informan que era común, después de incinerado algún principal, recuperar sus restos para depositarlos en una “caja”, sobre ésta se colocaba una “figura de palo” de la “imagen del señor difunto” y, para animar la imagen y dotarla de tonalli o fuerza vital, realizaban ciertos “sufragios”:

      [Al] otro día cogían la ceniza del muerto, e si había quedado algún huesezuelo, e poníanlo todo con los cabellos en la caja, y buscaban la piedra que le habían puesto por corazón y también la guardaban allí, y encima de aquella caja hacían una figura de palo que era imagen del señor difunto, y componíanla, y ante ella hacían sufragios, ansí las mujeres del muerto como sus parientes; y decían a esta ceremonia: quitonaltia (Benavente, 1971: 305-306).

      Recordemos que una práctica común entre la población nahua prehispánica era que las cenizas o algún otro objeto ceremonial —considerado sagrado y cargado de fuerza—, incluso “estropeado” o “roto”, adquiriera una nueva función social. Tal puede ser el caso de las cenizas o “polvos” que siguieron funcionando como “pintura” para recubrir las representaciones de los “Señores” (Señor de Chalma, Señor del Calvario, Señor del Sacromonte, etc.).28 Estas prácticas ya se realizaban en el periodo prehispánico, las crónicas informan que a Netzahualcóyotl, antes de morir, lo refregaron con agua divina y “cosa chamuscada”, probablemente lo untaron simbólicamente con humo y residuos contenidos en una urna sagrada (Rábago, 1973: 64-65). En el caso de Chimalpopoca, “le empolvaron el cuerpo con la tiza ( intizauh) encima le pegaron las plumas ( niman ye quipotonia)”, es decir, “ritualmente se atavió y se revistió como su dios Huitzilopochtli” al momento de su “muerte ritual” (Tena, 1991: 48).

      Recordemos que en el mundo mesoamericano “embijarse” tanto de negro como de blanco eran señales del sacrificio. Por ejemplo, en los Anales de Tlatelolco (2004) se menciona que los sacrificantes se recubrían de tizne de carbón para poder matar a la víctima; y a los cautivos se les ungía con tiza y plumas para, posteriormente, sacrificarlos de una manera ritual: “Los cautivos desmenuzaron carbón con las manos para [embijarse] [ tecolli timo-maxaqualhuique], pues habían tomado el tizón de fuego. Y después de blanquear [a los mexicas] con tiza y cal [ quintizahuique ye yn tenextli], con un cuchillo en forma de tizón los sacrificaron sobre el altar”.29

      Esto último nos lleva a reflexionar sobre la manera en que los indios pudieron entender la escultura del Santo Sepulcro, a inicios del siglo xvi, como un “Señor”, tlatoani, que fue “incinerado” o “sacrificado” de una manera ritual.

      Reflexiones finales sobre la escultura del Señor del Calvario de Colhuacan

      Si ahora nos preguntamos cuál fue la identidad del Santo Sepulcro que se encuentra en Colhuacan, o quién fue el Señor del Calvario al inicio de su culto, podemos considerar que la imagen, manufacturada en médula de pasta de caña de maíz a mediados del siglo xvi, remite al concepto de hombre-dios o dios-hombre en un contexto colonial. En la imagen del Señor del Calvario se puede entender la “fusión” o mímesis de dos personajes en uno nuevo.

      Para los peninsulares el Santo Sepulcro era el “cuerpo de Cristo” y para los indios seguramente remitía a algún dios, a los antiguos ancestros o a los gobernantes. A nuestro parecer esas concepciones estuvieron en constante negociación. Desde la postura de los indios, del hecho de que se tratara de esculturas “huecas”—de papel de amate, pasta de caña de maíz, con un “esqueleto” de madera o carrizo— es que pudieron figurar como “relicarios” (tlaquimilolli o tepetlacalli) que, después de la conquista, podían seguir res-guardando cosas sagradas en su interior. Recordemos que las cabezas de los cristos fueron hechas de molde y pudieron ser vistas como “recipientes” o “contenedores” (Amador, 2002: 66). Por otra parte, encontramos datos para argumentar la hipótesis de que algunas reliquias conservadas de algunos bultos sagrados de los indios pudieron ser integradas a imágenes de piedad católica. Por ejemplo, en El padrón del pueblo de san Mateo Huitzilopochco, escrito por el vicario Navarro de Vargas en 1728, se confirma la manera en que los indios de Churubusco y Colhuacan escondieron a sus dioses y los siguieron venerando. En el documento se menciona que cuando fue derruido un edificio de la gentilidad el material sirvió para construir un nuevo templo o capilla cristiana. “Donde estuvo Antes exaltada y adorada la Ynfernal y Maldita Cerpiente, pusele a el Barrio el Calvario Theopantzolco.