Orígenes y expresiones de la religiosidad en México. María Teresa Jarquín Ortega. Читать онлайн. Newlib. NEWLIB.NET

Автор: María Teresa Jarquín Ortega
Издательство: Bookwire
Серия:
Жанр произведения: Социология
Год издания: 0
isbn: 9786078509720
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tenían 45 años de estar en Tenochtitlan, eligieron por señor a un tal:

      Acamapichtli, que fue traído con grandes regocijos, pertenece al linaje real de Colhuacan y de él provinieron los gobernantes de los mexicas [...] Y fue este el primer señor que tuvieron, tronco de su nobleza, nervio de la nobleza que se hizo aquí en Tenochtitlan; el cual, ya se refirió que comenzó a gobernar desde el año de 1-casa, 1369, habiéndose iniciado con el linaje real de gobernantes en México Tenochtitlan (cit. en Séjourné, 2009: 12-13).

      Atendiendo al significado religioso e ideológico del lugar, fray Diego Durán cuenta una anécdota que refiere este carácter hierático de Colhuacan para los tenochcas. Refiere que Moctezuma, estando en la sede del poder, quiso averiguar acerca de la grandeza de su imperio y al cuestionar al anciano Cuauhcoatl, el mayor sabio del momento, éste respondió que Colhuacan era singular tanto por su fisonomía, al tener la punta del cerro “algo retuerta”, así como por las cuevas, “bocas” o concavidades donde, según el sabio, “habitaron nuestros padres y abuelos” (cit. en Séjourné, 2009: 25).

      La figura que nos proyecta el sabio Cuauhcoatl parece remitir al mítico “Colhuacan-Chicomóztoc (que) debió de representar para los aztecas el sitio de donde nacieron a la civilización” (Séjourné, 2009: 20). Recordemos que en tiempos de Moctezuma I se llevó a cabo la visita ritual a un Colhuacan que funcionaba a manera de Chicomóztoc, “de allí que a la llegada de los españoles no se vacilara en decidir que las efigies más importantes del panteón azteca se trasladaran a las grutas de Colhuacan” (García, 2009: 116).

       Dioses mexicas de Tenochtitlan ocultos en cuevas de Colhuacan

      No son pocas las evidencias del culto que seguían manteniendo los indios hacia sus dioses durante el periodo novohispano temprano. En lo que respecta a Colhuacan encontramos dos expedientes contemporáneos sobre el ocultamiento de ídolos y envoltorios en cuevas. Por una parte, estas referencias dan a entender la importancia del señorío para los mexicas; por otra, nos ayuda a comprender la relevancia de Colhuacan como el lugar donde habitan los ancestros y, por tanto, observar la posible relación con las “apariciones” crísticas en las cuevas de la zona.

      El primer expediente inquisitorial se refiere al ocultamiento del bulto de Huitzilopochtli y se encuentra en el Archivo General de la Nación, ramo de Inquisición, tomo xxxvii, exp. 3 bis, fechado en julio, que se titula “Proceso del Santo Oficio en contra Miguel [Pochtecatlailótlac], indio, vecino de México, por idolatría”. El expediente tiene adjunta una ilustración catalogada bajo el rubro de 4848, 979/2652, con el título de “Manuscrito tradicional indígena, ídolos del templo de Huitzilopochtli” o “Descripción de cómo ocultaron sus ídolos” (León, 1997: 111-128). Este primer manuscrito, localizado en el libro Procesos de indios idólatras y hechiceros publicado por el Archivo General de la Nación, informa de un caso de idolatría llevado a cabo el 20 de junio de 1539. Mateo, indio pintor de Colhuacan, denunció a Miguel Pochtecatlailótlac por estar involucrado en el ocultamiento de algún tlaquimilolli. Tres meses después de este evento, en septiembre, el obispo fray Juan de Zumárraga sabía que los ídolos habían sido llevados en secreto a Ocuituco. Fue en la audiencia del Santo Oficio donde el mismo inquisidor y obispo informó que “cuando los españoles derrotaron a los mexicas fueron sacados del templo de Huitzilopochtli muchos ídolos y trasladados a casa de Miguel Pochtecatlailótlac” (León, 1997: 118-119).

      En otra declaración de los hechos el involucrado, Diego Panitzin, declaró que el bulto de Huitzilopochtli había sido escondido en el Tepuchcalco o en Temazcaltitlan y “que el dicho Huitzilopochtli tenía cuatro mantas de muy ricos chalchihuites transparentes, las cuales dichas mantas tenían e guardaban Coayaotl y Tomiyaotl” (León, 1997: 122). Esta información vuelve a destacar la importancia que seguían teniendo las tilmas o vestiduras divinas; y es probable que las mantas, como objetos de culto, manifestaran la presencia o el poder de Huitzilopochtli, lo que nos habla de la importancia de las prendas divinas.

      En un segundo documento, paralelo y contemporáneo al anterior, fechado en 1539 y localizado en el Archivo General de la Nación, ramo de Inquisición, tomo 68, expediente 1 bis, “Información en contra de don Baltazar [Toquez-cuauhyotzin], indio de Coloacan, por ocultar ídolos”, aparece la declaración de don Andrés, indio del mismo pueblo quien, por lengua de Juan González, señaló: “Que le dijo el dicho su primo Pablo Zua que, cuando los cristianos vinieron, mandó Moctezuma llevar a Colhuacan las figuras de Huitzilopochtli y de Tezcatlipoca y de Topiltzi. Y que allí los escondieron en cierta cueva que se llama Tencuyoc; y que nunca se ha buscado ni llegado a ella; y que los llevó Axayácatl, hijo de Moctezuma” (cit. en González, 1912: 181-82).14 Don Baltazar, cacique de Colhuacan, el principal acusado dentro del proceso inquisitorial llevado a cabo por las autoridades del Santo Oficio, no dice que haya sido Axayácatl quien llevó los bultos sagrados, sino un personaje llamado Tehuachichilayo:

      Puede haber diez y siete años [1522], poco más o menos, que llevaron de esta ciudad al dicho pueblo de Colhuacan el Ochilobos e otros muchos ídolos. Y que los llevó Tehuachichilayo, indio que es muerto. Los pusieron en una cueva que se dice Telacin y allí estuvieron seis días [...] Los llevaron a Xilotepec, [por] que desde ahí los habían mandado a traer al Peñol [...] Y que ha oído decir que están allí en una cueva (cit. en González, 1912: 178).

      Finalmente, “se llega a la conclusión de que los ídolos del Templo Mayor fueron depositados en una cueva del cerro de Colhuacan” (León, 1997: 127). Pero, al parecer, esto fue sólo por algunos días, ya que: “Dice don Baltasar que cuando don Pedro de Alvarado quedó en México que [...] los indios llevaron dos envoltorios a Colhuacan, grandes y pesados, el uno era negro y el otro era azul; y que allí estuvieron cuatro o cinco días, y que los guardaban mexicanos [...] y que los dichos envoltorios eran del gran ídolo de México: Huitzilopochtli” (cit. en León, 1997: 181).

      Todo lo anterior hace suponer que los naturales procuraron distintas estrategias para seguir siendo favorecidos con la providencia de sus dioses, incluso para continuar utilizando ciertas cuevas para guardar los preciosos depósitos. Como veremos en seguida, es probable que las reliquias de sus dioses, que fueron destruidas, hayan sido reutilizadas en las nuevas imágenes de piedad católica.

      Reactivación de las reliquias: el Señor del Calvario y los restos de los tlatoque

      Abordaremos una secuencia pictórica y narrativa, localizada en el libro xii del Códice Florentino,15 a fin de sugerir que el paradero de algunos tlatoque pudo ser en algunas de las cuevas de Colhuacan o de otros lugares “cercanos”, lo que nos llevaría a pensar la relación entre la escultura del Señor del Calvario con algún “bulto sagrado” hecho de los restos de algún gobernante. En un primer momento nos centraremos en la figura del noveno y “último” tlatoque, llamado Moctezuma II, a fin de entender la relación entre Jesucristo, sus advocaciones y los tlatoque de México; después veremos el otro lado de la moneda, la manera en que los propios indígenas pudieron reactivar los “restos” de algún tlatoani en esculturas cuya advocación fuera Jesucristo. La ligereza de esta parte del trabajo creo que será recompensada por las imágenes del Códice Florentino, retomando sólo algunas interpretaciones de otros autores respecto a las pictografías “analizadas”.

      Dentro del libro xii del Códice Florentino encontramos dos capítulos que tratan de la muerte del tlatoani Moctezuma II: el capítulo xvi, “De cómo Moctezuma salió de paz a recibir a los españoles a donde llamarón Xoluco, que es en la acequia que esta cabe a las casas de Alvarado un poco más acá que llaman ellos Huitzillan”, y el capítulo xvii, que habla de “cómo los españoles con Moctezuma llegaron a las casas reales y de todo lo que allí pasó”.

      La información escrita de estos apartados se complementará con varias pictografías plasmadas en el libro xii del mismo códice. Nuestra propuesta es que las secuencias de estas imágenes aluden a la Pasión de Cristo y, por tanto, refieren al “martirio” del tlatoani ya cristianizado. De hecho, Magaloni (2003) afirma que “son los indígenas quienes facilitan