Yehudáh ha-Maccabí. Juan Pablo Aparicio Campillo. Читать онлайн. Newlib. NEWLIB.NET

Автор: Juan Pablo Aparicio Campillo
Издательство: Bookwire
Серия:
Жанр произведения: Языкознание
Год издания: 0
isbn: 9788418730597
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en estas tierras y, a su paso, se encontraban los territorios sometidos como ocurría con la provincia de Yehudáh (Judea) y sus vecinos. Situados en medio de los Imperios seléucida y ptolemaico, sus poblaciones se veían a menudo envueltas en los conflictos ajenos convirtiéndose en escenarios sangrientos de esas luchas de poder. (8)

      La intromisión por parte de Antíoco en el gobierno de los yehudím (judíos) y en la vida del beit–ha–Mikdásh (el Templo), así como las insidias y conspiraciones en el seno de la clase sacerdotal, eran constantes por unas razones u otras.

      En el año 172 a. e. c, durante su regreso a Siria tras una de sus principales campañas en Egipto, Antíoco quiso entrar en Yerushaláyim (Jerusalén) para ajustar cuentas con Jasón, ha–Cohén–ha–Gadól (Sumo Sacerdote) designado por el rey para sustituir a Joniyó III (Onías III). Jasón se había adueñado de competencias que no le incumbían además de haber incumplido con el pago de los impuestos. Menajém, que era secretario del Cohén–ha–Gadól (Sumo Sacerdote), sabedor del temor de éste a las represalias de Antíoco, urdió un maléfico plan que exigía convencer a Jasón para que le autorizara a representarle ante el rey y consiguiera aplacar su ira. Finalmente, Jasón puso su esperanza en que la habilidad de Menajém, pudiera reconducir la situación y recuperar la confianza y el favor del rey. De esta manera, evitaría también que entrara en Yerushaláyim (Jerusalén) e impusiera mayores sanciones. Pero en realidad, las intenciones de Menajém eran las de instigar contra el propio Jasón. Así, una vez fue recibido por Antíoco, no tardó en denunciar que los métodos de ha–Cohén–ha–Gadól (Sumo Sacerdote) para conseguir la rápida helenización de la provincia eran blandos. Además de verter otras graves acusaciones contra Jasón, también le culpó de no imponer tributos más altos con los que contribuir al Imperio y rendir honor al rey. Con estas malas artes, previo pago de una cuantiosa suma de dinero que llevó consigo, y asumiendo costosos compromisos, Menajém (que pasaría a llamarse Menelao) cumplió su traición y logró su cometido. Fue nombrado ha–Cohén–ha–Gadól (Sumo Sacerdote) para sustituir a Jasón en la llevanza del beit–ha–Mikdásh (el Templo).

      Irónicamente, Jasón, que había conspirado hasta conseguir la destitución de su hermano Joniyó III, acabó suplantado por otro traidor y enemistado con Antíoco de por vida. Jasón se vio forzado a huir a las tierras de los amonitas, en la franja entre el desierto de Siria y el nejar– ha–Yardén (río Jordán), donde se puso bajo la protección de Hircano el Tobiada, partidario de los Ptolomeos.

      Debido a sus muchos sacrilegios, el Pueblo nunca apoyó a Jasón. Sin embargo, el nombramiento de Menelao, colmó la paciencia de los yehudím (judíos) y los puso al borde de la sublevación debido a que el impuesto ha–Cohén–ha–Gadól (Sumo Sacerdote) no pertenecía a la estirpe sadoquita y ni era legítimo continuador de la línea sacerdotal. De este descontento se aprovechaba Jasón cuanto podía desde su exilio, promoviendo revueltas sociales y desestabilizando el país para recuperar su cargo. (9)

      Antíoco porfiaba en completar la conquista de Egipto. Pero, como los descendientes de Ptolomeo se aliaban con todos aquellos vecinos que pudieran ayudarles a vencer a los seléucidas, y muy especialmente con los romanos, la anhelada anexión de esas tierras al Imperio de Antíoco se complicaba cada vez más. De hecho, los seléucidas fueron derrotados en varias batallas, llegando a rumorearse que el rey había muerto.

      En una de esas ocasiones, Jasón trató de obtener beneficio de esa falsa noticia. Logró reclutar a un millar de mercenarios nómadas en Transjordania y llegó a Yerushaláyim (Jerusalén). Allí cercó a Menelao que tuvo que buscar cobijo en la ciudadela llamada “akra”: la fortaleza militar construida sobre el har–Tsión (monte Sión). En su enfrentamiento con Menelao, Jasón tampoco reparó en matar sin piedad a muchos yehudím (judíos). Antíoco, sin embargo, no había muerto. Enterado de esta rebelión en Yehudáh (Judea), regresó furioso a Yerushaláyim (Jerusalén) con la intención de descargar sobre la indefensa ciudad, toda la frustración que tenía acumulada.

      Jasón era consciente y temía la crueldad con la que el rey ahogaría su insurrección, por lo que se apresuró a huir de nuevo a la Transjordania haciendo que el Pueblo pagara las consecuencias de su ambición.

      Antíoco ordenó apoderarse de Yerushaláyim (Jerusalén), herir despiadadamente a los que salieran al encuentro y pasar a espada a los que huyeran, a quienes subiesen sobre las casas para esconderse o ejercieran cualquier tipo de resistencia. Jóvenes y viejos, hombres y mujeres, sorprendidos en las calles o en los campos fueron muertos y los niños de pecho degollados. En los tres días que duró la represión ordenada por Antíoco para sofocar la rebelión causada por Jasón, perecieron cientos de yehudím (judíos) y muchos otros fueron vendidos como esclavos. Antíoco entró en el beit–ha–Mikdásh (el Templo) y con sus impuras manos tomó para su botín los vasos sagrados y otras riquezas que el mismo Menelao le facilitó.

      Jasón fue odiado por cobarde y traidor más allá de la provincia de Yehudáh (Judea). Sufrió el asedio y persecución por parte de Aretas, el rey de los nabateos, por lo que huyó de ciudad en ciudad arrastrando su perversa vida. Era considerado un verdugo de su Pueblo y fue empujado hasta Egipto y luego a Lacedemonia, donde buscó protección sin hallarla. Aquel que a tantos había dejado pudrirse sin enterramiento ni dignidad alguna, murió en tierra extraña sin nadie que le llorara ni le diera entierro o duelo. Ni el solemne sepulcro familiar ni una sencilla sepultura recibieron sus restos mortales. Fue el fin desastroso que por sus actos mereció. Nunca tuvo en cuenta que las felices jornadas conseguidas a costa de abandonar la Alianza y buscar su destrucción, le conducirían a su mayor infortunio.

      Por su parte, Menelao tampoco cumplió las promesas hechas al rey con relación a los tributos. Sóstrates, el mando militar de Yerushaláyim (Jerusalén), era el encargado de la exacción de impuestos y, en repetidas ocasiones, había reclamado a ha–Cohén–ha–Gadól (Sumo Sacerdote) su obligación de cumplir con el rey. Pero Menelao había convertido el beit–ha–Mikdásh (el Templo) en su palacio y hacía caso omiso de esas continuas advertencias. A consecuencia de su actitud, y aunque ofreció una gran resistencia, fue finalmente depuesto en el año 168 a. e. c., y sustituido por su hermano Lisímaco. También Sóstrates cayó en desgracia y fue reemplazado por Grates.

      Menelao, que era astuto y perseverante, ansiaba recuperar su cargo y consolidarse como ha–Cohén–ha–Gadól (Sumo Sacerdote). Para ese espurio propósito urdió un doble plan: deshacerse de Lisímaco y matar a Joniyó III, hermano de Jasón.

      Joniyó III, una vez destituido de su cargo de ha–Cohén–ha–Gadól (Sumo Sacerdote) por su pérfido hermano Jasón, se había retirado a vivir en un recinto sagrado junto a Dafne, cerca de Antioquía. Desde su retiro, había insistido en reprender públicamente primero a Jasón y luego a Menelao por consentir la expoliación de los tesoros del beit–ha–Mikdásh (el Templo) y relajar la disciplina sacerdotal, todo lo cual era un grave pecado contra Di–s y contra el Pueblo. A pesar de su ostracismo, Joniyó seguía presente en el ánimo y la devoción del Pueblo y sería una amenaza para la estabilidad de Menelao, por lo que éste determinó asesinarle.

      Menelao tentó a Andrónico, el oficial más cercano a Antíoco, confabulándose con él para segar la vida de Joniyó. Siguiendo las infames indicaciones de Menelao, y satisfecho el pago acordado, Andrónico se desplazó hasta Dafne e hizo llegar sus respetos al Sumo Sacerdote ocultando la felonía que tramaba. Una vez fue recibido por Joniyó, le tendió la mano jurándole lealtad y protección. De esta forma, Andrónico consiguió persuadir al destituido ha–Cohén–ha–Gadól (Sumo Sacerdote) para que saliera del recinto donde gozaba del derecho de asilo concedido por el rey. A pesar de percibir la oscuridad en la mirada de Andrónico, Joniyó tomó el envenenando cebo con el que su asesino le había asechado. Tan pronto como sus pies abandonaron suelo protegido, Andrónico se apresuró a arrebatarle la vida consumándose así el vil designio de Menelao. Este artero asesinato, ponía fin a la línea legítima de los herederos del cargo de ha–Cohén–ha–Gadól (Sumo Sacerdote). La execrable conjura de Menelao se había empezado a cumplir.

      La muerte de Joniyó en el año 169 a. e. c. trajo, no obstante, graves consecuencias que Menelao se vería obligado a sortear. Muchos lloraron la muerte de Joniyó, porque era un hombre piadoso,