Un mundo dividido. Eric D. Weitz. Читать онлайн. Newlib. NEWLIB.NET

Автор: Eric D. Weitz
Издательство: Bookwire
Серия:
Жанр произведения: Социология
Год издания: 0
isbn: 9788417866914
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firmó otro tratado en Londres.

      El tratado de 1832 no mencionaba la cuestión de quiénes formarían exactamente el nuevo Estado nación griego. Sin embargo, existía un protocolo redactado en 1830 y ratificado por el nuevo tratado, y que instaba a Grecia y al Imperio otomano a decretar sendas amnistías inmediatas. Ni los griegos ni los musulmanes debían verse privados de sus bienes “ni hostigados de ninguna manera”. Todo musulmán “que desee seguir viviendo en los territorios o las islas adjudicadas a Grecia conservará allí sus propiedades y gozará siempre, al igual que su familia, de una seguridad total”. Todo griego que deseara abandonar “el territorio turco” dispondría de un año para vender sus propiedades, y transcurrido ese periodo podría marcharse libremente. Lo mismo valía para los musulmanes en Grecia.90

      El Estado nación griego no era, pues, plenamente soberano, estaba regido por un príncipe bávaro, y su independencia, garantizada por Gran Bretaña, Francia y Rusia, cuyos plenipotenciarios tenían derecho a controlar la marcha del país. Son pocos los tratados importantes en los que haya influido tanto la prosaica cuestión del dinero. El artículo 7, el más extenso de los veintiocho que formaban el tratado, establecía las condiciones del préstamo que recibiría Grecia de las tres potencias. Así, por ejemplo, los ingresos públicos se destinarían prioritariamente al pago del principal y de los intereses del préstamo.91 El endeudamiento sería el gran mal de numerosos imperios y Estados nación en los dos siglos siguientes, porque los sometía al control extranjero…, algo que Grecia casi nunca ha podido evitar en su historia moderna.

      Al final, por tanto, las grandes potencias se abstuvieron de defender la limpieza étnica, aunque todos los acuerdos anteriores habían abordado la cuestión. A pesar de la derrota militar, la Sublime Puerta se había mantenido firme en las negociaciones: no toleraría una medida tan drástica como la expulsión de sus compatriotas musulmanes de un Estado nuevo creado con antiguos territorios otomanos. Por lo demás, y como casi todos los imperios que aceptaban la diversidad, temía la emigración masiva de personas de etnia griega, que privaría al imperio de un grupo que desempeñaba un papel clave en el comercio internacional y la artesanía. La pérdida de los griegos (y de los armenios, cabría añadir) le perjudicaba económicamente, cosa que no les inquietaría a los Jóvenes Turcos casi un siglo después, cuando decidieron exterminar a los armenios y deportar a los griegos.

      A la Sublime Puerta, por último, le preocupaba el destino de los bienes musulmanes, en especial los waqfs, donaciones religiosas ligadas a las mezquitas. Los representantes otomanos convencieron a sus interlocutores de que estos bienes no eran del Estado, sino de particulares y comunidades.92 La Sublime Puerta se estaba refiriendo, quizá sin saberlo, a dos derechos muy delicados que ninguna de las potencias se atrevía a negar: el derecho a la propiedad y la libertad de culto.

      El rey Otón, antiguo príncipe bávaro, llegó a Grecia con un numeroso séquito germanoparlante, incluidos 3.500 soldados bávaros. El 6 de febrero de 1833 bajó de una fragata británica en Nauplia, acto que representó la fundación formal de un Estado griego independiente y regido por un monarca que gozaba de la protección de tres potencias europeas. Aun en el caso de que hubiese sido un gobernante eficaz (y desde luego que no lo fue) se habría enfrentado a una tarea descomunal. Los largos años de guerra habían asolado las zonas rurales y agravado las divisiones entre clanes, clases sociales, religiones y regiones. Además, el joven país estaba muy endeudado.

      Por grave que fuese la situación y limitada que estuviese su soberanía, la fundación del Estado nación llenó de orgullo a no pocos griegos. La consideraban un triunfo extraordinario. La rebelión, que había comenzado como una insurrección de estilo tradicional contra la opresión otomana, se había convertido luego en un levantamiento nacional. El atractivo de la nación, de la unidad mítica del pueblo que resucitaría el antiguo esplendor de Atenas en el mundo moderno, se reveló irresistible.

      Pero ese sueño no se había realizado del todo en 1832. El nuevo Estado ocupaba un territorio pequeño. Dos tercios de los grecoparlantes de la región mediterránea vivían fuera de Grecia y algunos, en particular los comerciantes ricos, estaban contentos de ser súbditos otomanos o rusos.93 Los nacionalistas creían necesario reunir a todos los griegos en el Estado nacional. La Gran Idea (como se la llamaría desde mediados del siglo XIX), es decir, la aspiración a una Grecia mucho más extensa, quizá tanto como el imperio helénico que había construido Alejandro Magno, se convirtió en la fuerza impulsora de la historia moderna de Grecia y la ideología oficial del Estado. Imprimió un enorme vigor al nacionalismo griego; el afán expansionista era a menudo un gran estímulo para los movimientos nacionalistas, pero lo era especialmente en el caso de Grecia justamente por lo reducido de su territorio y porque el griego era uno de los pueblos que se hallaban más dispersos por el mundo. El rey Otón era defensor de la expansión territorial. Ioannis Kolettis, líder de uno de los mayores clanes y destacado partidario de Otón, lo expresó así:

      El Reino de Grecia no es Grecia. [Grecia] no es más que una parte, la más pequeña y más pobre. Griegos no son solo los que viven dentro del reino, sino también los que viven en Ioánina, Salónica, Serres, Adrianópolis, Constantinopla, Smirna, Trebisonda, Samos y cualquier tierra ligada a la historia y la raza griegas. […] El helenismo tiene dos centros: Atenas, capital del reino griego, [y] ‘La Ciudad’ [Constantinopla], sueño y esperanza de todos los griegos.94

      Casi todos los griegos con conciencia política (y quizá incluso quienes no la tenían) compartían esta visión, que determinaría la política griega durante el resto del siglo XIX y hasta bien entrado el XX. Sus partidarios discrepaban únicamente sobre la estrategia, es decir, sobre si convenía perseguir la expansión del país lo antes posible y a cualquier precio, porque solamente una Grecia más extensa podía sentar las bases económica y política para que floreciera la sociedad o, por el contrario, proceder de manera gradual, evitando así perder el apoyo de las grandes potencias, especialmente el de Gran Bretaña. Ninguna de las dos estrategias funcionaría del todo: el Mediterráneo oriental sería un foco de conflicto durante decenios. La estabilidad a la que aspiraban las grandes potencias parecía inalcanzable.

      CONCLUSIÓN

      “Más vale una hora de libertad que cuarenta años de esclavitud y cautiverio”, escribió en 1797 Rigas Velestinlís, primer defensor destacado de la independencia griega y los derechos humanos para todos los hombres. Y así comenzaba un panfleto repartido clandestinamente en 1942 por el Frente de Liberación Nacional (EAM, por sus siglas en griego).95 Esta organización citó la frase de Velestinlís en su llamamiento a la población griega a la resistencia activa frente a la ocupación nazi. Entre 1941 y 1944, los nazis arrasaron el país, privándole de alimentos indispensables y otros recursos y ordenando la ejecución de cincuenta griegos por cada soldado alemán asesinado por la resistencia. Los judíos de Grecia fueron deportados a Auschwitz.96 Como consecuencia directa de la política nazi se extendió por el país una hambruna solamente comparable, en la Europa del siglo XX, a la que habían sufrido los ucranianos en 1932 a raíz del plan de colectivización de Stalin. En ese mismo panfleto, el EAM recordaba los acontecimientos de 1821 para exhortar a los griegos a unirse a una rebelión nacional que liberaría al país del yugo nazi, del mismo modo que sus antepasados habían puesto fin a la dominación otomana. El EAM y sus seguidores crearían de nuevo un Estado nación independiente y restaurarían así “todas las libertades del pueblo”, entre ellas la libertad de expresión, la inviolabilidad de la propiedad y el derecho al sufragio.97

      Unos treinta años después, en noviembre de 1973, los estudiantes de la Universidad Politécnica Nacional de Atenas gritaron: “¡Somos los asediados libres!”. El lema evocaba a los griegos de Mesolongi, sitiados por el ejército otomano en 1825 y 1826. Los otomanos habían perpetrado la matanza conmemorada en un cuadro de Delacroix, Grecia expirante entre las ruinas de Missolonghi, y en el poema “Los asediados libres”, que Dionisios Solomós había compuesto en parte casi en plena rebelión griega, en la década de 1820.98 Los estudiantes de la Politécnica se pusieron en huelga y ocuparon el campus para exigir el fin de la dictadura militar que sufría Grecia desde 1967, y la restauración de la democracia y todos los derechos que llevaba