Un mundo dividido. Eric D. Weitz. Читать онлайн. Newlib. NEWLIB.NET

Автор: Eric D. Weitz
Издательство: Bookwire
Серия:
Жанр произведения: Социология
Год издания: 0
isbn: 9788417866914
Скачать книгу
antiguo aliado.

      Los estadistas británicos no deseaban la destrucción del Imperio otomano, en el que veían una garantía de estabilidad en el Mediterráneo oriental, pero al mismo tiempo temían su expansión: de ahí que, a pesar de su postura inicial, apoyaran las ganancias territoriales de Grecia en el transcurso del siglo.64 Más tarde se repetiría esta evolución en otras zonas y conflictos como Irlanda, India/Pakistán, Palestina/Israel y Kenia; los británicos empezaban rechazando las reivindicaciones nacionalistas, a menudo con suma violencia y, posteriormente, aceptaban de mala gana las principales. Hasta el todopoderoso Imperio británico podía verse humillado por movimientos nacionalistas tenaces y Estados nacionales como los que les causarían continuos problemas desde principios del siglo XIX hasta bien entrado el XX.

      Tras cinco años de insurrección y represión por parte de las autoridades, Canning y sus sucesores, lord Goderich y el duque de Wellington, que asumió el cargo en enero de 1828, tuvieron que tranquilizar a los filohelenos y contener el belicismo ruso. Y es que empezó a rumorearse que Ibrahim Pasha, hijo de Muhammad Ali y responsable de algunas de las mayores atrocidades de la guerra, tenía la intención de deportar a África a toda la población griega del Peloponeso y repoblar Grecia con árabes y musulmanes africanos (véase ilustración de la p. 84).

      Ni aún hoy se sabe a ciencia cierta si Ibrahim o la Sublime Puerta pretendió expulsar a todos los cristianos.65 El Imperio otomano estaba acostumbrado a hacer frente a las poblaciones levantiscas con deportaciones, pero la de los cristianos del Peloponeso era una operación de tal magnitud que el imperio no la había intentado ni concebido ni siquiera cuando estaba en el apogeo de su poder. El proyecto de expulsión masiva y reasentamiento habría sido una reacción a las aspiraciones nacionales de la rebelión, que llevaban a los otomanos a desconfiar de casi toda la población griega de la península. De ser cierto lo que se decía, las autoridades habrían planeado algo netamente moderno: una limpieza étnica avant la lettre.

      Al Gobierno británico le alarmaron mucho los rumores sobre un plan de deportación, que ponían de relieve todas las cuestiones centrales de las que se había ocupado el pensamiento liberal británico en la primera mitad del siglo XIX. A partir de 1807 Gran Bretaña se había propuesto hacer cumplir en el ámbito internacional la prohibición del comercio de esclavos, y en 1838 había abolido la esclavitud en todo el imperio. Ahora se hablaba de la aterradora posibilidad de que un millón de cristianos como mínimo fueran deportados a África, donde muchos de ellos serían vendidos en mercados de esclavos. El plan también hacía temer a los británicos que se fuera a crear un nuevo Estado musulmán en el corazón mismo de la civilización clásica, venerada por Canning y casi todos los ingleses cultos. Además, ese Estado acogería a piratas como los que se refugiaban en los dominios norteafricanos, nominalmente otomanos pero independientes en la práctica, y con los que la Armada británica se había enfrentado tan a menudo.

      La posibilidad de un Estado musulmán en el Peloponeso reunía tres fantasmas que horrorizaban a los británicos: el islam, la esclavitud y la piratería. Todos los políticos coincidían en que no se podía tolerar. Si los rusos alimentaban los rumores, en el Gobierno británico, en cambio, existía una división de opiniones sobre su veracidad.66 El duque de Wellington dejó bien claro que Gran Bretaña recurriría a la fuerza para impedir la deportación de los griegos y el asentamiento de musulmanes en el Peloponeso.67 Lord Bathurst, por su parte, transmitió el sentir del rey Jorge VI a los lord commissioners del Almirantazgo declarando, con el lenguaje formal de la Administración británica, que el plan de expulsión de la población griega era ciertamente inaceptable:

image

      Ibrahim Pasha (1789-1848) fue el hijo mayor de Muhammad Ali de Egipto. Sus tropas dieron batalla a los rebeldes griegos

      De reconocerse que existe el designio de expulsar de manera sistemática a una comunidad entera, prender a las mujeres y los niños de Morea [el Peloponeso] y transportarlos a Egipto, repoblar Morea con africanos y asiáticos, y transformar esa parte de Grecia de un Estado europeo a otro semejante a los de Berbería, su majestad […] se verá en el deber de exigir al Ibrahim Pasha una declaración en la que niegue expresamente haber albergado nunca tal idea o, en caso contrario, renuncie a ella formalmente.68

      El zar Nicolás dijo algo parecido en una conversación con Wellington, que había viajado a Rusia como enviado especial del rey; no estaba dispuesto a entrar en guerra con el Imperio otomano a no ser que la Sublime Puerta o Alí Pachá ordenara expulsar a los griegos de Morea y reasentar a egipcios en la península.69

      “Confieso que me costó creer –le escribió George Canning a Wellington– que pudieran concebir un plan tan monstruoso y desmesurado. […] El despacho enviado por Stratford Cunning desde Corfú indica, sin embargo, que muchos creen en su existencia”. De ser ciertos los rumores, las deportaciones otomanas justificarían una guerra.70 George Canning pidió a su primo Stratford, embajador británico en la Sublime Puerta y fuente de las primeras noticias sobre la presunta intención de Ibrahim Pasha, que le transmitiera toda la información que pudiese obtener y que le comunicara al Gobierno otomano que “Gran Bretaña no tolerará la ejecución de un plan de despoblación que excede los límites de la violencia permitida en una guerra y viola las restricciones impuestas por la civilización”.71 De hecho, la flota británica asentada en el Levante mediterráneo ya había recibido la orden de detener las deportaciones en el caso de que se produjeran.

      El capitán Robert Spencer, enviado del rey, consiguió por fin una audiencia con Ibrahim Pasha, al que preguntó sin rodeos si tenía intención de expulsar a la población griega de Morea y repoblar la península con africanos. Le dejó claro que su majestad no toleraría jamás una operación así. Pero no obtuvo más que evasivas. Ibrahim Pasha le dijo que esa pregunta solamente la podían contestar sus superiores en Estambul y que, según el parte de Spencer, “él no tenía nada que ver con ningún acto de crueldad y le parecía injusto que su nombre se asociara con tales actos”. Pese a las repetidas súplicas de Spencer, Ibrahim no quiso negar con claridad que se fueran a llevar a cabo deportaciones masivas.72

      Ibrahim no era, sin embargo, el único partidario de la limpieza étnica. Las grandes potencias también la defendían en ciertos casos, lo mismo que los líderes griegos. En 1826, y en un intento de mediar en el conflicto, Gran Bretaña, Rusia y Francia propusieron la total expulsión de la población musulmana de una Grecia autónoma (aunque no del todo independiente). El 6 de julio de 1827, en Londres, las grandes potencias confirmaron la propuesta en el primer tratado formal que firmaron sobre el conflicto griego: “Con el fin de operar una separación total entre los miembros de las dos naciones y evitar las confabulaciones que resultarían inevitablemente de una contienda tan prolongada, los griegos se apropiarán de todos los bienes turcos […] a condición de indemnizar a los antiguos propietarios, ya sea con una suma anual añadida al tributo que pagarán a la Puerta o por otro medio similar”.73 Con este increíble plan, que no cuajaría, las grandes potencias estaban defendiendo lo que hoy llamaríamos una operación de limpieza étnica. Las potencias europeas proponían respecto a los musulmanes una política comparable al presunto plan de Ibrahim Pasha para los griegos del Peloponeso. Las dos partes habían formulado sin saberlo una idea que desempeñaría un papel decisivo en el siglo XX: la de que los Estados tienen que corresponder a sociedades homogéneas.

      Las grandes potencias también propusieron una serie de planes para la autonomía griega (el país seguiría estando oficialmente bajo control otomano) que entrañaban, si no la limpieza étnica, sí la total separación de las dos comunidades.74 Los políticos británicos y rusos los justificaron recordando las atrocidades que los otomanos habían infligido a los griegos; había que concluir que las dos comunidades –cristianos y musulmanes– jamás podrían convivir. “Creo, como [Alejandro] Mavrocordatos [jefe del Gobierno provisional griego] –le escribió George Canning a Wellington–, que la total separación de las poblaciones turca y griega es la única solución que garantiza la seguridad y una paz duradera [en el nuevo Estado]”.75