Conflicto armado en Siria. Janiel Melamed Visbal. Читать онлайн. Newlib. NEWLIB.NET

Автор: Janiel Melamed Visbal
Издательство: Bookwire
Серия:
Жанр произведения: Социология
Год издания: 0
isbn: 9789587892659
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en el sur (Kuhn, 2011).

      Estos contactos iniciales se convirtieron en la famosa correspondencia Hussein-McMahon, y daban testimonio de la ambigua aceptación de dicho requerimiento en aras de canalizar una importante fuerza de resistencia militar y revuelta social en contra del Imperio otomano y obtener, consecuentemente, la simpatía popular ante el proyectado avance de las tropas británicas en la región. Ahora bien, es cierto que el jerife de La Meca se había convertido en un importante receptor de ayuda material y logística por parte de los británicos durante la Primera Guerra Mundial, pero esto difícilmente puede ser interpretado como si este personaje hubiera sido el único líder de la zona que se identificara con esta causa ambiciosa común o como si fuese el único líder árabe con una cercana relación a los británicos13.

      En tal virtud, tal como lo explica Rosenberg (2005), en aras de fortalecer su proyecto político y militar, los británicos habían celebrado también múltiples acuerdos adicionales con diversos líderes de la región, entre los cuales destacan el sheik Mubarak de Kuwait (1899), con Abdul Aziz Ibn Saud de Nejd (1915) y con Mohammed al-Idrisi de Asir (1915). Así mismo, habían expresado al movimiento sionista en 1917, a través de la declaración de Balfour, el visto bueno para el establecimiento de un hogar nacional para el pueblo judío en la región14.

      En medio de este escenario, británicos y franceses convenientemente proclamaban en público su deseo de liberar a diversos grupos étnicos, tribales y religiosos del yugo opresor otomano en la región. Sin embargo, en privado sus acciones apuntaban hacia otro objetivo, pues se dividían arbitrariamente los territorios que entonces dominaba el Imperio otomano y que serían reclamados por los aliados que estas potencias europeas habían reclutado en aras de derrocar la hegemonía otomana en la zona.

      El contenido de esta repartición secreta de territorios e intereses se ve claramente reflejado en el acuerdo Sykes-Picot, a menudo catalogado como un documento histórico que rinde tributo a la ambición, la doble moral y la traición, y es tomado como un importante justificante de muchos de los agravios y reclamaciones surgidas en la región desde entonces. El alcance de estas negociaciones entre británicos y franceses se mantuvo en reserva durante los primeros años de la guerra, sin embargo, la falsedad de sus promesas quedaría finalmente en evidencia.

      El impacto que el acuerdo Sykes-Picot tendría sobre Siria hace necesario mencionar el papel del príncipe hachemita Faisal, tercer hijo del jerife de La Meca y a su vez importante líder militar de la revuelta árabe que liberaría a Damasco del control otomano en octubre de 1918. Tal como lo estipula Tanenbaum (1978), las tropas de Faisal actuaban en estrecha coordinación con las tropas británicas al mando del general Edmund Allenby, pues era Gran Bretaña el que proporcionaba su financiación y asesoría militar a través de célebres oficiales como el coronel T.E. Lawrence15.

      El príncipe hachemita Faisal asistió a la conferencia de París celebrada en 1919. Allí evidenció que sus aliados europeos habían concluido que los pueblos de la región no estaban en capacidad de autogobernarse y que, consecuentemente, requerían de la administración conjunta de Gran Bretaña y Francia a través de la figura de mandatos hasta que estuvieran en capacidad de hacerlo. Algo completamente diferente del proyecto político prometido.

      El alcance exacto de dicha medida puede verse claramente en el contenido del artículo 22 del Tratado de Versalles (1919), el cual textualmente señala:

      Los principios siguientes se aplicarán a las colonias y territorios que, a consecuencia de la guerra, hayan dejado de estar bajo la soberanía de los Estados que los gobernaban anteriormente y que estén habitados por pueblos aún no capacitados para dirigirse por sí mismos en las condiciones particularmente difíciles del mundo moderno. El bienestar y el desenvolvimiento de estos pueblos constituye una misión sagrada de civilización, y conviene incorporar al presente Pacto garantías para el cumplimiento de dicha misión. El mejor método para realizar prácticamente este principio será el de confiar la tutela de dichos pueblos a las naciones más adelantadas, que, por razón de sus recursos, de su experiencia o de su posición geográfica, se hallen en mejores condiciones de asumir esta responsabilidad y consientan en aceptarla. Estas naciones ejercerán la tutela en calidad de mandatarias y en nombre de la Sociedad. El carácter del mandato deberá diferir según el grado de desenvolvimiento del pueblo, la situación geográfica del territorio, sus condiciones económicas y demás circunstancias análogas. Ciertas comunidades que pertenecieron en otro tiempo al Imperio Otomano han alcanzado un grado de desenvolvimiento tal, que su existencia como naciones independientes puede ser reconocida provisionalmente a condición de que la ayuda y los consejos de un mandatario guíen su administración hasta el momento en que sean capaces de dirigirse por sí mismas.

      Este nuevo contexto significaba nada más y nada menos que serían franceses y británicos quienes tendrían el control y dominio sobre los territorios árabes que alguna vez fueron dominados por el Imperio otomano. A su vez, por el momento dejaba en entredicho las aspiraciones de independencia, soberanía y autodeterminación de aquellos nativos que lucharon contra los otomanos solo para atestiguar la continuidad de su condición de súbditos ante un mero reemplazo de patrono imperial que nada tenía de altruista o filantrópico (Hirst, 2010).

      En este contexto, en un principio el papel de Faisal sobre Damasco fue limitado al de un mero gobernador con tareas puramente administrativas, papel que, por supuesto, estaba muy distante de la función de monarca en la ciudad que consideraba debía servir de capital al reino árabe unificado por el que tanto él como su padre y su tribu entera habían luchado durante la Primera Guerra Mundial. Eventualmente, tras consolidar su posición durante varios meses y revelarse finalmente ante la influencia que Francia ejercería con su mandato sobre Siria, Faisal formaría en Damasco un gobierno árabe en la forma de una monarquía constitucional y sería declarado como el rey Faisal I de Siria.

      Como es natural en este escenario histórico, Francia bajo ninguna circunstancia contemplaba permitir que este tipo de actuación unilateral se interpusiera entre sus intereses coloniales y el control territorial que había negociado con los británicos y que le había sido conferido por la Sociedad de las Naciones. En virtud de lo anterior, la marcha de las tropas francesas hacia Damasco no se hizo esperar, y hacia mediados de 1920, en la batalla de Maysalun, sometieron militarmente a las fuerzas de Faisal, quien sería expulsado de Siria, y como premio de consolación bajo la tutela de los británicos, nombrado rey de Iraq (Aboultaif, 2016; Rabil, 2006).

      Esta supremacía militar europea sirve como referente del devastador golpe sufrido por el nacionalismo árabe a principios del siglo XX –representado por Faisal–, y sembró en el imaginario social la idea de una Gran Bretaña traidora y una Francia hostil frente a los deseos de reunificación del pueblo árabe. Por ende, en buena parte del ideario social del Medio Oriente, norte de África y el golfo Pérsico estas naciones europeas no serían vistas como unas amigas, dispuestas a prestar ayuda y guía hacia la consecución de una independencia y autodeterminación genuina –como inicialmente indicaba el Tratado de Versalles–, sino como unas potencias coloniales, cristianas, occidentales y antiislámicas que rechazaban cualquier aspiración nacionalista y que amenazaban su cultura, religión y lenguaje (Chaitani, 2007).

      Por supuesto, hoy en día resulta prácticamente imposible pensar en una unidad política que comprenda estas tres subregiones en un solo Estado. Sin embargo, a principios del siglo pasado este sueño nacionalista era contemplado como posible mientras la Primera Guerra Mundial se acercaba a su fin. Ello en razón de que entonces no existían ni Siria, ni Iraq, ni Líbano, ni Jordania como Estados autónomos, independientes o soberanos y su referencia semántica obedecía simplemente a la mera determinación de lugares geográficos, entidades administrativas y/o provincias del decadente Imperio otomano (Maalouf, 2011).

      Por 25 años los franceses gobernaron Siria, separándola de los territorios árabes circundantes, dividiéndola en su interior en diversas unidades étnicas y forzando incluso la cesión del territorio de Alejandreta a Turquía (Kerr, 1973). Ahora bien, es cierto que la superioridad militar permitió a los franceses asegurar el territorio conferido por el mandato, pero gobernarlo era un asunto completamente diferente, pues encontraron múltiples formas de resistencia entre la población nativa. Por ello, según Hitti (1959), tal vez esto sea suficiente para explicar por