Florentino Ameghino y hermanos. Irina Podgorny. Читать онлайн. Newlib. NEWLIB.NET

Автор: Irina Podgorny
Издательство: Bookwire
Серия:
Жанр произведения: Социология
Год издания: 0
isbn: 9789876286039
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la magia del progreso, del vapor, de la electricidad, la universalidad de una edad prehistórica, la equivalencia entre los instrumentos hallados en los estratos geológicos de Montevideo y París. Simplificaba la historia de las ideas sobre el pasado de la Tierra y de la humanidad oponiendo catastrofismo a evolucionismo, y resumía los resultados de las investigaciones prehistóricas hasta la década de 1880. No dejaba pasar la oportunidad para promocionarse entre el auditorio: “No quiero que creáis que os hablo en calidad de aficionado, por lo que haya leído y oído. No, señores, yo mismo he encontrado vestigios del hombre de todas esas épocas, y, aunque joven aún, he tenido la buena suerte de tomar parte activa, en uno y otro continente, en los trabajos tendientes a probar la antigüedad del hombre en nuestro planeta”.

      Su conferencia, como era costumbre, estuvo acompañada de demostraciones visuales y experimentales: tallando delante del público, les enseñaba los pasos para la consecución de un instrumento, las huellas que el trabajo dejaba en las piedras, las marcas de fábrica que revelaban la acción exclusiva de un ser inteligente. Asimismo, enseñaba cómo distinguir la antigüedad relativa de los instrumentos observando marcas y alteraciones de la piedra, es decir, los métodos para descubrir las supercherías de los falsificadores. Relataba la historia del movimiento prehistórico, de la antropología, de sus revistas y congresos, sin olvidarse de mencionar de cuáles era miembro o parte de su comité, como tampoco los nombres de sus colegas y amigos.

      La segunda de las conferencias del Instituto Geográfico estuvo dedicada a la memoria de Charles Darwin, fallecido en abril de ese año. Ameghino, una vez más, expuso “sus” ideas, se proclamó su discípulo, sostuvo que había sido de sus primeros lectores en la Argentina, explicó la teoría transformista y definió a Burmeister como un antidarwinista convencido, arrinconándolo en el bando del dogma religioso. Repitiendo las consignas de Topinard, sostenía que los sedimentos argentinos y sudamericanos contenían los secretos, las formas intermedias de la evolución, y que en este territorio, además, había que buscar la verdadera y primigenia inspiración del genio inglés. Muchos, hasta el día de hoy, creyeron en esas palabras. La disertación terminaba invitando a los argentinos a crear la primera cátedra de Antropología en América del Sur, quizá pensando que, frente al fracaso del Museo, bueno sería transformarse en profesor de la Universidad de la Capital, donde no tendría muchos alumnos y podría dedicarse a sus huesos. Estas conferencias, como las de todos aquellos que estaban tratando de negociar el apoyo para sus viajes, estudios o colecciones, servían como atril para la promoción de sí mismo y el tendido de alianzas políticas.

      Para el público ilustrado que no había podido asistir, Zeballos hizo imprimir las conferencias en los boletines del Instituto. La prensa, por su parte, publicó un resumen. Entre otros, Mohr, el viejo conocido de Mercedes, ahora instalado en Buenos Aires, las publicitaba en La Opinión. El Nacional de Sarmiento también se haría eco: “La República Argentina tiene hoy sus funciones especiales en la economía de la paleontología y la arqueología prehistórica. El Departamento de los edentados le pertenece en la creación, como a la Australia el de los marsupiales de la presente y de las pasadas creaciones. El hombre primitivo ha tenido un teatro especial en la pampa y en la Patagonia para su desarrollo, o la sucesión de sus tipos, como quiere el señor Moreno. Hay pues paño en que cortar y grandes servicios a la ciencia que prestar”. Citaba a Huxley para afirmar que si la teoría de la evolución no existiese, los paleontólogos deberían inventarla. En la Argentina los museos, las pampas y la Patagonia contenían materiales para dar ocupación a media docena de clasificadores. Se requerían obreros para revelar los arcanos del pasado. Infundir en la juventud el amor al estudio y el gusto o manía de formar colecciones, al fin y al cabo, favorecería el progreso de la ciencia.

      En ese entonces, el 6 de julio de 1882, el jurado científico compuesto por Andrés Lamas, Gregorio Pérez Gomar, Estanislao Zeballos, Ángel J. Carranza y Antonio Zinny discernían los premios: las menciones honoríficas se las llevaban la colección de fósiles del señor José Larroque de Mercedes y el catálogo y estudio de las colecciones del Museo de Montevideo realizado por Carlos d’H. Bauzá; las medallas de plata iban a esas colecciones y a la del señor Sienra y Carranza. El gran premio, la medalla de oro, lo recibían las colecciones de Florentino Ameghino. Con esta decisión, la comisión recompensaba el trabajo de los particulares en un marco donde, por otro lado, las medallas estaban bastante devaluadas. Basta revisar El Mosquito de esos meses para ver la sorna que despertaban la proliferación, falsificación y ostentación de medallas por los industriales y establecimientos presentados (Fig. 7).

      Figura 7: Las medallas de la Exposición Continental (El Mosquito, 1883). Pavos admirando los embustes de los premiados.

      Para Ameghino, en cambio, la medalla, la exposición, las publicaciones y las conferencias significaron el inicio de otras posibilidades. Su casa, “aunque pobre”, en menos de un año terminó transformándose en “el punto de reunión de todos los naturalistas del Plata, y sin salir de mi casa, todos los días me llegan fósiles de todos los puntos de la República, a tal punto que no me basta el tiempo de que dispongo para arreglarlos y clasificarlos”. Zeballos lo ayudaría a publicar Filogenia y, desde Córdoba, Adolf Doering trabajaría para tumbar a Burmeister. La librería, sin embargo, no dejó de ser humilde y, aunque tenía la gran ventaja de estar cerca de Once, en verano, durante las vacaciones escolares, apenas si daba para comer. Los hermanos seguían separados. Florentino le urgía a Carlos que escribiera 150 palabras por minuto y tradujera lo escrito. En mayo de 1883 abrirían las Cámaras y quería hacerlo entrar como practicante asalariado, la única opción para traerlo a Buenos Aires, otro plan que chocaría con la realidad: las seis vacantes existentes estaban cubiertas y sin miras de despejarse. Por eso, mejor que siguiera en Luján, ejercitándose y tratando de colocar en las casas de comercio de esta, Mercedes y San Andrés de Giles los artículos que le mandaría desde Buenos Aires: muestras de tintas, lacres, papeles, plumas, lápices y estampas. “Si no se trabaja, no se come. Ahora mismo, cuando ya tengo fama de sabio y un renombre universal, no me queda más remedio, con toda mi sabiduría, que recorrer la ciudad cinco o seis veces por día, cargado con paquetes para no dejar ni un instante sin surtido a la librería, a fin de poder ganarme así la vida, sin depender de nadie.”

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