Florentino Ameghino y hermanos. Irina Podgorny. Читать онлайн. Newlib. NEWLIB.NET

Автор: Irina Podgorny
Издательство: Bookwire
Серия:
Жанр произведения: Социология
Год издания: 0
isbn: 9789876286039
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mil a cuatro mil francos; o arreglarlos y restaurarlos a costo de Bonnement y venderlos, quedándose con un 30 por ciento del precio de venta, o asumirlos él mismo. En ese caso, la comisión ascendería al 50 por ciento. Ameghino, para que Bonnement no se hiciera ilusiones, le comentaba los precios logrados y, al hacerlo, mostraba para qué servía el catálogo que había preparado y ahora adjuntaba: su colección, la más grande, que ocupaba las fojas 33 a 54, había sido vendida al naturalista Edward Cope por 45.000 francos; la de Larroque, en las fojas 55 a 59, iba al Museo de Filadelfia por 20.000 francos, y la de Brachet, fojas 59 a 64, por 17.500 francos. Ameghino estimaba que la de Bonnement, una vez arreglada, podría venderse a unos 15.000 a 20.000 francos, 22.000 a lo sumo. Bonnement, mientras tanto, había decidido depositarla en consignación chez Charles Barbier, una casa dedicada desde el siglo XVIII al comercio de cristales, piedras semipreciosas, porcelanas, terres de pipe (mezclas para el modelado) y grabados, en un local que, por más de un cuarto de siglo, se alojó en el Palais-Royal. En 1809 se había mudado al número 24 de la Rue des Bons-Enfants, Hôtel du Commerce, pero hacía envíos a toda Francia. Desde 1835 atendía en 3, Rue Saint-Louis en l’Île, donde Bonnement dejó sus guijarros en comisión y Ameghino debió tratar el negocio.

      Ameghino, por su lado, había encontrado un buen cliente en Edward Drinker Cope, uno de los teóricos de la paleontología de entonces, anatomista y coleccionista de Filadelfia, que dedicó su herencia a la compra de huesos y a la organización del trabajo de campo en los territorios del oeste y el centro de los Estados Unidos. Su padre había muerto tres años antes y, desde entonces, se había trasladado a dos casas adyacentes, cada una con varios pisos, donde instaló una colección siempre en aumento. En 1875 había publicado “On the general significance of the science of paleontology” junto con la descripción de los vertebrados de las formaciones cretácicas del oeste norteamericano. En 1878 Cope, que concebía la paleontología como una ciencia exacta, con leyes o generalizaciones obtenidas por inducción, estaba en Europa. Invitado a la reunión de la British Association for the Advancement of Science de Dublín, aprovechó para asomarse a la vidriera parisina, comprando las colecciones argentinas para revenderlas en su país. Las negociaciones continuarían por carta. En diciembre, ya en Filadelfia, definió los detalles de cómo completar el pago a través del océano. Ameghino había recibido 2.000 francos, por lo que Cope supuso que la colección se encontraba en manos de la empresa encargada del embalaje, la cual, con rapidez y mano de obra suficiente, la había preparado. En el ínterin, publicó un comentario sobre el hombre de las pampas en The American Naturalist. Incansable como su corresponsal, recuperándose de una enfermedad que lo tenía postrado, Cope se levantaba de la cama para escribirle, curioso: “¿Me podría recordar qué especie era aquella que, junto con Macrauchenia, ud. tenía en venta en París, en esas cajas cerradas?”. Mientras tanto, Ameghino se ocupaba del envío de las colecciones de Larroque, Brachet y la propia. Le había ofrecido, también, moldes de algunos mamíferos extintos de América del Sur dado que Cope, por entonces, tenía intenciones de explorar la parte septentrional del continente ameghiniano. El encargado de los embalajes, algo enojado por no recibir comisión, pretendía cobrar las cajas y el remito de los duplicados. Frente a estas demoras, Cope, en marzo de 1879, propuso un complicado ajuste de saldos: calculando que podían venderse en una suma superior a 10.000 francos, se los ofrecía a ese precio. Es decir, como aún le debía 18.000 francos, le mandaría un pagaré por 8.000, saldándose el resto con los dobles. Cope creía que en los Estados Unidos podría llegar a colocarlos en unos 12.500 francos, pero prefería cerrar el negocio de este modo. Para entonces había decidido que la mejor manera de enviar valores a Europa era a través de Drexel, Harjes & Co., el banco de inversiones con base en París fundado en 1868 por otro caballero de Filadelfia que, afiliado con Pierpont Morgan, constituiría uno de los pilares de las finanzas globales de la segunda mitad del siglo XIX. En el caso de que Ameghino no aceptara, mandaría otro pagaré de 10.000 francos a su colega Émile Sauvage, del laboratorio de herpetología del Muséum, sugiriendo que el museo también podría comprar los duplicados. Si ninguna de estas posibilidades era viable, pues bien, le pedía que se los devolviera a través del consignatario y se despacharan vía El Havre.

      Ameghino no aceptó. Los museos de Bruselas, Holanda y París no estaban interesados; los dobles, sin preparar, se habían dispersado. Además, el encargado del embalaje los había mezclado, mandando parte al negocio de un comerciante de objetos de historia natural, que los mantenía en un estado lamentable. Ordenarlos llevaría un tiempo del que no disponía. Como ejemplo, le refería que el colmillo de un mastodonte –como el de Sarmiento– estaba tirado, desparramado en decenas de pedazos en el piso superior del almacén de M. Arthur Éloffe. Este preparador naturalista y profesor de taxidermia, situado en 20, Rue de l’École-de-Médecine, no debía confundirse con otro negocio que llevaba el mismo nombre, situado en el número 10 de la misma calle: Éloffe & Co., una casa fundada en 1845 por el geólogo Nérée Boubée y que, heredada por su hijo, pasó, ca. 1865, a la plaza de St-André-des-Arts con el nombre de Comptoir Central d’Histoire Naturelle, dedicada a rocas, minerales, fósiles, caracoles, mamíferos y aves. Arthur Éloffe había publicado un Tratado práctico del naturalista preparador, un género abundante desde los inicios del siglo XIX, destinado a los aficionados a la ciencia pero también a la propaganda de las técnicas conservadoras difundidas por estas casas comerciales: el tratado incluía el catálogo y el precio de las colecciones. Así, por ejemplo, doscientas rocas de la cuenca terciaria parisina, acompañadas de los fósiles característicos, costaban 40 francos; una colección de cien a quinientos de los fósiles característicos de los distintos estratos geológicos iba de 35 a 250 francos. También ofrecían análisis cualitativos y cuantitativos de minerales certificados por los especialistas en la materia; la determinación de otros objetos de historia natural, así como numerosos –y muy baratos– minerales, caracoles y fósiles para la confección de fuentes y cascadas. Las colecciones se vendían en cajas de madera blanca con varios compartimentos separados por cartones finos que costaban entre 4 y 7 francos (Fig. 4).

      

      Figura 4: Tratado práctico del naturalista preparador de A. Éloffe.

      Éloffe, además, confeccionaba modelos en yeso siguiendo las instrucciones de un antiguo modelador de la Escuela de Bellas Artes, entre ellas la reproducción de Glyptodon clavipes, el más caro de todos. Costaba 5 francos más que los iguanodontes, vendidos a 25 francos. En 1862 promocionaba la venta inminente de un modelo de Mylodon robustus: a los primeros cincuenta suscriptores se les descontaría un tercio del precio de venta, aún desconocido. Las piezas se ofrecían bronceadas o pintadas del color del sedimento de origen. De primorosa ejecución, formaban parte de varios establecimientos públicos. Un gabinete de historia natural para la universidad costaba entre 150 y 300 francos pagaderos en cuotas trimestrales; un gabinete completo llegaba a los 5.000 francos; pagando 1.000 se obtenían 1.800 piezas con las que se podía llenar una sala completa. Los precios incluían el embalaje en cajas preparadas con tablones, tornillos y correas, con tanto cuidado que aun las piezas más frágiles soportaban los viajes sin sufrir averías. Éloffe también daba instrucciones sobre cómo buscar fósiles, y vendía los instrumentos recetados: tamices de metal, guata para envolverlos, limas en punta biselada y pincetas, en una panoplia que muestra el desplazamiento hacia la paleontología de los instrumentos inventados –o adoptados– por los relojeros, los grabadores, los mineros y los artistas de las escuelas de bellas artes.

      El estado del colmillo en la Maison Éloffe contrastaba con las instrucciones de su manual, mostrando la artificialidad de este mundo natural y los cuidados a los que había que someterlo para que no se desintegrara nuevamente. Las colecciones de Ameghino y sus colegas ya cargaban con varias reparaciones realizadas en el campo, Mercedes y París que implicaban, además, la experimentación con distintos materiales para pegar y mantener unidas esas sustancias que tendían a quebrarse. Los huesos estaban muy lejos de la vida y la naturaleza: modelados por instrumentos, cuidados entre algodones, se componían de minerales y gomas de distinto origen, factores que explicaban su valor de mercado. Y a pesar de ello, las confusiones eran inevitables. Ameghino, mientras se peleaba con los consignatarios, encontró la mandíbula