Cuando te enamores del viento. Patricia A. Miller. Читать онлайн. Newlib. NEWLIB.NET

Автор: Patricia A. Miller
Издательство: Bookwire
Серия:
Жанр произведения: Языкознание
Год издания: 0
isbn: 9788412316728
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me pitó para que despejara la vía y conduje como un zombi hasta el aparcamiento público. Paré el coche y me quedé con las manos en el volante, mirando la pared que tenía delante. «Una hija», me dije, pero ¿cómo era posible? ¿Por qué no me lo había dicho?

      Por primera vez en mucho tiempo sentí que habían jugado conmigo y me enfadé, me enfadé como jamás me había enfadado con una mujer. ¿Por qué coño me había ocultado una cosa así? ¿Qué pensaba que iba a hacer si me lo decía? ¡Joder, era su hija! No me gustaban las putas mentiras. ¿Por qué no me lo dijo desde el principio?

      Cerré la puerta del coche de un portazo y me encaminé hacia la sala de espera de urgencias con pasos furiosos.

      Alguien me debía una explicación.

      —¡Austin! —Jess me llamó desde el pasillo.

      Creo que mi expresión la puso más nerviosa de lo que estaba. Tenía los ojos hinchados y se limpiaba las manos con una toallita que estaba manchada de sangre.

      —¿Dónde está?

      —Ha entrado a hablar con el médico —respondió con cierta renuencia—. Austin, siento que…

      —¿Qué ha pasado? —la interrumpí. Ya habría tiempo para las disculpas.

      —Se ha tropezado y se ha dado un golpe con el canto de la mesa. Había un montón de sangre, tiene una brecha en la ceja. —Apreté los dientes y me llevé la mano a la cicatriz que tenía en ese mismo lugar—. No para de moverse, es una niña muy especial, pero después del golpe se quedó muy quieta y no lloraba… Yo… me asusté. ¡Es la cabeza, Austin!

      Era lógico. Cualquiera se hubiera acojonado.

      —¿Cuántos años tiene?

      —Dos. Se llama…

      —… Sophia. Eso lo sé.

      «Dos años, joder. Es un bebé», me dije con un gesto cansado.

      Tomamos asiento en las butacas del pasillo y el tiempo empezó a pasar a un ritmo muy lento. Jess no dejaba de mover la pierna en una especie de tic nervioso, los casos de urgencias se sucedían uno tras otro, el ir y venir del personal sanitario me estaba mareando y la falta de noticias era desesperante. De haber estado en el Northwestern hubiera llamado a Nick para que acelerara el tema, pero estábamos en un centro sanitario que ni siquiera podía considerarse hospital.

      Y luego estaban todas esas preguntas sin respuesta que no paraban de repetirse en mi cabeza. Las que más me asaltaban tenían que ver con el padre de la niña. Preferí no pensar demasiado. Tal vez se me diera bien conjeturar en el trabajo, pero en la situación en la que me encontraba era mejor esperar a saber la verdad.

      Después de casi dos horas de espera, de pronto, unos tacones resonaron a pocos pasos de nosotros. Me había quedado traspuesto con la cabeza apoyada en la pared. Me sentí algo desorientado, aturdido, hasta que las vi. Me puse en pie de un salto y me tembló la voz al hablar.

      —Hola —susurré como un idiota.

      Alterné la mirada entre Lydia y Sophia sin saber qué más decir. La pequeña, con el pelo y los ojos iguales a los de su madre, me miraba con atención, acurrucada contra el pecho de Lydia. Tenía los mofletes colorados y el pijama estaba manchado de sangre. Llevaba la ceja tapada con una gasa blanca y sujetaba con fuerza una jeringuilla de plástico que le habrían dado para entretenerla. Era tan bonita que sentí unas irrefrenables ganas de abrazarla.

      Cuando Lydia le pidió a Jess que cogiera a la pequeña para poder guardarse los papeles del seguro, puse toda mi atención en ella. Estaba agotada.

      —Le han dado cuatro puntos —dijo sin mirarme—, pero solo ha sido eso, por suerte.

      —¿Les has dicho que se quedó un poco ida? —le preguntó Jess con preocupación. No había dejado de acariciar a la niña y a ella parecía gustarle, porque dejó de lloriquear, se recostó sobre su hombro y se le cerraron los ojillos—. ¿Le han hecho pruebas?

      —No, no lo han creído necesario. Tengo que observarla las próximas horas, por si mostrara algún síntoma raro y, si no, en unos días volveremos para que le quiten los puntos.

      —¿No le han hecho un escáner por si acaso? —me extrañé—. Lo normal hubiera sido…

      —Tengo un seguro limitado, ¿vale? —contestó enfadada—. No todos podemos disponer de lo mejor, ya ves.

      Extendió los brazos para que Jess le devolviera a Sophia, pero no la dejé salirse con la suya. La cogí de la mano y tiré de ella hacia la salida. Teníamos un par de cosas que aclarar antes de que se marchara. Si la dejaba irse era muy probable que lo que había empezado esa misma noche se terminara también esa misma noche.

      Seguía sin mirarme y eso me ponía furioso.

      —Austin, no tengo tiempo para estas tonterías.

      —Ni yo, así que es mejor que dejemos las cosas claras cuanto antes. ¡Tienes una hija, joder! No sé si habías pensado contármelo en algún momento o simplemente decidiste que no era importante, pero lo es, Lydia, ¡es importante! —le grité—. Es importante para mí, es importante para Jess, es importante para ti… ¡Es importante para todo el jodido mundo! ¿Por qué no me lo dijiste? Nos hemos visto casi todos los días en el último mes, has salido conmigo tres veces, te he hablado de mis padres, de mis hermanos… ¡Me dijiste que tu única familia eran las chicas de la cafetería! ¿Por qué?

      —¡Lo siento! ¿Vale? —Me miró por fin y solté el aire como si me hubieran golpeado en el estómago—. Ya sé que es importante, pero no es el tipo de cosas que le dices a un tío que acabas de conocer y que lo único que quiere es meterse en tus bragas.

      Abrí los ojos con estupor. Podía ser cierto, pero escucharlo así era horrible.

      —¿Eso piensas de mí? ¿Crees que lo único que quiero es meterme en tus bragas?

      —Bueno, a lo mejor ahora ya no, pero al principio…

      —Ni ahora ni al principio, Lydia. Si hubiera querido eso me hubiera buscado a cualquier otra más dispuesta, ¿no te parece?

      —Puede ser —respondió con altanería.

      Le dolieron mis palabras. Bien, ya estábamos empatados, porque a mí las suyas me habían dejado muy jodido.

      —Estupendo, una cosa aclarada. Vamos con la siguiente: ¿A qué cojones ha venido eso de que no todos podemos disponer de lo mejor? Que le hagan un escáner a tu hija no es disponer de lo mejor, es lo normal.

      —Es lo normal cuando tienes un seguro completo. Yo no lo tengo. Sophia está inscrita en un programa de salud público, pero su caso está en revisión y…

      —¿Y el padre?

      —¿El padre? —repitió, sorprendida—. No hay padre. Él no… ¿Sabes qué? Da igual. Todo esto es muy largo de contar, Austin. Estoy cansada y tengo que llevar a Sophia a casa…

      —Vale, yo os llevo, y mientras me cuentas esa historia tan larga. —No se iba a deshacer de mí con tanta facilidad.

      —Jess ha traído el coche, nos llevará ella —se opuso.

      —Me da igual. Jess puede dejar aquí el coche y venir con nosotros, si quiere. La llevaré después de dejaros a vosotras.

      —¿Por qué haces esto, Austin? ¡Vete a tu perfecta casa, con tu perfecta terraza, que a ti te debe parecer normal, y déjame en paz! —me gritó. Se apartó de mí con un empujón y comenzó a llorar y a temblar—. ¿Quieres saber por qué no le han hecho el puto escáner? ¡Porque soy un desastre! Porque mis ingresos son una miseria, porque me paso el día trabajando mientras mi hija está en una guardería de mierda, porque no tengo tiempo ni de mirar el correo cuando llego a casa y se me pasó la revisión del programa de salud, y ahora tengo que esperar y cruzar los dedos para que me lo renueven, porque si no me tocará volver a llorarles a los de servicios sociales. ¡Y estoy harta de llorarle a todo el