Cuando te enamores del viento. Patricia A. Miller. Читать онлайн. Newlib. NEWLIB.NET

Автор: Patricia A. Miller
Издательство: Bookwire
Серия:
Жанр произведения: Языкознание
Год издания: 0
isbn: 9788412316728
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de las veces que me había caído y ya había tenido suficiente—. Vámonos de aquí, anda.

      —No, ve a dar algunas vueltas más. Yo te esperaré en la cafetería.

      Me acompañó hasta que pude sentarme y quitarme los patines del demonio. Encontré una mesa pegada a la mampara de cristal que separaba el bar de la pista y pedí una cerveza para mí y un refresco para ella. Pasé los siguientes diez minutos mirándola como un bobo. Se movía con tanta fluidez que nadie diría que hacía años que no patinaba. A veces, cuando intentaba hacer alguna pirueta más complicada de lo normal, se mordía la punta de la lengua y fruncía el ceño hasta que lo lograba o acababa en el suelo. Cuando lo conseguía, levantaba los brazos, triunfal, y miraba en mi dirección con una preciosa sonrisa pintada en los labios. Cuando se caía, se encogía de hombros y componía una mueca de fastidio que me hacía reír.

      —Podría pasarme la tarde entera dando vueltas —dijo al dejarse caer en la silla. Le acerqué el refresco de cola y dio un buen trago con la cañita—. Gracias, estaba sedienta.

      —Tienes toda la tarde, continúa.

      —No no. —Rio—. He tenido suficiente por hoy. Estoy desentrenada y mañana me dolerá todo. ¿Qué tal tu trasero? ¿Duele? Te has dado un buen golpe.

      —Gracias por recordarme que he sido el hazmerreír de toda la pista. Muchas gracias.

      De nuevo su risa y su mirada brillante, y de nuevo esa costumbre de jugar con la cañita entre los labios. Si ella supiera lo que estaba provocando…

      —¿Señor Gallagher? —preguntó una voz junto a nosotros—. ¡Oh, vaya! No pensé que fuera usted de verdad. Soy…

      —Eugene Barrimore, del Wintrust Bank. —Lo reconocí. Era el director del banco que iba a concederle el préstamo a la fundación de Nick—. ¿Qué tal?

      —Bien, bien —dijo, incómodo—. He venido a recoger a mis hijas. —Miró a la pista y luego a Lydia—. Disculpe mis modales, señorita. Soy Eugene Barrimore, director del Wintrust Bank.

      —Lydia Martins, encantada. —Al presentarse me di cuenta de que era la primera vez que oía su apellido.

      —Les dejo tranquilos. Mañana mismo le haré llegar los documentos del crédito de la fundación sin demora. Tengo a todo mi equipo trabajando en ello.

      —Tranquilo, con que estén para finales de mes será suficiente.

      —No, no, mañana mejor. Ustedes son clientes VIP. —Cómo detestaba que me hicieran la pelota—. Que pasen una buena tarde. Señorita Martins, un placer.

      Lo seguí con la mirada hasta el acceso a la pista donde dos niñas lo esperaban impacientes. Una se le colgó al cuello, la otra se le aferró a la pierna y el pobre hombre anduvo algunos pasos a trompicones hasta conseguir dejar a una de ellas sobre el banco en el que debían quitarse los patines. Vamos, era un padre de familia de lo más aplicado y me salió una mueca de repulsión.

      —Director de banco de día, devoto padre de tarde —bromeé—. Qué horror.

      —¿Por qué? A mí me parece muy bonito que se ocupe de sus hijas. ¿O eres de esos que le tiene alergia al compromiso y que huye de formar una familia?

      No era el mejor tema para amenizar una segunda cita, pero ya que la señorita Martins me miraba con tanta curiosidad, le respondí con sinceridad.

      —Tengo una familia enorme y me encanta, estoy deseando que mi hermana me haga tío porque me gustan los niños, pero ¿formar yo una familia con esposa e hijos? De momento no, gracias.

      —Ya veo —dijo, pensativa.

      Hubo un silencio extraño entre nosotros, uno de esos que hacían saltar mis alarmas, pero duró muy poco y lo dejé pasar.

      —¿Y de qué iba todo eso de la fundación? —preguntó—. ¿En qué está metido el señor Gallagher, cliente VIP?

      —Mi cuñado tiene una pequeña fundación y necesitaba un crédito para rehabilitar el lugar donde estará la sede. Nada interesante.

      —¿De qué es la fundación?

      —Pues, si quieres que te sea sincero, no estoy muy seguro. —Sí, era penoso, pero es que Nick abarcaba muchas cosas y no había quien le siguiera la pista con sus proyectos—. Empezó siendo una fundación de ayuda a niños con necesidades traumatológicas: implantes, prótesis y esas cosas, pero el tío tiene una mente privilegiada y ha ido un poco más allá con los objetivos. Ahora creo que va a abrir un fondo de ayuda a niños con necesidades especiales, autismo y demás. Yo solo le llevo la parte legal mientras su abogada está de baja por maternidad.

      —¡Espera un momento! —dijo, sobresaltada. Pegó la espalda al respaldo de la silla y parpadeó varias veces con la boca abierta—. ¿Tú cuñado no será Nicholas Slater?

      —¿Lo conoces?

      —No, bueno sí, pero solo de la tele —respondió—. Joder, no me puedo creer que seas el cuñado del doctor Slater. ¿Y por qué has dicho que es una pequeña fundación? ¡No es pequeña, es enorme!

      —Y yo qué sé. No serás una de esas fans locas enamorada de él, ¿no? Te advierto que mi hermana tiene un derechazo que ya hubiera querido Tyson. —Se rio y negó con la cabeza—. Vale, me alegra saberlo. Que sepas que, si estás enamorada de mi cuñado, lo nuestro no va a funcionar y me vas a romper el corazón.

      —Puedes estar tranquilo. Tienes el corazón a salvo.

      —Bien. ¿Una partida de bolos?

      Lydia

      Aún estaba en shock por descubrir que era el cuñado del doctor Slater, pero intenté disimularlo lo mejor que pude. Me excusé para ir al baño y aproveché para llamar a Jess y ver qué tal estaba Sophia. Todo iba bien, estaban jugando con las letras y los números de madera que tanto le gustaban y había merendado sin montar un drama.

      —¿Sabías que tu hija suma más rápido que yo? Es increíble.

      Sí, era algo que había descubierto hacía algunos meses. Al parecer, la guardería no era tan pésima como creía.

      Estuve a punto de contarle a Jess lo de Austin y Slater, pero me frené en el último momento. Corría el riesgo de que se tomara la libertad de comentarle el caso de Sophia en una de sus visitas a la cafetería y, de momento, no quería que Austin supiera de ella. No tenía ni idea de hacía dónde iba lo nuestro y no iba a meterlo de lleno en mi vida por muy bien que me sintiera a su lado.

      Porque sí, me sentía muy bien con él.

      —¿Estás preparada, rubia? —me preguntó con esa mirada intensa que me provocaba un calor desconcertante—. Patinando seré terrible, pero a los bolos no hay quien me gane.

      —Menos mal, empezaba a pensar que no había nada que se te diera bien —bromeé. Con Austin era tan fácil.

      —Se me dan bien muchas cosas —me susurró al oído. ¡Oh, Dios mío! Sentí su aliento como una caricia en el cuello y se me aceleró la respiración—. ¿Quieres comprobarlo?

      —Estoy deseándolo —respondí en un murmullo casi inaudible.

      Se quedó inmóvil. Su pecho contra mi espalda, sus labios a punto de rozar la piel bajo mi oreja, sus manos cerradas en dos puños para evitar tocarme. Deseé que lo hiciera, deseé que las abriera y me rodeara la cintura, que sus dedos buscaran el calor bajo la camiseta, que comprobaran cómo me ardía el cuerpo.

      —Pronto —dijo—. Ahora, bolos.

      «Bolos —pensé—, céntrate en los bolos».

      Era mi turno de hacer el ridículo y vaya si lo hice. Tardé cinco tiradas en derribar un puto bolo y, cada vez que fallaba, tenía que escuchar las carcajadas de Austin. Él, en cambio, parecía haber nacido para lanzar la bola. Lo hacía con tanta naturalidad que al imitar su balanceo me resbalé y caí de culo.

      —Ahora