Cuando te enamores del viento. Patricia A. Miller. Читать онлайн. Newlib. NEWLIB.NET

Автор: Patricia A. Miller
Издательство: Bookwire
Серия:
Жанр произведения: Языкознание
Год издания: 0
isbn: 9788412316728
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      —¿Cuánto más quieres que aguante? —Me encogí de hombros. Quería decirle que ya estaba bien, que me besara, que era yo la que no podía esperar más, pero él estaba cada vez más cerca y lo dejé en sus manos—. Puedo ser muy paciente, Lydia. Muy muy paciente. —Deslizó un dedo por mi pierna hasta el muslo y lo subió por la cintura—. Pero si aún tienes dudas, ¿quieres que te dé un adelanto de lo que me gustaría hacerte?

      —Sí —jadeé.

      —Me gusta tomarme las cosas con calma y no perderme nada de lo que pasa cuando toco a una mujer. Me gusta escuchar sus sonidos, descubrir su tacto y probarlo todo, probarlo muchas veces. —Cerré los ojos y me dejé seducir. Su dedo me acarició la clavícula y luego contorneó mis labios muy despacio—. Cada vez que te los muerdes o te pasas la lengua sufro y duele. —Era algo que no podía controlar y volví a morderme el labio inferior. Me cogió la mano y la puso en el pecho, a la altura del corazón—. ¿Lo notas? —Asentí. Luego la deslizó por su abdomen y la detuvo sobre su prominente erección—. ¿Y esto? ¿Lo notas?

      Me incitó a presionar un poco y escuché un siseo en su respiración, pero no me dejó apartar la mano. Mientras yo me quemaba con el calor de su sexo, me acarició el interior de la muñeca y sus dedos llegaron a mi costado, muy cerca del pecho. Me revolví en busca de su contacto. Necesitaba que me tocara como yo lo hacía con él, que abriera la mano y me calmara la ansiedad. Pero él estaba más ocupado repasando el contorno de mi escote allí donde mi respiración agitada amenazaba con hacer estallar la parte de arriba del vestido. Lo busqué con los ojos y le rogué en silencio. No podía más, me dolían los pechos, mis caderas querían moverse, la cabeza me daba vueltas.

      —Hazlo —gemí de forma inaudible.

      Austin se acercó más y su voz resonó en mi oído junto a una caricia electrizante.

      —¿Que haga qué?

      —Todo, hazlo todo.

      Y lo último que vi fue su sonrisa de victoria. Luego solo sentí. Su boca sobre la mía, su lengua caliente y especiada por el vino, sus manos por todas partes, su pelo acariciándome la frente, su olor en el aire y fuego líquido deslizándose por mi interior hasta inundarlo todo. Me besó con fuerza, pero con la delicadeza que prometían sus labios, y encontró con sus dedos lugares que me encendieron hasta hacerme gemir.

      —¿Hasta dónde quieres que llegue? —me preguntó al tiempo que su mano acariciaba el interior de mi muslo, cada vez más arriba—. Tú pones el límite.

      —Hasta el final.

      —¿Estás segura? —Su mano siguió más arriba hasta rozar la humedad que empapaba mis bragas—. ¿Lydia?

      —Hasta el final —repetí.

      De nuevo su sonrisa de canalla y ese brillo de ojos al que me había hecho adicta. Le busqué la boca para besarlo mientras sus dedos subían y bajaban y me erizaban la piel. Quería que me tocara otra vez, se acercaba, pero no llegaba a hacerlo, y empecé a jadear contra sus besos. Me olvidé de todo: de mi manera de retorcerme, de su destreza para bajarme el escote, de su boca en mi pecho, de su lengua probándome… Yo solo podía sentir y aguantar para no llegar al orgasmo sin que me hubiera tocado.

      —Vamos abajo. Quédate a pasar la noche.

      —No… —pronuncié sin voz.

      Me silenció con otro beso de los que te dejan sin aire y con mil caricias que me encendieron hasta gemir.

      —Quédate, Lydia —rogó mientras me torturaba los pezones—. Quédate conmigo.

      —No.

      Dios mío, estaba a punto…

      —Quédate, por favor…

      Mis piernas se abrieron un poco más, su mano se convirtió en la fuente de mi placer. Lo hizo con timidez, al principio, pero una vez que sus dedos traspasaron la barrera del encaje, solo pude pensar en lo suaves que eran y en lo bien que me sentía. La sangre me rugía en los oídos, me dolían los músculos de la espalda, tenía palpitaciones por todo el cuerpo, pero no lo hubiera detenido por nada del mundo. Necesitaba la liberación que él prometía, necesitaba que fuera más rápido y que me llenara, porque el cuerpo me pedía estar completa y Austin tenía la clave para satisfacerme.

      Sin embargo, la vida tenía una forma muy cruel de equilibrarse; daba y tomaba a su antojo y a mí me lo dio y me lo quitó todo esa noche. Un sonido muy familiar comenzó a oírse a poca distancia. Creí que lo estaba imaginando, que era el orgasmo el que sonaba como el timbre de las puertas del cielo, y lo ignoré.

      Cerré los ojos y me concentré en lo que estaba sintiendo, en la boca exigente de Austin, en sus besos, en esa respiración que se mezclaba con la mía, en el placer… Bendito placer.

      Y, de pronto, regresó el sonido. Más insistente, más claro, más familiar.

      Era mi móvil y solo había una persona y un motivo por el que sonaría así.

      - 11 -

      Austin

      A veces solo hace falta un simple pestañeo para que todo lo que has construido con cuidado se vaya a la mierda. Esa fue mi conclusión acerca de lo que pasó aquella noche.

      El móvil de Lydia sonó y a ella solo le faltó golpearme para que me apartara. Lo único que saqué en claro fue que hablaba con Jess y que algo terrible había pasado.

      Si no la hubiera frenado en la puerta de la terraza, se hubiera marchado sin darme ninguna explicación.

      —Necesito… un taxi.

      —Pero ¿se puede saber de qué estás hablando? —La sujeté y se revolvió—. ¡Lydia, mírame! ¿Qué pasa?

      Estaba fuera de sí, solo me dijo que tenía que ir al centro médico de la calle Addison.

      Unos minutos después, en el coche, no pude evitar preguntar. No estaba entendiendo nada.

      —¿Qué ha pasado? —Pisé el acelerador y tomé la I-90 oeste por encima del límite de velocidad—. ¿Le ha ocurrido algo a Jess?

      Dejó que las lágrimas le cayeran por las mejillas mientras se apretaba con los puños esos labios temblorosos que había podido besar. Por fin. Y rezaba, joder. Rezaba. Estaba rezando con los ojos cerrados.

      —Lydia, me estás asustando. ¿Qué ha pasado? Puedes contármelo.

      Le puse una mano en el muslo y rehuyó mi contacto. Tenía la piel húmeda, pero estaba fría, como si todo el calor que habíamos sentido en la terraza hubiera abandonado su cuerpo.

      No me importó que apartara la pierna, yo necesitaba tocarla, así que me armé de paciencia y le acaricié el pelo, que se le pegaba a las sienes por la traspiración. Después de varios intentos, empecé a cabrearme.

      —Habla conmigo, Lydia, o te juro por lo que más quieras que paro el coche aquí mismo y no me muevo hasta que me lo cuentes.

      —¡No! —exclamó. Al menos conseguí una reacción, aunque no fuera la que esperaba. Me miró con ojos desesperados y se rompió en un llanto desgarrador—. Yo… no tenía que haberme ido… No tenía que haberla dejado…

      —¿A quién? ¿A Jess?

      Cada vez me resultaba más incomprensible.

      —No, a Jess no, a Sophia —respondió entre lágrimas e hipidos.

      —¿Sophia? ¿Quién es Sophia? —Silencio de nuevo—. Lydia, ¿quién es Sophia?

      No respondió de inmediato y no quise insistir más. Si algo había aprendido de Lydia desde que la conocía era que había que darle su espacio, que ella marcaba el ritmo. Agobiarla no daba resultado.

      Ya pensaba que se iba a quedar callada todo el trayecto cuando soltó la bomba:

      —Sophia