Hablando claro. Antoni Beltrán. Читать онлайн. Newlib. NEWLIB.NET

Автор: Antoni Beltrán
Издательство: Bookwire
Серия:
Жанр произведения: Социология
Год издания: 0
isbn: 9788418411519
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el fin de buscar una respuesta a todo esto, he recurrido al Dr. Zecharia Sitchin, este, desde mediados del siglo pasado, inició una campaña «en contra de la teoría de la evolución». Fue considerada por la mayoría de los científicos del momento una conspiración cargada de falacias. Pero veamos en qué se basaba el Dr. Sitchin para hacer tales afirmaciones. En primer lugar, se ha de indicar que fue el investigador que más tiempo dedicó al estudio de las tablas, treinta años. Fue a partir de ahí que hizo una interpretación, donde desarrolló la teoría de la existencia de los «Anunnakis» y el planeta «Nibiru».

      Según sus conclusiones, era una «raza extraterrestre» cuyo nombre significaba: «llegados del cielo». La fecha de su llegada a la Tierra se desconoce, pero se supone muy lejana. La primera relación con los habitantes de este planeta se remonta a tiempos inmemoriales. La razón de su estancia era la búsqueda de minas de oro que precisaban para la sobrevivencia en su planeta. —Aun así, se ha de hacer la observación que este metal llegó a nuestro planeta por asteroides—. Para ello, esclavizaron a unos seres que tenían más de simios que de otra cosa y con ellos, por medio de «la manipulación genética», crearon al Homo sapiens sapiens. Parece que esto causó un cierto malestar entre las distintas autoridades alienígenas, entablándose entre ellos una disputa de dimensiones descomunales. Altercados que se relatan en el Antiguo Testamento, entre Dios, los ángeles y los ángeles caídos que se insubordinaron.

      El ya nombrado Antiguo Testamento está repleto de escenas increíbles que, por no ser sabedores, tampoco juzgamos. Por eso no tienen que extrañarnos las referencias a otros dioses aparte de «Yahvé», eso, según se puede pensar, no altera la pretensión básica del judaísmo a que el pensamiento religioso fuera «monoteísta». Pues, en la lectura de los textos religiosos, se afirma que esos dioses se diferenciaban de Yahvé en dos aspectos. Primero, debían su origen al mismo Yahvé: «Vosotros sois dioses hijos del supremo», (Salmo 82:6). Y segundo; «A diferencia de Yahvé, esos dioses eran mortales; Moriréis como mortales y caeréis como cualquier príncipe», (Salmo 82:7).

      La particularidad de esta lectura se podría referir a diferentes mandos que desobedecieron al «máximo mandatario», al contribuir a la mencionada manipulación genética, incluyendo genes alienígenas, posiblemente gestados por algunas de sus hembras. De cualquier manera, esta historia aquí muy abreviada —se puede leer en los muchos libros publicados por este autor y también es fácil de encontrar todo tipo de opiniones contradictorias y fabuladas por internet—. Lo evidente es que posee una total y absoluta similitud con el Antiguo Testamento. Donde se explica el «principio del Génesis». Eso hace más fácil comprender la leyenda que allí se ofrece sobre la relación de los seres humanos y unas palabras que se vierten en ambas historias por igual; y dijo Yahvé: «Hagamos al hombre a nuestra imagen y semejanza». Obsérvese que habla en plural.

      Finalmente, el Dr. Sitchin murió a los noventa años, reiterando su deseo que le hicieran un estudio genético a la momia de la «reina Paubi», que se encuentra en el Museo de Historia Natural de Londres, debido a que estaba en el convencimiento que su origen era extraterrestre.

      Se debe añadir que el primero que se rebeló públicamente contra la «teoría de la evolución» y que se puede considerar como el primer defensor contra la teoría de la conspiración fue Samuel Wilberforce, obispo anglicano, si bien esta oposición la hizo por motivos bien distintos; este defendía, el principio del Genesis, de acuerdo como se explica en el Antiguo Testamento. Con esto, la llamada teoría de la conspiración se pueda comprender de un modo distinto, dependiendo de la ideología que cada uno posea. Parece evidente que concebir al universo y, con ello, todo lo que contiene, incluyéndonos nosotros, naturalmente, es una cuestión de teorías o de hipótesis, entiéndase de la manera que sea más fácil aceptar.

      Como conclusión diré que mi pensamiento en cuanto a creencias, como anteriormente he manifestado, es el agnosticismo, lo que me obliga a «cuestionar» todos los dogmas que se han explicado a lo largo de la historia conocida. Es precisamente en este punto donde me llama poderosamente la atención un detalle que, al parecer, se han empeñado en ocultar las religiones. Lo cierto es que cuando no hay una evidencia científica que se pueda comprobar, se debe recurrir a los diversos vestigios arqueológicos, legados por las culturas ancestrales. Y solo ahí y no en suposiciones se tiene que basar lo que consideramos «la realidad fehaciente». Desearía añadir una reflexión final sobre este asunto. A quienes les puede costar aceptar la historia de los Anunnakis, me permito recordarles lo que ya he expuesto en los párrafos anteriores, las verdades se vuelven inmutables cuando las aprendemos de pequeños y, además, si nuestros padres y la sociedad entera creen en ellas.

      Una vez superado este paréntesis, vamos a volver a analizar el comportamiento del sujeto que estamos estudiando o lo que sería igual a decir: «a nosotros mismos». Además de la lucha a muerte que se entabla en la «pirámide trófica», también conocida como «cadena alimenticia», o lo que ya he expresado como el «código de la sobrevivencia». Eso no es más que una realidad en plena vigencia, en todos los reinos de la naturaleza, incluyendo al mineral. Pues este tiene que combatir con la erosión de los elementos. Mientras que los vegetales para nutrirse se autoproveen con la fotosíntesis. Y finamente quedamos nosotros que pertenecemos, con los demás habitantes del planeta, al llamado reino animal, que somos los que estamos en la cúspide de la mentada pirámide.

      Cierto que, independientemente del código de sobrevivencia, prácticamente todos los animales que forman la fauna en este globo son territoriales. Y, por eso, son capaces de aniquilarse entre ellos. Incluso las bestias de la misma familia luchan entre sí para crear su hegemonía sobre las hembras. De este particular no es ajeno el Homo sapiens, puesto que sus acciones no difieren en absoluto del comportamiento del resto de los animales que pueblan el mundo. Ni qué decir que nos guiamos por los mismos principios. ¿Qué son las guerras sino una forma organizada para matarse los unos a los otros? Nada difiere aparentemente en el fondo con las peleas de las fieras, salvo que, en este caso, además de los motivos ya nombrados, hay que incluir uno más que son las propias creencias religiosas. Dando motivo, con ello, a perder la vida para ganarla en el cielo.

      Pero aún hay más, esta práctica toma una cruenta relevancia que se puede considerar horrible. El Homo sapiens ha conseguido, con los diversos adelantos técnicos, que la manera para autoaniquilarse haya ido haciéndose cada vez más eficiente. Y, con la llegada al conocimiento de la fusión del átomo, descubrió la forma de devastar al enemigo y con él al mundo entero. ¿Curioso modo de demostrar su inteligencia? Estoy en la seguridad que, si nos enredamos en los vericuetos de la historia, encontraremos muchas justificaciones que defienden las guerras justas. Y una de las primeras, no dudo, será la de la libertad, otra podría ser la defensa de la democracia y así otras tantas, como al lector se le puedan ocurrir. No obstante, resulta un tanto sorprendente que siempre nos encontremos en el grupo de los buenos y que los otros sean, precisamente, los malos.

      Es, como mínimo, curioso. Y, sin embargo, si contemplamos la humanidad de un modo universal, pronto seremos conscientes que algo está fallando en ella. Concretamente, eso a lo que me refiero es nuestra propia especie tan sui géneris, llena de contradicciones, que se halla en una continua ambivalencia, entre lo que representa «sobrevivir y todo lo que evidentemente hace para autodestruirse». Afirmación obvia. Los que puedan pensar de forma egoísta se equivocan. Por la sencilla razón que la humanidad somos todos y esta forma de ósmosis se manifiesta con aquellas palabras del Corán: «Quien mata a un individuo,