RETOQUECITOS. Gerardo Arenas. Читать онлайн. Newlib. NEWLIB.NET

Автор: Gerardo Arenas
Издательство: Bookwire
Серия:
Жанр произведения: Документальная литература
Год издания: 0
isbn: 9789878372556
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apresuró a “resoñarlo”,(32) y, por lo tanto, estaba bien advertida de lo que vendría?

      Estas y otras preguntas sugieren la conveniencia de trasladar el principio de placer, junto con el “más allá” que aspira a salvarlo y con el principio de realidad que pretende ser su continuación por otros medios, a un estante del museo de las concepciones psicoanalíticas obsoletas.

      El término “rutina” deriva del francés routine, forma diminutiva y peyorativa de route, que significa “ruta”. Una rutina es, entonces, una rutita de morondanga. Por otro lado, route y “ruta” vienen del latín rupta, que significa “rota”, ya que un camino simplemente se hace al andar, mientras que una ruta se abre rompiendo el terreno. En suma, una rutina es una rutita abierta una vez y recorrida hasta el hartazgo. No por ello debe concluirse que romper la rutina sea imposible porque la rutina ya esté rota (al menos etimológicamente), pero sí hay que subrayar que salirse de la ruta es el sentido originario de delirar, y eso confirma que romper la rutina siempre conlleva un grano de locura.

      Rutina y aburrimiento nos enseñan, acerca de los seres hablantes, algo que está en franca contradicción con el planteo freudiano del principio de placer, incluido su “más allá”. ¿Por qué suponer que pueda regirnos una tendencia a evitar la excitación y a procurar su descarga, en lugar de una tendencia más bien opuesta y que nos distingue de toda otra especie, reconocible en nuestro efectivo gusto por gozar de variadas maneras y en la mayor medida posible? Si algún Lustprinzip nos caracterizara, no sería un principio de placer que busca la descarga, sino un principio de goce que reclama excitación. Si entendemos el placer como una cualidad consciente ligada a la descarga de excitación, es absurdo suponer que vivimos bajo el imperio de un principio que nos inclina a ello. En lugar de corregirlo mediante la referencia a cierto “más allá”, habría que erradicarlo de cualquier consideración seria de la economía de los modos de gozar.

      Esa contradicción, que recorre la obra freudiana, puede fecharse en 1895, al comienzo del “Proyecto…”. Está situada bien a la vista, pues, como la inhallable carta robada en el cuento de Poe. Freud justifica su plan de hacer un abordaje cuantitativo de los procesos psíquicos (el llamado punto de vista económico) diciendo que procesos como

      La ambigüedad y la contradicción mencionadas se presentan en dos aserciones consecutivas acerca de lo que ocurre con la excitación en las neuronas: (1º) fluye, (2º) tiende a reducirse. Ahora bien, que algo se comporte como una magnitud fluyente (sea excitación u otra cosa) significa que se redistribuye sin pérdida ni ganancia, manteniendo constante la suma total, como ocurre con el caudal de un río o con la energía de un sistema. Si fluye, esa magnitud cumple una ley de constancia: puede redistribuirse variando aquí o allá, pero su monto total no varía; en especial, si sólo tiene dos destinaciones, al reducirse en una deberá aumentar proporcionalmente en la otra. Pero la segunda proposición no consiente que, si una se alivia de cantidad, la otra tome sobre sí el remanente, pues exige que todas aligeren su cantidad, y, si es así, la suma no puede mantenerse constante, como lo requiere la hipótesis del flujo, sino que siempre se reducirá, dado que se reduce cada uno de los términos que la componen.

      Freud parece haber sucumbido al equívoco que el término “economía” presenta en la lengua alemana, en la nuestra y en muchas otras: es la ley de conservación que rige los libros de caja (si algo desapareció de un rubro, debe de encontrarse en otro o haber sido repartido entre varios), y también es el ahorro, la tendencia a reducir gastos. El planteo freudiano tiene una contradicción interna porque ambas cosas no pueden cumplirse. En consecuencia, hay que elegir.

      La pandemia de aburrimiento que acompaña a la del COVID-19 es la demostración práctica, a escala global, de que ningún principio de placer se aplica a los seres hablantes y de que ese principio ni siquiera puede ser salvado invocando un “más allá” regido por la compulsión de repetir, ya que justamente la repetición es lo que el aburrimiento pretende romper. Gracias a esta pandemia, escuchamos con claridad la voz con que el parlêtre interpela a Freud: Vater, siehst du denn nicht, dass ich verbrenne? Padre, ¿no ves que ardo? ¡Ardo de pasión, de amor, de deseos! Ich verbrenne vor Leidenschaft, vor Liebe, vor Begierden!