Ella lo miró atónita. Pero él tuvo la sensación de que estaba llegando a alguna parte. Por fin.
–Pensé que si daba al bebé en adopción a alguna pareja, no tendría que decírselo a nadie –replicó ella, mirándolo de soslayo–. Excepto a ti.
Tenía el pelo revuelto por la brisa del mar. Parecía una sirena recién salida de las aguas.
–Si decides dar en adopción a tu bebé, tendrás que llevar el embarazo hasta el final y no podrás mantenerlo oculto.
–Nadie se enteraría. Me iría a Auckland. Diría a todo el mundo que tenía que irme a trabajar o a estudiar o hacer cualquier cosa. No puedo quedarme aquí. Empezaré allí una nueva vida.
Heath sintió una punzada en el estómago al oír esas palabras. Era algo que no había previsto. Se había acostumbrado a tenerla cerca desde hacía tantos años…
–¿Una nueva vida en Auckland? ¿Por qué quieres huir?
–No puedo quedarme aquí.
–¿Por qué no? Hay muchas mujeres que se quedan embarazadas y tienen hijos fuera del matrimonio. Ahora ya no es como antes. A nadie le importan esas cosas.
–A mí, sí.
Heath tuvo la sensación de que ella había tomado ya una decisión y que, dijera lo que dijera, no conseguiría hacerla cambiar. Se marcharía de todos modos.
Y la perdería. Para siempre.
–Hay otra solución.
–¿De veras? –dijo ella con una sonrisa.
–Podrías casarte conmigo.
Ella se quedó sin aliento. La sonrisa se desvaneció de sus labios.
–¿Casarme contigo?
–¿Tan horrible te parece la proposición? Por favor, dime que no te vas a desmayar de nuevo.
–No, no te preocupes.
Amy se dio la vuelta y se dirigió a la zona donde la hierba daba paso a los guijarros de la playa y se quedó mirando al Pacífico. El agua era increíblemente azul y la brisa húmeda olía a sal y a sol.
–¿Por qué? –preguntó ella, dándose la vuelta y viendo a Heath a su lado.
Se había quitado las gafas de sol y estaba mirándola fijamente. Sintió que se le ponía la carne de gallina. Se frotó los brazos con las manos, como si tuviera frío a pesar del sol que hacía.
–Porque no quieres tener un bebé sin estar casada.
–Ese es mi problema, no el tuyo –replicó ella, entornando los ojos para protegerse de la brillante luz de la bahía de Hawkes.
–Roland era mi hermano. Este será su único hijo.
–Él no esperaría que te sacrificases por su bebé.
–No sería un sacrificio –dijo Heath.
–Por supuesto que sí. Siempre has dicho que nunca te casarías. La última vez, hace unos días, si mal no recuerdo.
–Es cierto. Pero las circunstancias han cambiado desde entonces.
–¿Qué ha cambiado?
–Tú necesitas un marido y…
–¡Yo no necesito ningún marido! –exclamó ella.
–Lo que quería decir es que… necesitas un padre para tu hijo. Nunca serías feliz siendo una madre soltera.
–Tienes razón. En un mundo perfecto, los bebés deben pertenecer a una familia.
Pero su mundo ya no era perfecto. Se había trastocado por una serie de acontecimientos que ella no había podido controlar.
–Entonces, cásate conmigo. Seremos una familia. Será una forma de resolver nuestros problemas.
Amy inclinó la cabeza y lo miró a los ojos detenidamente.
–Mis problemas, tal vez. Tú no tienes ninguno.
–¿Estás segura?
–Eres un hombre de éxito.
–¿Crees que por ser rico y trabajar tanto no tengo problemas?
–No trabajas tanto.
–¡Vaya! Así que solo soy rico… ¿Me consideras acaso un holgazán?
Quizá lo había pensado, se dijo ella. Parecía tener todo lo que deseaba y sin ningún esfuerzo. Éxito, buenas cosechas, mujeres hermosas…
–No, no he dicho eso –replicó ella algo incómoda–. ¿Podemos cambiar de tema, por favor?
Amy se alejó unos pasos y fue a sentarse en un banco de madera que había frente al mar.
Heath la siguió, se sentó a su lado y apoyó un brazo en el banco por encima de su hombro.
–No, esto se está poniendo interesante. ¿Qué más cosas piensas de mí?
Ella lo miró fijamente como si fuera la primera vez que lo hubiera visto en su vida. Bajo sus pantalones vaqueros y su camisa, se adivinaba un cuerpo atlético y musculoso. Tenía la piel bronceada y unas facciones muy varoniles. Pómulos altos, mandíbula cuadrada y unos ojos llenos de vida. No era de extrañar que las mujeres se fijasen en él.
–Eres encantador y muy atractivo. Gustas a la gente.
–Encantador, atractivo, gustas a la gente… ¿Es esa toda la opinión que te merezco?
–No era mi intención ofenderte.
–No importa. Eres siempre tan amable y tan bien educada… Pero me gustaría saber lo que de verdad piensas de mí. He trabajado muy duro para sacar adelante el viñedo que tu padre dejó casi en la ruina. He estado noche y día plantando miles de nuevas viñas, la mayoría con mis propias manos. ¿Qué es lo que creías que había estado haciendo estos meses?
–Sabes muy bien que mi padre nunca me dejó involucrarme en el negocio. De otro modo, la finca no habría estado tan descuidada…
–Estaba en quiebra.
Amy desvió la mirada. Sabía que él tenía razón. Contempló el mar que tenía frente a ella. Estaba en calma. Escuchó el chillido de una gaviota siguiendo a otra a lo largo de la playa. Pero lo único que acudía a su mente era la expresión de indiferencia del director del banco cuando había ido a presentarle su proyecto para abrir un pequeño hostal con el que aliviar las cargas financieras de su padre. El director no le había concedido el préstamo. Le había dicho que se trataba de un negocio poco fiable que necesitaba un avalista que garantizase la inversión.
Entonces Heath se había presentado en el banco con una oferta de compra de Chosen Valley.
–Sabía que no atravesaba una buena situación económica, pero no pensé que fuera tan mala –dijo ella finalmente.
–Pensaste que me aproveché de ello comprándola a precio de saldo, ¿verdad? –exclamó él, arqueando las cejas–. Pues debes saber que pagué por ella más de lo que valía.
–Si hubiera sucedido ahora, habría podido ayudar a mi padre. He aprendido muchas cosas del negocio desde que trabajo en Saxon´s Folly. Gracias a ti, Heath.
–No quiero tu gratitud –replicó él, apretando los puños por detrás de la espalda.
–Lo siento –dijo ella en voz baja.
–Amy, no es contigo con quien estoy enfadado, sino conmigo mismo.
–¿Por qué? Tienes todo lo que cualquiera desearía.
–Causé muchos problemas cuando era joven. Apenas tengo