–Esta ha sido tu casa durante muchos años. ¿Por qué no…?
–No. Para mí, esta ya no es mi casa.
Ella había nacido y se había criado allí, pero Chosen Valley pertenecía ahora a Heath. Él había reformado todas las habitaciones. Todo estaba distinto. Cambiado. Aunque parecía seguir conservando su clima cálido y cogedor. El viejo caballito de madera con el que había jugado de niña aún seguía allí en un rincón de la habitación. Se imaginó por un instante a su hijo balanceándose en él. Se tocó el vientre y sintió un amarga sensación.
–Amy…
Ella fijó la mirada de nuevo en Heath.
–No quiero que le digas a nadie que estoy embarazada.
–¿Por qué demonios…?
–No digas palabrotas. A tu madre no le gustaría –dijo ella, dándose cuenta en seguida de lo ridículo que sonaban sus palabras–. Aún no estoy preparada para afrontar esta situación –añadió.
–Amy, esto no es tan malo. Como te dijo el doctor Shortt, realmente es un milagro.
–No, es algo terrible. Es lo último que hubiera deseado. Prométeme no decírselo a nadie.
–Mis padres estarán encantados de saber que estás embarazada de Roland y que van a tener un nieto.
Ella lo miró fijamente. Él no podía comprender la confusión, la desesperación y la vergüenza que se agitaba dentro de ella. Nadie podría.
–Roland está muerto. Esto que llevo dentro es una parte de mí misma. Es mi bebé… Por favor, Heath, prométemelo.
Él levantó las manos en señal de rendición.
–Está bien, está bien, si tanto te preocupa, te prometo que no se lo diré a nadie.
–Llévame a mi casa, por favor.
Capítulo Tres
Aborto. De nuevo volvía a oír esa palabra.
Amy miró a la persona que la había pronunciado. Carol Carter, la asistenta social, era una mujer regordeta de mediana edad con el pelo negro corto y unos ojos amables que parecían haberlo visto todo en la vida. Nada más entrar, Amy le había dicho que se sentía culpable por estar embarazada fuera del matrimonio y que eso iba en contra de sus principios. La serenidad con que la asistencia social le había dado aquel consejo la había horrorizado.
Por un momento, deseó tener a alguien a su lado. Roland. Megan. Necesitaba una mano a la que agarrarse. Pero Roland ya no estaba y Megan se había ido esa mañana a Australia por un par de días.
–¡No puedo hacerlo!
–Tiene que pensarlo bien antes de tomar una decisión, ahora que todavía estamos a tiempo.
–¿No es ya demasiado tarde para… ? –preguntó Amy.
Carol volvió a examinar el informe del doctor Shortt que Amy le había llevado.
–No debería haber ningún riesgo para usted si el procedimiento se lleva a cabo dentro del próximo mes.
–No, no puedo hacerlo.
–El feto se está acercando al final del primer trimestre.
El feto. Sí. Así era como debía llamarlo.
–También podría tener el bebé y darlo luego en adopción –añadió Carol, mirándola por encima de las gafas–. Le aconsejo que considere esta opción seriamente. Podría dar una gran satisfacción a una pareja que esté deseando tener un bebé.
Eso la hizo sentirse aún peor. Ella no quería estar embarazada. Y, sin embargo, en algún lugar podía haber otra mujer deseando desesperadamente un bebé.
Las lágrimas volvieron a brotarle.
–Piense en ello –dijo Carol–. Teniendo en cuenta su situación y cómo se sentiría siendo una madre soltera, podría ser lo mejor para el niño. Hágame llegar su decisión cuanto antes.
¡Lo mejor para el niño!
Amy se quedó desconcertada, mirando a Carol. ¿Podía ser capaz de renunciar a su bebé aunque fuera lo mejor para él? Había sido un trauma para ella enterarse de que estaba embarazada, pero ahora estaba empezando a aceptarlo.
Heath la estaba esperando cuando salió del despacho de la asistenta social.
–¿Qué estás haciendo aquí? –preguntó ella.
–Vi tu cita en el ordenador y pensé que podrías necesitar mi ayuda.
–¿Así que has estado espiándome?
Heath levantó una mano y se acercó a ella. Amy pensó que iba a tocarla, pero luego bajó el brazo.
–No, pero me preocupé cuando no fuiste a trabajar esta mañana. Mi padre me dijo tenías una cita con el médico, pero yo sabía que habías estado ayer con el doctor Shortt y me inquieté al saber que habías concertado otra cita.
–No quería que nadie supiera que iba a venir a ver a una asistenta social. No quiero que nadie pueda pensar que pretendo desprenderme de…
–Amy…
Pareció como si quisiera decir algo más, pero se limitó a pasarle un brazo por el hombro atrayéndola hacia sí.
Ella se puso tensa y él, al percibirlo, suspiró contrariado y retiró el brazo.
–Ven, te llevaré al trabajo.
–No hace falta que te molestes. He dejado el coche aparcado aquí mismo.
–No creo estés en condiciones de conducir. Le diré a alguno de los operarios de la bodega que se pase a recogerlo.
–Puede que tengas razón –admitió ella.
–¿Acaso no la tengo siempre? –exclamó él en tono burlón.
Amy se dio cuenta de que solo estaba bromeando para levantarle el ánimo. Pero no estaba de humor para reírse. La decisión que tenía que tomar pesaba sobre ella como una losa. Era una decisión que no solo le afectaba a ella.
Heath no la llevó directamente a Saxon´s Folly, sino que se dirigió al centro de la ciudad y detuvo el coche junto a una cafetería muy popular.
Amy se puso tensa al darse cuenta de sus intenciones. Heath temió que iniciara una nueva discusión, pero se sintió aliviado cuando accedió a entrar y sentarse con él en una mesa.
–Tomaré un té. Un té verde.
Heath frunció el ceño. El establecimiento estaba lleno y había un griterío que llegaba hasta ellos mezclado con el aroma irresistible del café.
–Hay aquí demasiada gente. ¿Prefieres ir a otro lugar más tranquilo?
–No deseo ir a ninguna parte contigo. Pensé que ibas a llevarme a Saxon´s Folly.
–Quiero hablar contigo antes.
–¿Hablar? ¿De qué?
–Del bebé.
Heath esperó un instante, convencido de que iría a decirle que eso no era asunto suyo. Pero ella permaneció en silencio, y él aprovechó la oportunidad para mirarla detenidamente. Ya no estaba tan pálida como el día anterior. Tenía un aspecto más saludable. Su piel parecía de nácar y su pelo tenía un brillo de terciopelo. Nunca la había visto tan hermosa e… inalcanzable.
–¿Por qué me miras así?
–¿Cómo?
–Como si fuera un insecto bajo el microscopio.
Él se echó a reír.
–¡Un insecto!