Nunca digas tu nombre. Jackson Bellami. Читать онлайн. Newlib. NEWLIB.NET

Автор: Jackson Bellami
Издательство: Bookwire
Серия:
Жанр произведения: Языкознание
Год издания: 0
isbn: 9788416366514
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de Beth.

      —¡Connor! —insistió ella, con un toque de atención a modo de patada—. El sheriff acaba de aparcar el coche en tu puerta.

      —¡Mierda! —exclamó él.

      Se levantó de un salto y sintió por primera vez los efectos narcóticos de la hierba. Su mundo daba vueltas y vueltas y vueltas… Hasta que acabó vomitando las cervezas.

      —¡Vamos! —dijo al agarrar a Jess de la mano y tirar de ella.

      —¡De nada, idiotas! —les gritó Beth a lo lejos.

      Connor y Jessica salieron por la puerta de la verja del jardín hacia la calle trasera. Corrieron a la velocidad que el ajustado vestido de la chica le permitía. Se refugiaron en el parque del vecindario, bajo el complejo infantil con forma de nave espacial. Y allí surgió la magia de las drogas, el alcohol y los errores.

      Desde aquel día, él era su chico y ella su chica. Infelices para siempre. Aunque eso de siempre le quedaba grande a Connor.

      El verano avanzó como lo hizo el falso amor adolescente. Una fiesta tras otra. Besos. Caricias. Suspiros, miles de ellos. Porque a Connor no le interesaba Jessica ni en sus momentos más… íntimos. Para poder tolerarlo, cada mañana se miraba al espejo y se repetía: «Bienvenido al Macalester College, señor Payton». Aquello fue su terapia, la manera de sobrellevar la mierda en que se había metido. ¿Merecen la pena los sueños a cualquier coste?

      Connor habría llevado una vida excelente aun sin Jessica de por medio. Era un hijo maravilloso. Un hermano ejemplar. Un buen estudiante con un amigo en quien confiar. Porque, a pesar de los sentimientos, Chris jamás se alejó de su lado. Ni siquiera cuando Jessica demostraba delante de todos lo que Connor despertaba en ella. Siempre le fue fiel. Quizá, demasiado. Y la verdad es que Chris admiraba y quería a su amigo Payton. Igual que Jessica amaba a su chico.

      Sin embargo, hay un refrán para toda situación.

      Y del amor al odio hay solo un paso.

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      Como de costumbre, Chris recogió a Payton en casa para ir a la fiesta y después pasaron a por Jessica. La promesa de una noche completa para el amor tenía a la joven inquieta, demasiado cariñosa. En el asiento de atrás intentaba por todos los medios comenzar con la velada privada entre ellos dos. No le importaba si Chris podía verlos desde su posición al volante.

      —Jess, por favor, Chris está con nosotros —la detenía Connor cuando intentaba desabrochar su cinturón—. Vas a mancharme el traje.

      —A Chris no le importa, ya ha visto en las duchas lo que yo quiero ver —replicó al subirse el vestido de vuelo blanco con estampados invernales.

      Pero a Chris sí que le importaba, aunque nadie en ese coche lo supiera. Trataba de mantener el tipo que había fingido todo el día, y de verdad hacía un esfuerzo increíble, pero todos tenemos un límite.

      —¿Qué te ocurre? —cuestionaba Jessica, enfadada—. No me tocas como debería hacerlo un chico con su chica.

      —Ya sabes que estas cosas me dan cierto pudor. Te prometí que después de la fiesta sería tuyo. Disfrutemos la noche.

      —Está bien, Connor Payton. Hoy no te escaparás.

      Chris bajó la ventanilla. Necesitaba que el frío invernal calmase su ansiedad. No estaba, ni lo estaría jamás, preparado para lo que iba a hacerle a su amigo.

      La última noche de Connor acababa de comenzar.

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      Malditos vecinos

      De repente me encuentro dentro de Caleb, sin saber cómo salir o cómo he entrado. Él sigue aquí, en el interior de su cuerpo, y no deja de gritar.

       —¡Cálmate, Caleb! Yo tampoco sé lo que ocurre.

      —Sal de mi cabeza. ¡Sal de mi cabeza! —repite una y otra vez.

      Continúo parado frente a la puerta de su casa sin saber qué hacer.

      —Es una pesadilla. Es una pesadilla.

       —Caleb, no es tal cosa. Por favor, escúchame.

      —Quiero entrar en casa. Déjame pasar, Connor.

      Juraría que está llorando.

       —Estoy muerto, Caleb. No sé cómo, pero he muerto.

      El sollozo cesa un instante.

      —He despertado así, como un fantasma, supongo —le explico y, a medida que lo hago, me dan ganas de romper a llorar también—. Ojalá se tratase de una pesadilla… Puede que lo sea. Aunque me temo que es real.

      Caleb sigue en silencio.

      —He intentado hablar con mi madre… —Sí, estoy llorando—. Tenía que salir de casa. Ellos aún no saben nada. No quería estar ahí cuando descubrieran mi cadáver en mi habitación…

      El llanto toma el control del cuerpo de Caleb y lloramos juntos delante de su puerta.

      —¿Connor? —oigo en mi cabeza, en la de Caleb—. Connor, yo…

      —Cariño, ¿qué ocurre?

      La señora Reynolds me ve desde el interior a través del cristal. Acude en busca de su hijo, que llora en la puerta de casa después de tirar la basura. Pero no es él, sino yo.

      Lleva la cabeza cubierta de rulos y unas gafas demasiado pequeñas para su rostro en la punta de la nariz. Siempre ha mirado por encima de ellas.

      —Cielo… —dice, ayudándome a entrar—. ¿Por qué lloras?

      Caleb se ha quedado mudo y a mí me ahogan las palabras.

      —Cal, habla. Me estás asustando, cariño.

      —Dile que ha sido por la canción —susurra Caleb en mi interior como si su madre pudiese oírnos.

      —Es por la canción…

      —¿Otra vez escuchando Wrecking Ball? —cuestiona la señora Reynolds.

      «¿Caleb llora con una canción de Miley Cyrus?».

      Yo asiento con el rostro de su hijo.

      Esto es demencial.

      —Ya te dije que la eliminaras de tu lista. —Me acompaña hasta la cocina—. Siéntate, te prepararé un batido de chocolate.

      —No, estaré en mi habitación —digo con la voz de Caleb.

      Si le digo a Greta Reynolds que soy el fantasma de Connor Payton encerrado en el cuerpo de su hijo… Ni yo me creería algo así.

      Dejo la cocina y subo las escaleras. Conozco la casa de los Reynolds. Son muchas tardes las que hemos pasado Caleb y yo juntos.

      «Nunca hemos estado tan juntos como ahora».

      —Puedo oír tus pensamientos, ¿sabes?

      Su voz suena demasiado fuerte y casi tropiezo en las escaleras.

      —Joder, Caleb, me has asustado —susurro.

      —Dijo el fantasma… Es subiendo a la derecha.

       —Recuerdo dónde está tu habitación.

      —Entonces soy yo lo único que has olvidado.