Los días pasaron lentamente. Llegó y pasó el mes de julio, y pronto llegaron los sofocantes calores de agosto (verano en el hemisferio norte). Chen renunció a su trabajo en la fábrica de calzado, donde se hacía botas para los soldados, y se puso a trabajar como instructor bíblico de la iglesia de Shanghai. Sin embargo, esperaba cualquier día recibir noticias de la Oficina de Reclutamiento.
Y leía los diarios. Las noticias acerca de la guerra aparecían en todos los diarios de la tarde, y mientras leía las noticias, se preguntaba qué vendría después. Sin embargo, la primicia que recibió la tarde del 6 de agosto no era de ninguna manera lo que esperaba.
Estaba bajando la escalinata de la iglesia adventista, cuando vio que había personas que corrían y gritaban por la calle. Muchos agitaban diarios en las manos, así que, él corrió entre la gente para ver de qué se trataba toda esa conmoción.
–¡Escuchen esto! –gritó alguien, mientras leía en voz alta el artículo de portada, y el ruido de la calle disminuyó mientras todos se detenían para escuchar:
“El 6 de agosto de 1945, a las 8:15 de la mañana, los Estados Unidos dejaron caer una bomba atómica sobre Hiroshima, Japón, que destruyó totalmente la ciudad. No se sabe cuántas víctimas resultaron de la explosión, pero el censo más reciente de Hiroshima registra más de ochenta mil habitantes. Todos los informes indican que no hubo sobrevivientes”.
Chen se apoyó contra un farol, para estabilizarse. ¡Qué giro alarmante de los eventos! Les habían dado un terrible golpe a los japoneses, y ¿quién podría predecir qué seguiría a eso? ¿Se rendirían? ¿Tendrían los estadounidenses otras bombas como esta?, Y si así fuera, ¿la arrojarían también sobre Japón?
Nadie sabía las respuestas. Pero tres días más tarde, el 9 de agosto, la ciudad japonesa de Nagasaki también fue bombardeada, lo que selló la suerte del Japón. Se decía que la Segunda Guerra Mundial había terminado. China estaba a salvo; y eso significaba que Chen estaba a salvo. No tendría que servir en el ejército chino para pelear con armas y granadas. Podría, en cambio, servir en el ejército del Señor, peleando las batallas de la gran controversia entre el bien y el mal. Esa era una guerra que Chen sabía que podía ganar. La iglesia de Dios podría perder algunas batallas en el proceso, pero la guerra había terminado ya el día en que Jesús murió en la cruz.
“Gracias, Señor”, fue todo lo que Chen pudo decir mientras volvía en su bicicleta a su casa esa tarde. Dios obra de maneras misteriosas para responder a nuestras oraciones, pensó Chen. Aunque ni en sus sueños más descabellados había esperado que Dios lo hiciera de ese modo.
Capítulo 2
Nacido en Ning Bo, China, en 1927, de padres adventistas, Chen había sido criado para servir a la iglesia. Las responsabilidades de su padre como evangelista misionero para la Iglesia Adventista en la provincia de Zhe Jiang habían mantenido a la familia siempre en movimiento. Esto dificultaba la vida de la familia de muchas maneras. Cuando Chen cursaba la primaria, no permanecía en una misma escuela más de tres o cuatro meses seguidos, por causa de los viajes de su padre. Su asistencia esporádica influyó en sus calificaciones, lo que le impidió acceder a la enseñanza media. Esa era una verdadera desventaja, y más adelante sufrió por ello.
Lamentablemente, sus desventuras con la escuela lo habían empujado demasiado temprano a una vida de trabajo, lo que él resentía. A los quince años, había abandonado definitivamente el estudio y se había ido a Shanghai, para trabajar como aprendiz de oficios. Todos los jóvenes que no estaban en la escuela hacían lo mismo. Para empeorar las cosas, había iniciado la Segunda Guerra Mundial, y todos tenían que trabajar horas extras en la fábrica para cumplir con las entregas que exigía el gobierno durante la guerra.
Los tiempos eran difíciles, y Chen trabajaba tan bien como podía, pero sabía que no se quedaría allí para siempre. Había nacido para más que solo un trabajo de fábrica. Dios tenía algo mejor para él; de eso estaba seguro. Y aunque todavía no tenía en claro qué podía ser eso, oraba para que Dios lo guiara en esa decisión tan importante.
Sus padres siempre habían querido que fuera un pastor, como su padre. Una vez, había oído que su padre hablaba con un amigo acerca de Chen, que era el primogénito y había sido dedicado al servicio de Dios siendo niño. Esto hizo que Chen, siendo aún pequeño, sintiera mucha presión, pues sabía que sus padres esperaban que él hiciera de su vida algo especial para Dios.
Chen amaba a su padre y a su madre, y los respetaba por los sacrificios que habían hecho para Dios y para la iglesia. Él quería complacerlos, pues el honor de la familia significa mucho en la cultura china. No obstante, Chen era muy cauteloso, porque sabía lo que el futuro probablemente tendría para él como pastor. No estaba seguro de que pudiera ser predicador como lo era su padre; y tampoco estaba seguro de que estuviera listo para las responsabilidades de un pastor. Sin embargo, parecía que él no podía decir nada al respecto, ya que esa era la costumbre en los hogares de las familias asiáticas. Como su padre había dicho muchas veces, su suerte era la vida de un pastor.
Pero ahora Chen tenía ante sí una nueva vida: un trabajo nuevo, que le permitía aprender y crecer espiritualmente. Él no era predicador; no era un pastor de iglesia. Chen estaba trabajando como instructor bíblico para la Iglesia Adventista de Shanghai, y lo disfrutaba más que cualquier otra cosa que le hubiese gustado en lo pasado. En este nuevo trabajo, se le pagaba para estudiar su Biblia y compartirla con otros, entre otras cosas. ¡Qué oportunidad! ¡Qué bendición!
Las semanas pasaron volando, y antes de mucho, Chen estaba experimentando toda clase de aventuras nuevas. Estaba vendiendo Biblias y otros libros religiosos que la iglesia lograba conseguir; eso era una bendición para todos, y ayudaba en el crecimiento de la iglesia. Sin embargo, un obstáculo para la misión de Chen era que los libros en idioma chino eran costosos, si es que se los podía encontrar. Y la iglesia tenía muy pocos libros de Elena de White, muchos menos de los que necesitaban, provenientes de los Estados Unidos. Para Chen, los libros de aquella autora eran los más inspiradores, después de la Biblia; después de todo, ella había sido inspirada mediante visiones y visitas reales de ángeles. Cuando Chen pensaba acerca de esto, su mente se estremecía con entusiasmo y más que nunca deseaba dedicar su vida a la obra de Dios, a través de la Biblia y de otros los libros.
Lo que necesitaban era encontrar una manera en que ellos mismos pudieran traducir algunos de los libros de Elena de White. De esa manera, podrían disminuir los costos e imprimir muchos ejemplares de forma independiente. Cuando mencionó esto al pastor Lin en la iglesia de Shanghai, el pastor quedó impresionado con esta idea.
Sin embargo, lo que más le gustaba a Chen era estudiar la Biblia con personas interesadas. Generalmente, encontraba a tales personas cuando estaba vendiendo Biblias y otros libros religiosos. Si podían adquirir algún libro, eso lo ayudaba a sostenerse económicamente; pero si no podían comprar, a menudo los invitaba a estudiar con él. Y si les gustaban los estudios, les preguntaba si querían asistir a la Iglesia Adventista del Séptimo Día con él, en Shanghai.
No ganaba mucho dinero como instructor bíblico, pero eso no le molestaba. Era joven, no tenía compromisos y necesitaba muy pocas posesiones terrenales. Aunque tenía una bicicleta que lo ayudaba a recorrer la ciudad, no tenía un reloj propio. Aquella era la totalidad de sus bienes terrenales, excepto unas pocas camisas buenas, que tenía que lavar y planchar él mismo casi cada día, pero pensaba que esa era una buena práctica para cuando quisiera conquistar a una señorita algún día.
“A una jovencita le gusta ver a su hombre bien vestido”, le había dicho su madre más de una vez, y él creía que tenía razón. Ciertamente, no hacía ningún daño; y estar bien vestido siempre lo ayudaba a entrar en los hogares cuando vendía libros. Eso era, en sí mismo, una ventaja.
Después de dedicarse dos años a esta tarea, ya era un vendedor excelente. Aunque