El humanismo clásico, por su parte, lo que desea es conocer y respetar la naturaleza de lo existente, y en el caso del ser humano, reconocer, respetar y potenciar, en la medida de lo posible, la grandeza de la vida de cualquier mujer u hombre a nivel personal y colectivo, y consecuentemente proyectar una observancia irrestricta a sus derechos fundamentales, sean de primera, segunda, tercera o cuarta generación, así como a sus consiguientes deberes. Entre estos derechos se encuentran el derecho a la vida, la salud, la atención médica, la alimentación, un trabajo digno, un hogar donde vivir, la educación, la cultura, el derecho a participar como sujeto activo en la vida civil ejerciendo una libertad responsable, y ser proactivos en la creación de una civilización más humana.
En el campo de los profesionales de la salud este humanismo se manifiesta en “el amor al semejante” como sostenía Hipócrates, y en la sabiduría, competencia profesional y científica, compasión, solidaridad e integridad en su trato con los pacientes salvaguardando sus derechos, entre ellos la confidencialidad de la información y el consentimiento informado, orientados por los principios de beneficencia, no maleficencia, justicia, libertad y responsabilidad en el ejercicio de su práctica médica.
Sintetizando las ideas precedentes, todos estos enfoques tienen, en cuanto a la investigación bioética y científica, consecuencias en sus principios, su modo de proceder y en sus finalidades, como ha podido apreciarse.
¿Eso indica que estas posiciones rivalizan entre sí? Se trata de posiciones distintas que surgen de planteamientos doctrinarios diferentes, lo que significa que tienen sus propias trincheras conceptuales y pueden divergir radicalmente entre sí, sin embargo, en la práctica pueden conducir, en algunos aspectos, a conclusiones semejantes, por ejemplo, las corrientes bioéticas inspiradas en el deontologismo y el liberalismo dan primacía —en muchos casos— a la autonomía del sujeto, incluso sobre la vida humana, como puede acontecer en situaciones extremas donde está en juego el derecho a la vida —por ejemplo, en casos de aborto, eutanasia o suicidio asistido—, dejando de lado la ley natural y la tendencia instintiva de conservar y proteger la vida. En este tenor, sus defensores buscan la protección de la ley (positivismo jurídico), y a nivel social el consenso de la población para que avale sus propuestas, mediante campañas publicitarias con esa finalidad.
En contextos como los descritos en el párrafo precedente, tal planteamiento se vuelve complejo al grado de que llegan a violentarse o ponerse en colisión diver-sos derechos fundamentales, como, por ejemplo: “¿qué es primero: el derecho a la libertad o el derecho a la vida?”; para quienes se encuentran bajo el influjo de tales corrientes éticas, el dilema se resuelve por aquello que les resulte más útil o sus consecuencias sean las buscadas, como acontece en situaciones extremas, como las prácticas abortivas o eugenésicas.
En asuntos tan serios como el derecho a la vida, desde una posición autárquica y liberal se puede justificar casi cualquier cosa en nombre de una sesgada interpretación “de respeto a la dignidad de las persona”, y si se trata de enfermos graves o en estado terminal, apoyados en la tesis de “su libre decisión a morir con dignidad”, lo que puede indicar la aceleración voluntaria de su propia muerte, fenómeno que encontramos entre los defensores de la eutanasia activa, que es una forma de suicidio asistido17 o, en los casos de limpieza étnica y eugenesia,18 como ocurrió en los trágicos experimentos biotecnológicos de los nazis con enfermos mentales y judíos, y los distintos grupos o gobiernos que buscan el control natal indiscriminado, como se revisará en otros capítulos de esta obra. Esto sucede en nuestros días. Es por eso que el debate en tales asuntos no es cuestión menor, sino de una enorme relevancia filosófico-científica y humanística-cultural.
En este sentido podemos afirmar que detrás de toda postura bioética hay un modelo de persona, de sociedad, de naturaleza y de consideración de la propia tarea y de las finalidades de la ciencia, en virtud de que la bioética, como disciplina de orientación filosófica, desea tender un puente entre las ciencias de la naturaleza y las ciencias humanas, y se relaciona en una de sus vertientes más relevantes con las ciencias de la vida y la salud, las biotecnologías, la investigación farmacológica, genética, genómica, entre otras.
Eso indica que, en la interrelación entre antropología filosófica, bioética y el campo científico específico, que es el centro de su atención y regulación axiológica (por ejemplo, ciencias médicas, ambiente, nutrición, ética de la ciencia y la tecnología), se tiende “un primer puente”, como es la interdisciplinariedad, donde ocurre el encuentro analítico de campos de estudio y áreas de trabajo comunes y problemáticas diversas de enorme relevancia, que conducen a un “segundo puente”, como es el diálogo y cooperación entre las mismas disciplinas a través de expertos y científicos, donde no podemos soslayar que su finalidad, en cuanto a la investigación, foco de estudio y logros obtenidos, debe estar al servicio de la persona concreta, y de la humanidad en general sin distinción de género, raza, origen socio-económico o creencias, sin obviar ni mucho menos socavar, el respeto y cultivo de la naturaleza física y el ambiente, a fin de garantizar el avance y progreso humanos en esos ámbitos, así como la sustentabilidad del planeta.
Estas concepciones tamizadas de novedad (la bioética ha sido un gran suceso en las últimas décadas), pero también de conocimiento de lo real (en este caso del ser humano y la naturaleza física y ambiental) plantea multitud de inquietudes y retos que impulsan a su desentrañamiento, pero también traen consigo hallazgos que merecen una atención ponderada de sus beneficios y riesgos, así como una multitud de interrogantes por responder con solvencia filosófica, científica y moral. Esta sinergia —en su recíproco trabajo interdisciplinar y creativo— forma parte del fecundo camino de la ciencia que, en sus múltiples hallazgos, puede traducirse en conocimiento práctico de tipo bioético, al servicio de la humanidad.
¿Qué hace falta para que así sea? Falta que las motivaciones, finalidades o intereses de quienes lo cultivan (gobiernos, centros de investigación, hospitales, laboratorios, instituciones internacionales), sea la búsqueda del bien común para la humanidad, con un desarrollo sostenido apoyado en la justicia y la paz a fin de preservar la supervivencia del planeta
En el campo bioético esto se concreta en el ámbito médico, en la promoción de la salud y la prevención de la enfermedad, que es el fin central de tan noble actividad, que trae como consecuencia el alivio del dolor y sufrimiento causados por las enfermedades, el cuidado y curación de quienes padecen enfermedad y atención solícita de quienes no pueden ser curados, como recuerdan J. Hanson y Daniel Callahan en su relevante The Goals of Medicine. The forgotten issues in health care reform (1999).
Esto nos conduce a la siguiente pregunta: ¿quiénes somos para ambicionar esas metas y tener la ilusión de trabajar para conseguirlo, aun con los tropiezos y errores propios de la condición humana?
2. El ser humano como persona
La bioética, como disciplina científico-filosófica, aborda cuestiones de gran complejidad y relevancia, sobre todo cuando se vincula a las ciencias de la vida y la salud. En estos ámbitos algunas de