–¿Puedes traerme el maletín médico para que examine a la niña más a fondo? –pidió Rowan, dándole un suave y cálido apretón en el hombro–. Está en el baño que hay en el dormitorio, junto a mi neceser. Me gustaría auscultarla.
Mari se derritió por aquel sencillo contacto. Estaba demasiado cansada para combatir el deseo que la poseía, así que se fue al dormitorio a hacer lo que le había pedido. Allí, miró a su alrededor y vio huellas de Rowan por todas partes. El balcón tenía las puertas abiertas y, sin poder evitarlo, pensó en lo romántico que sería sentarse allí fuera con él, bajo las estrellas…
Cielos, ¿se estaba volviendo loca? No debía tener esas fantasías, se reprendió a sí misma. Sin embargo, sin querer, se fijó en la cama de matrimonio, con un libro en la mesilla de noche, y se lo imaginó tumbado allí, leyendo, con muy poca ropa… Apartó la vista.
En el baño, el aroma de él la envolvió, haciendo que sus terminaciones nerviosas se excitaran un poco más.
Pero el llanto de Issa le recordó qué estaba haciendo allí. Tomó el maletín de cuero gastado, con el nombre de Rowan grabado en una pequeña placa de bronce, y regresó con él al salón. Rowan dejó a un lado el biberón vacío y se puso a la niña apoyada en el hombro, dándole suaves golpecitos en la espalda.
¿Cómo iban a cuidar del bebé juntos? Mari no tenía ni idea.
Por primera vez en su vida, ella había hecho algo irracional por completo. El hecho de que Rowan Boothe tuviera tanta influencia sobre ella la conmocionaba sobremanera.
Tenía que descansar y aclarar sus ideas cuanto antes, se dijo Mari. Y, sobre todo, dejar de babear por el seductor olor de aquel hombre.
Rowan estaba sentado delante de su ordenador. Había enviado una copia de toda la información al coronel Salvatore, incluida la nota que habían encontrado con el bebé.
Aunque no sabía cuánto tardarían en tener noticias de los padres de Issa, al menos, se alegraba de haber convencido a Mari de ayudarlo. Su motivación era, en parte egoísta, pues quería pasar más tiempo con ella y conocerla mejor.
Escuchó los pasos de Mari acercándose y su aroma a flores lo invadió. Ella estaba parada a su espalda, leyendo la nota que había digitalizado en la pantalla del ordenador.
–¿Esa mujer ha abandonado a su bebé con un extraño y dice que la quiere?
–No te conmueve su situación, supongo.
–Lo que me conmueve es esta niña y qué pasará con ella si no le encontramos una familia que la cuide.
–Espero que mis contactos tengan información cuanto antes –señaló él. ¿Y si Salvatore tenía noticias al día siguiente? Eso le recordaba que tenía que aprovechar al máximo el tiempo que tenía para estar con Mari–. Hablemos de cómo vamos a cuidar del bebé durante el congreso.
–¿Ahora? –preguntó ella, sorprendida–. Es más de medianoche.
–Tenemos que ocuparnos de cosas, como encargar ropita para bebé o hablar con el servicio de niñera del hotel. Solo quiero concretar los detalles del plan.
Cuando Mari se quedó mirándolo con su rostro angelical y, al mismo tiempo, teñido de preocupación, Rowan tuvo ganas de abrazarla contra su pecho y decirle que él se ocuparía de todo.
En vez de eso, acercó una silla y le indicó que se sentara.
–Aunque vayamos a estar con Issa de forma temporal, necesitamos planificarlo todo bien.
–De acuerdo –aceptó ella–. Yo la traje aquí. Siento que es responsabilidad mía.
Vaya, al parecer, Mari no estaba deseando salir corriendo, caviló él.
–¿Tienes la intención de cuidarla personalmente?
–Puedo contratar a alguien –repuso ella.
–Ah, claro. Eres una princesa con infinitos recursos –bromeó él.
–¿Me estás llamando malcriada? –se defendió.
–Nunca me atrevería a insultarte, princesa.
–Está bien. Cuéntame, entonces, cuál es tu plan.
–Podemos fingir que estamos saliendo y, por lo tanto, vamos a pasar estas vacaciones de Navidad juntos y nos hemos ofrecido a cuidar al bebé. ¿Qué tal suena?
–¿Qué? ¿Crees que la gente va a creer que hemos pasado de ser adversarios profesionales a convertirnos en amantes así, sin más?
Rowan observó cómo a ella se le aceleraba el pulso en el cuello.
–¿Amantes, eh? Me gusta cómo suena eso.
–Tú has dicho…
–He dicho que salimos juntos –la corrigió él–. Pero me gusta más tu plan.
–No es ningún plan –le rebatió ella–. Esto es una locura.
–Es un plan y funcionará. La gente lo creerá. Todo el mundo querrá saber más sobre la bella princesa enamorada que actúa como una buena samaritana en Navidad. Si tienen una verdadera historia llena de humanidad que contar sobre ti, no necesitarán inventarse nada.
Mari abrió mucho los ojos, llena de pánico. Rowan la había presionado todo lo que había podido esa noche. Al día siguiente, tendría más tiempo para seguir intentándolo.
–Es hora de irse a la cama –dijo él.
–Esto… –balbució ella, poniéndose en pie–. ¿A la cama?
En sus ojos, Rowan adivinó con satisfacción que ella se los había imaginado a los dos juntos en la cama. Pero era mejor esperar un poco a que estuviera más dispuesta a explorar la atracción que bullía entre ambos.
–Sí, Mari, a la cama. Yo vigilaré al bebé mientras tú duermes esta noche y, si te parece bien, mañana podemos alternar el turno de noche.
Ella parpadeó, perpleja.
–Ya. ¿Pero estás seguro de que podrás ocuparte del bebé por la noche y estar bien despierto para asistir a las conferencias durante el día?
–Soy médico. He empalmado turnos de noche y de día en el hospital muchas veces. Estaré bien.
–Claro. Entonces, llamaré a recepción para cambiarme a una suite más grande, para tener sitio suficiente para el bebé y la niñera que la cuide durante el día.
–No es necesario. Esta suite es lo bastante grande para todos.
–¿Cómo has dicho? –preguntó ella con la boca abierta.
–He dicho que es lo bastante grande para todos –repitió él con calma, mirándola a los ojos–. Si vamos a cuidar del bebé, debemos estar juntos. Ya he pedido al conserje que recojan tus cosas y las traigan aquí.
Mari empezó a respirar más deprisa, mientras las deliciosas curvas de sus pechos subían y bajaban bajo la blusa.
–Veo que has hecho planes por tu cuenta.
–A veces, adelantarse a los acontecimientos es lo mejor –repuso él. Si no, nunca habría tenido la oportunidad de compartir tiempo con ella, pensó–. Un botones traerá tu equipaje enseguida, junto con más ropa para el bebé.
–¿Aquí? ¿Los dos… los tres… en una suite? –balbució Mari.
Sintiéndose victorioso, Rowan se percató de que ella no se había negado.
–Hay mucho sitio. Tú puedes tener tu propia