–No hay muchas probabilidades de que encuentren a sus padres esta noche, ¿lo sabes?
–Sí, ya imagino –repuso ella y le limpió a la niña una gota de leche de la comisura de los labios–. Eso no significa que no tengamos pronto buenas noticias.
–Pareces en tu salsa con Issa. Antes dijiste que nunca habías cuidado a un bebé.
–Siempre he estado muy ocupada estudiando –afirmó ella, encogiéndose de hombros.
–¿No había niños en tu familia? –quiso saber él, sentándose a su lado y dejándose envolver de nuevo por su perfume. De pronto, tuvo una tremenda curiosidad por averiguar a qué flor olía.
–Como mis padres eran hijos únicos, nunca tuve primos. Tampoco tuve hermanos.
Aquello era lo más parecido a una conversación personal que Rowan había tenido nunca con ella. Además, Mari parecía relajada y había dejado su habitual actitud a la defensiva.
¿Y si alargaba el brazo y le rodeaba la espalda por el respaldo del sofá?, se dijo Rowan. Sin embargo, mientras ella lo miraba a los ojos, fue incapaz de hacer ningún movimiento, temiendo romper la conexión que acababa de establecerse entre los dos.
En teléfono sonó en ese mismo instante.
Mari se sobresaltó. El bebé lloró. Y Rowan sonrió. Estaba decidido a explorar el persistente deseo que lo había asediado desde la primera vez que había visto a aquella excitante mujer.
Capítulo Tres
Mari paseaba delante de la ventana del salón, mientras Rowan hablaba con la policía local.
Había demasiadas cosas que no encajaban. Habían abandonado a la niña, aunque olía a limpio y tenía las uñas de pies y manos bien cortadas. ¿Era posible que alguien la hubiera raptado como venganza? Cuando había sido pequeña, a Mari siempre le habían advertido del peligro de que alguien quisiera lastimarla para hacer daño a su padre. Al mismo tiempo, había tenido dificultades en confiar en la gente, pues muchos habían pretendido usarla para llegar hasta su padre también.
Sacándose de la cabeza aquellos pensamientos, se centró en el diminuto ser que respiraba en sus brazos y la miraba con total confianza. ¿Se parecería a su madre o a su padre? ¿La estarían echando de menos?
La acababa de conocer hacía apenas un par de horas… ¿cómo era posible que sintiera tanto cariño por ella?, se preguntó, sin poder contenerse de darle un beso en la frente.
Enseguida, comprobó que Rowan seguía hablando por teléfono, ajeno a su momento de debilidad.
Hasta con vaqueros, era el hombre más guapo que había visto jamás. Tenía anchos hombros, piernas fuertes y exudaba poder y riqueza sin proponérselo. ¿Cómo podía ser tan atractivo y molesto al mismo tiempo?
Rowan colgó, se volvió hacia ella y la sorprendió observándolo.
–¿Qué ha dicho la policía? –inquirió ella, sin apartar la mirada mientras mecía al bebé.
–Están llegando al hotel –informó él, acercándose–. Van a llevársela.
–¿Llevársela? –dijo ella, abrazando a Issa con más fuerza–. ¿Se la van a llevar dentro de unos minutos? ¿Han dicho adónde? Yo también tengo contactos. Igual pueden ayudar.
Él la miró con gesto compasivo.
–Ambos sabemos adónde van a llevarla. La enviarán a un orfanato local, mientras la policía utiliza sus limitados recursos para buscar a sus padres, junto a los de otros cientos de niños abandonados. Es duro, lo sé. Pero es así.
–Lo entiendo –afirmó ella, aunque lo que ansiaba era poder proteger siempre a ese bebé y a todos los que vivían en la pobreza.
–Sin embargo, podemos hacer algo para evitarlo –indicó él, tomando a Issa de sus brazos.
–¿Qué? –inquirió ella con un atisbo de esperanza.
–Solo tenemos unos minutos hasta que llegue la policía, así que tenemos que ser rápidos. Creo que deberíamos ofrecernos a cuidar de Issa.
Mari se quedó atónita.
–¿Cómo dices?
–Los dos somos adultos capaces y cualificados –continuó él–. Quedárnosla sería lo mejor para ella.
Con piernas temblorosas, Mari se dejó caer en el sofá. No era posible que hubiera escuchado bien.
–¿Qué has dicho?
Rowan se sentó a su lado, rozándola con sus fuertes muslos.
–Podemos tener la custodia temporal de Issa, solo durante un par de semanas, mientras averiguan si tiene parientes biológicos que puedan hacerse cargo de ella.
–¿Has perdido la cabeza? –replicó Mari. Aunque, tal vez, era ella quien había perdido la razón, porque se sentía muy tentada de secundar su plan.
–No creo.
Llevándose la mano a la frente, Mari pensó en cómo podría encajar aquello con su trabajo. También le preocupaba el circo que la prensa podía montar a su costa.
–Es una decisión muy importante que deberíamos pensar bien.
–En la práctica médica, me he acostumbrado a pensar rápido. No siempre tengo el lujo de hacer un concienzudo examen a mis pacientes antes de actuar –señaló él–. Por eso, he aprendido a confiar en mi intuición. Y mi instinto me dice que quedarnos con el bebé sería lo correcto por el momento.
Anonadada, Mari se quedó mirándolo. En el fondo, tenía que reconocer que prefería imaginar a Issa con él que en algún orfanato.
–¿Serías su tutor temporal?
–Tendremos más posibilidades si nos ofrecemos a cuidar del bebé como pareja. Los dos –indicó él con tono grave–. Piensa en la publicidad positiva que te daría. Los medios hablarían de tu gesto filantrópico y te dejarían en paz durante las vacaciones de Navidad.
–No es tan sencillo. La prensa puede tergiversar las cosas o inventar rumores sobre nosotros –protestó ella. ¿Y si pensaban que el bebé era suyo?, se dijo, cerrando los ojos–. Necesito más tiempo.
Cuando sonó el timbre de la puerta, a Mari le dio un brinco el corazón.
–Issa no tiene tiempo, Mari –le urgió él, acercándose a pocos centímetros–. Tienes que decidirlo ahora.
–Pero podrías ocuparte tú solo…
–Quizá las autoridades estén de acuerdo, pero igual no. Tendríamos más posibilidades con tu ayuda –insistió él, acunando al bebé–. Ninguno de los dos esperábamos esto, pero es lo que tenemos. Puede que no estemos de acuerdo en muchas cosas, pero ambos nos dedicamos a ayudar a los demás.
–Quieres hacerme sentir culpable –le acusó ella. Y lo cierto era que su sentido de la culpa al pensar en dejar al bebé en un orfanato estaba empezando a ganar la partida.
–Bueno, las personas acostumbradas a ayudar a gente en situaciones críticas usamos cualquier medio a nuestro alcance para conseguirlo –repuso él, mirándola con genuina preocupación–. ¿Lo estoy consiguiendo?
Mari no dudaba de sus motivaciones, ni de su espíritu altruista. Encima, al verlo mecer a Issa, no pudo seguir resistiéndose a su plan.
–Abre la puerta y lo sabrás.
Tres horas después, Rowan cerró la puerta de su habitación, tras despedir a la policía. Tenían un montón de papeles sobre la mesa, que hacían oficial la nueva situación. Mari y él tenían la custodia temporal del bebé, mientras las autoridades intentaban encontrar a sus padres.
Issa