Se recogió el pelo en un moño. Su aspecto seguía siendo el de una académica no demasiado cuidada. Contra todo pronóstico, había dormido mejor que nunca.
Pronto, el mundo lo sabría. Las cámaras comenzarían a perseguirla y los periodistas hambrientos tratarían de indagar en los detalles. ¿Y si se cebaban en la atracción que había entre Rowan y ella?
Después de ponerse unos zapatos bajos azules, se dirigió al salón. Allí, se apoyó en el quicio de la puerta, contemplando la bella estampa que hacía Rowan con Issa apoyada en el hombro.
Con sus influencias, podía asegurarse de que la investigación fuera lo más eficiente posible. En esos días, además, con los avances en las pruebas de ADN, nadie podía hacerse pasar por familiar de Issa si no era cierto.
Mari no pensaba irse a ninguna parte ni dejar a la niña, excepto para dar la conferencia que tenía programada ese día. Luego, se la llevaría a dar un paseo con Rowan.
La habitación tenía todo el aspecto de ser la guarida de un bebé. Por todas partes había ropita y accesorios que Rowan había encargado para Issa. Una bañera portátil descansaba sobre la cómoda, junto a un monitor para escucharla a distancia, un balancín, una sillita para el coche y suficientes pañales para varios meses.
También había pedido una niñera para que se ocupara de la pequeña durante el día. Estaba imponente con un traje negro de Savile Row, corbata roja y el pelo rubio húmedo y peinado hacia atrás.
¿Cómo era posible que hubiera estado cuidando de Issa durante toda la noche y, aun así, estuviera tan arrebatador y bien compuesto?
Cuando Rowan la miró a los ojos, Mari se estremeció. ¿Qué tenía ese hombre para causarle un efecto tan poderoso? En una sola tarde, había conseguido encontrar su punto débil y convencerla para que hiciera lo impensable.
Mari no podía reemplazar a la madre de la niña, aunque podía asegurarse de que estuviera bien cuidada. Para lograrlo, debía dejar de pensar en el carismático hombre que había frente a ella.
–Buenos días. En esa bandeja tienes café y bollería –indicó él.
A ella se le hizo la boca agua, tanto por el desayuno como por el hombre. Se acercó a la encimera y se sirvió una taza de café.
–¿Ha dormido bien?
–No ha dormido tan mal, teniendo en cuenta que ha experimentado un gran cambio en las últimas veinticuatro horas –comentó él–. Esta noche, podríamos salir con Issa a cenar de incógnito. Si mañana la policía todavía no ha averiguado nada sobre su familia, lo haremos público.
¿Salir a cenar? ¿Hacer público su plan? A Mari se le aceleró el corazón. Sin embargo, era demasiado tarde para echarse atrás. Quizá, la noticia ya se había filtrado a la prensa y pronto todos los sabrían.
Si la familia de Issa no aparecía al día siguiente, Mari tendría que llamar a sus padres y hablarles de su extraña asociación con Rowan.
Aunque, tal vez, Issa estaría de vuelta con sus familiares antes de la cena, se dijo ella. Eso sería lo mejor. ¿O no?
Rowan colocó al bebé en su balancín e hizo sonar una nana.
–A la hora de comer, vendré a ver si Issa está bien con la niñera –señaló Mari, tras aclararse la garganta.
–Buena idea. Gracias –repuso él, tomando una taza de café en sus fuertes manos.
Ella se encogió de hombros. No le costaba nada perderse la comida.
–No es un gran sacrificio. A nadie le gusta la comida que dan en los congresos.
Rowan rio.
–Aprecio mucho que me estés ayudando.
–No me dejaste otra elección.
–Todos tenemos elección.
Por supuesto. Rowan tenía razón. Ella podía irse y dejarlo solo, pero se sentía demasiado responsable de la situación. Relajándose, se sentó a la mesa, mientras el sol de la mañana le bañaba el rostro.
–Claro que lo hago por propia voluntad, por el bien de Issa. No tiene nada que ver contigo en absoluto –aseguró ella.
–¿Ah, sí? Creí que habíamos dicho que no íbamos a jugar.
–¿Qué quieres decir? –preguntó ella, apartando la mirada.
–Bien, te lo explicaré –dijo él, dejó su taza y se sentó a su lado, con las rodillas casi rozándose–. Todo este tiempo, te habías propuesto atacar mis avances y mantener las distancias conmigo. Ahora dices que has elegido quedarte por el bebé, pero los dos sabemos que hay algo más. Hay química, saltan chispas entre nosotros. No puedes negarlo.
–Esas chispas son parte de nuestros… desacuerdos.
–¿Desacuerdos? Has denunciado mi trabajo públicamente. Eso es algo más que un desacuerdo.
–¿Ves? Saltan chispas, pero solo eso.
Él la miró con desconfianza.
–Mari, se te da muy bien desviarte del tema.
–Nada de eso. Estamos hablando de nuestro trabajo. Tú te niegas a aceptar que yo vea las cosas de otra manera. Te has propuesto ignorar cualquier crítica pertinente que pueda hacer de tus inventos tecnológicos. Soy una científica.
–¿Entonces por qué atacas mi programa de diagnóstico? –quiso saber él, pasándose la mano con exasperación por el pelo.
–Pensé que estábamos decidiendo qué era mejor para Issa.
–Princesa, me estás volviendo loco –replicó él, recostándose en su asiento, frustrado–. Estamos aquí por Issa, pero eso no significa que no podamos hablar de otras cosas, así que deja de cambiar de tema cada cinco segundos. Para que podamos llevarnos bien, necesito que hablemos del desprecio público que muestras por mi trabajo.
–Tu programa es como la caricatura de un diagnóstico. Es demasiado instantáneo. Es como hacer comida rápida de la medicina. No toma en cuenta las suficientes variables –señaló ella y calló, esperando que él explotara.
Rowan respiró hondo antes de responder.
–Entiendo tu punto de vista. Y, en cierto modo, estoy de acuerdo. Me encantaría poder dar a todos los pacientes el mejor tratamiento personalizado en la mejor clínica del mundo. Pero pretendo cubrir las necesidades sanitarias de las masas con un número reducido de profesionales médicos. El programa de ordenador nos ayuda atender a más gente, más deprisa.
–¿Y la gente que usa el programa para beneficio propio?
–¿Qué quieres decir? –preguntó él.
–No puedes creer que todo el mundo sea tan altruista como tú. ¿Y las clínicas que usan el programa para tratar a más pacientes y, así, hacer más dinero?
Rowan apretó la mandíbula.
–No puedo ser la conciencia de todo el mundo. Solo puedo enfrentarme a los problemas que tengo delante. Solo pretendo ayudar. Si pudiera elegir, preferiría tener más médicos, enfermeras, matronas y ayuda humana, claro. Pero debemos arreglarnos con lo que tenemos y lograr ser lo más eficientes posibles con las herramientas al alcance de la mano.
–¿Así que admites que el programa tiene sus fallos? –inquirió ella, sin poder creerlo.
–¿Esa es la única conclusión que has sacado de lo que acabo de decir? –replicó él, levantando las manos al cielo–. Soy un hombre práctico y tú eres una idealista en tu torre de marfil, alejada de los problemas reales de las personas. Siento si te molesta escucharlo.