¡Qué formidable demostración del poderoso gobierno del Creador sobre los elementos nos fue ofrecida cuando, hecho carne, habitó entre los hombres! Véanle dormido en la barca. Se levanta la tormenta, el viento ruge y las olas azotan con furor. Los discípulos están con Él, temerosos de que su pequeña embarcación se inunde, despiertan a su Señor, diciendo: «Maestro, ¿no tienes cuidado que perecemos?» Y entonces leemos: «Y levantándose, reprendió al viento, y dijo al mar: Calla, enmudece. Y cesó el viento, y se hizo grande bonanza» (Marcos 4:38–39). Observen también cómo el mar, ante la voluntad de su Creador, lo sostuvo sobre sus olas. A Su palabra la higuera se secó; a Su contacto la enfermedad huyó instantáneamente.
Las grandes luminarias celestes son también gobernadas por su Hacedor y obedecen Su voluntad soberana. Tomemos dos ilustraciones. Al mandato de Dios el sol retrocedió diez grados en el reloj de Acaz para ayudar a la débil fe de Ezequías (2 Reyes 20:11). En tiempos del Nuevo Testamento, Dios hizo que una estrella anunciara la encarnación de Su Hijo, la estrella que se apareció a los magos de oriente, de la cual se nos dice que: «iba delante de ellos, hasta que llegando, se detuvo sobre donde estaba el niño» (Mateo 2:9).
¡Cuán descriptiva es esta declaración!: «El envía su palabra a la tierra; velozmente corre su palabra. Da la nieve como lana, y derrama la escarcha como ceniza. Echa su hielo como pedazos; ante su frío, ¿quién resistirá? Enviará su palabra, y los derretirá; soplará su viento, y fluirán las aguas» (Salmo 147:15–18). Las mutaciones de los elementos están sujetas al control soberano de Dios. Es Dios Quien retiene la lluvia y es Dios Quien la da cuando quiere, como quiere y a quien quiere. Los observatorios meteorológicos se atreven a predecir el tiempo, pero ¡cuán frecuentemente se burla Dios de sus cálculos! Las «manchas» solares, las actividades cambiantes de los planetas, la aparición y desaparición de los cometas, las perturbaciones atmosféricas, son simples causas secundarias, pues tras ellas está Dios mismo. Habla Su Palabra una vez más: «También os detuve la lluvia tres meses antes de la siega; e hice llover sobre una ciudad, y sobre otra ciudad no hice llover; sobre una parte llovió, y la parte sobre la cual no llovió, se secó. Y venían dos o tres ciudades a una ciudad para beber agua, y no se saciaban; con todo, no os volvisteis a mí, dice Jehová. Os herí con viento solano y con oruga; la langosta devoró vuestros muchos huertos y vuestras viñas, y vuestros higuerales y vuestros olivares; pero nunca os volvisteis a mí, dice Jehová. Envié contra vosotros mortandad tal como en Egipto; maté a espada a vuestros jóvenes, con cautiverio de vuestros caballos, e hice subir el hedor de vuestros campamentos hasta vuestras narices; mas no os volvisteis a mí, dice Jehová» (Amós 4:7–10).
He aquí pues, que Dios gobierna verdaderamente la materia inanimada. La tierra y el aire, el fuego y el agua, el granizo y la nieve, los vientos tormentosos y los mares alborotados. Todos cumplen la palabra de Su potencia y realizan Su voluntad soberana. Por consiguiente, cuando nos quejamos del tiempo, estamos en realidad murmurando contra Dios.
2. Dios gobierna a las criaturas irracionales.
¡Qué ilustración tan sorprendente del gobierno de Dios sobre el reino animal encontramos en Génesis 2:19!: «Jehová Dios formó, pues, de la tierra toda bestia del campo, y toda ave de los cielos, y las trajo a Adán para que viese cómo las había de llamar; y todo lo que Adán llamó a los animales vivientes, ese es su nombre». Si se objetara que esto ocurrió en el Edén, y antes de la caída de Adán y la maldición consiguiente sobre toda criatura, acudiríamos al hecho histórico del Diluvio, donde otra vez Dios mostró evidentemente Su gobierno soberano sobre los animales. Observen en este texto cómo Dios hizo que viniera a Noé toda clase de criaturas vivientes: «Y de todo lo que vive, de toda carne, dos de cada especie meterás en el arca, para que tengan vida contigo; macho y hembra serán. De las aves según su especie, y de las bestias según su especie, de todo reptil de la tierra según su especie, dos de cada especie entrarán contigo, para que tengan vida» (Génesis 6:19–20). Todos estaban bajo el control soberano de Dios. El león de la selva, el elefante del bosque el oso polar, la terrible pantera, el lobo indomable, el tigre sanguinario, el águila de altísimo vuelo y el cocodrilo que se arrastra, todos, con su ferocidad nativa, ¡se someten dócilmente a la voluntad de su Creador y vienen al arca de dos en dos!
Nos hemos referido a las plagas enviadas sobre Egipto como ilustración del control del Creador sobre la materia inanimada, pero volvamos de nuevo a ellas parea ver cómo hablan del perfecto dominio de Dios sobre las criaturas irracionales. A Su palabra, el río produjo ranas en abundancia que penetraron en el palacio de Faraón y en las casas de sus siervos; y, contrariamente a sus instintos naturales, se introdujeron en las camas, en los hornos y en las artesas (Éxodo 8:3). Enjambres de moscas invadieron la tierra de Egipto, sin embargo, ¡no las hubo en tierra de Gosén! (Éxodo 8:22). Después, el ganado enfermó repentinamente y leemos: «he aquí la mano de Jehová estará sobre tus ganados que están en el campo, caballos, asnos, camellos, vacas y ovejas, con plaga gravísima. Y Jehová hará separación entre los ganados de Israel y los de Egipto, de modo que nada muera de todo lo de los hijos de Israel. Y Jehová fijó plazo, diciendo: Mañana hará Jehová esta cosa en la tierra. Al día siguiente Jehová hizo aquello, y murió todo el ganado de Egipto; mas del ganado de los hijos de Israel no murió uno» (Éxodo 9:3–6). De manera semejante Dios envió una plaga de langostas a Faraón y a su tierra, designando el tiempo de su visitación, determinando su marcha destructora, y marcando los límites de sus destrozos.
No son los ángeles los únicos que obedecen los mandatos de Dios, sino que también las bestias hacen según Él quiere. He aquí que el arca sagrada, el arca del pacto, está en el país de los filisteos. ¿Cómo ha de ser devuelta a su tierra? Noten los medios que Dios utilizó y cuán completamente estaban bajo su control: «Entonces los filisteos, llamando a los sacerdotes y adivinos, preguntaron: ¿Qué haremos del arca de Jehová? Hacednos saber de qué manera la hemos de volver a enviar a su lugar (…) Haced, pues, ahora un carro nuevo, y tomad luego dos vacas que críen, a las cuales no haya sido puesto yugo, y uncid las vacas al carro, y haced volver sus becerros de detrás de ellas a casa. Tomaréis luego el arca de Jehová, y la pondréis sobre el carro, y las joyas de oro que le habéis de pagar en ofrenda por la culpa, las pondréis en una caja al lado de ella; y la dejaréis que se vaya. Y observaréis; si sube por el camino de su tierra a Bet–semes, él nos ha hecho este mal tan grande; y si no, sabremos que no es su mano la que nos ha herido, sino que esto ocurrió por accidente». ¿Y qué ocurrió? ¡Cuán sorprendente es lo que sigue! «Y las vacas se encaminaron por el camino de Bet–semes, y seguían camino recto, andando y bramando, sin apartarse ni a derecha ni a izquierda» (1Samuel 6). Igualmente sorprendente es el caso de Elías: «Y vino a él palabra de Jehová, diciendo: Apártate de aquí, y vuélvete al oriente, y escóndete en el arroyo de Querit, que está frente al Jordán. Beberás del arroyo; y yo he mandado a los cuervos que te den allí de comer» (1 Reyes 17:2–4). El instinto natural de estas aves de presa fue reprimido y en vez de comerse los alimentos, los llevaron al siervo de Jehová en su solitario retiro.
¿Son necesarias más pruebas? No hay que ir lejos para encontrarlas. Dios hace que una asna muda reprenda la locura del profeta. Envía dos osas de los bosques a devorar a cuarenta y dos de los atormentadores de Eliseo. En cumplimiento de Su palabra, hace que los perros coman la carne de la impía Jezabel. Sella las bocas de los leones de Babilonia cuando Daniel es echado en el foso, aunque más tarde hace que devoren a los acusadores del profeta. Prepara un gran pez para que trague al desobediente Jonás, y al llegar la hora ordenada, le obliga a vomitarlo en tierra seca. A Su mandato y en cumplimiento de Su palabra, un pez lleva a Pedro una moneda para el tributo. Así vemos que Dios reina sobre las criaturas irracionales, bestias del campo, aves del aire y peces del mar; obedecen Su mandato soberano.