El Tesoro de David: la revelación Escritural a la luz de los Salmos. Eliseo Vila. Читать онлайн. Newlib. NEWLIB.NET

Автор: Eliseo Vila
Издательство: Bookwire
Серия:
Жанр произведения: Религия: прочее
Год издания: 0
isbn: 9788417131753
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Sacred Septenarie or A godly and fruitful exposition on the seven Psalmes of repentance”, 1623

      Porque desfallezco. La retórica que emplea David para inducir a Dios a que le sane, no deja de ser sorprendente: “desfallezco”. Un argumento sacado de su propia debilidad, y que de ser usado ante cualquier persona hubiera sido contraproducente; pero que ante Dios es un argumento contundente con grandes posibilidades de prevalecer. Si un enfermo acudiera a un médico contándole solo quejas y lamentos sobre lo gravoso de la enfermedad, este le diría, “que Dios le ampare”; si un explotado fuera a pedir consejo a un abogado mostrándole su estado y sus acciones, le estaría mostrando el quid de la cuestión;20 o si alguien acudiera a un comerciante buscando vestimentas, tendría que tener dinero en mano o aportar un fiador; o para obtener el favor cortesano. Pero, ante Dios, es completamente distinto; el argumento con mayor fuerza es la necesidad, la pobreza, la miseria, la debilidad, las lágrimas, la ausencia de méritos, y la confesión; no hay mejor vía para hacerse con todo aquello que ha prometido (…) Las lágrimas de nuestra desgracia son flechas certeras que perforan el corazón de nuestro Padre celestial, despertando su piedad e inclinando a nuestro favor el plato de la balanza. Los mendigos muestran abiertamente sus llagas y mutilaciones ante los ojos de los transeúntes, con la clara intención de moverles a que se apiaden de ellos. De igual modo, despleguemos ante Dios nuestras miserias, para que él, bondadoso Samaritano, a la vista de nuestras heridas, se apiade de nosotros y nos ayude a su debido tiempo.

      ARCHIBALD SYMSON [1564-1628]

      “A Sacred Septenarie or A godly and fruitful exposition on the seven Psalmes of repentance”, 1623

      Sáname, oh Jehová. David no acude al médico de vicio, como haría un hipocóndrico, sino porque su enfermedad es real y muy grave, sus síntomas son intensos; tan intensos y violentos que le habían perforado los huesos y el alma:21 “Mis huesos se estremecen (…) mi alma también está muy turbada”, por tanto “sáname”. Este es el motivo que le lleva a plantear su segunda petición: “sáname, oh Jehová, porque mis huesos se estremecen”.22

      JOHN DONNE [1573-1631]

       “Sermons preached uponthe Petitential Psalms”

      “Mis huesos se estremecen” El Señor puede hacer que aún la parte más protegida, más dura y menos sensible del cuerpo humano, sienta el furor de su ira cuando así le place; como vemos aquí en el caso de David: “Mis huesos se estremecen”.

      DAVID DICKSON [1583-1663]

      “Explanation of the First Fifty Psalms”, 1653

      El término hebreo עֲצָמָֽי ăṣāmay de עָ֫צֶם etsem, “huesos”, aparece con frecuencia en los Salmos; y si lo analizamos veremos que es utilizado en tres sentidos diferentes:

      1. Aplicado algunas veces al cuerpo físico de nuestro bendito Salvador, como leemos: “Horadaron mis manos y mis pies, contar puedo todos mis huesos”,23 en referencia al cuerpo de Cristo colgando de la Cruz.

      2. Otras veces también en referencia a su cuerpo místico que es la Iglesia. En este sentido denota todos los miembros del cuerpo de Cristo que se mantienen firmes en la fe, y que no serán alterados por persecuciones o tentaciones por severas que estas sean: “Todos mis huesos dirán: Jehová, ¿quién como tú, que libras al afligido del más fuerte que él, y al pobre y menesteroso del que le despoja?”.24

      3. Y en algunos pasajes determinados el término “huesos” se aplica no al cuerpo sino al alma; es decir, al hombre interior de cada cristiano en particular. En este caso implica la potencia y fortaleza del alma, el coraje y determinación que la fe en Dios proporciona a los justos. Este es el sentido con que se utiliza en este segundo versículo del Salmo 6: “Sáname, oh Jehová, porque mis huesos se estremecen”.25 Y así lo entienden Agustín, Ambrosio y Juan Crisóstomo.

      FRANCIS HENRY DUNWELL [1819-1880]

      “Parochial Lectures on the Psalms”, 1855

      Vers. 3. Mi alma también está muy turbada; y tú, Jehová, ¿hasta cuándo? [Mi alma también está muy turbada; y tú, Jehová, ¿hasta cuándo? RVR] [Mi alma también está muy angustiada; y tú, oh Señor, ¿hasta cuándo? LBLA] [Y mi alma está turbada en gran manera, Y Tú, oh YHVH... ¿hasta cuándo? BTX] [Angustiada está mi alma; ¿hasta cuándo, Señor, hasta cuándo? NVI] [Y estoy profundamente abatido. Señor, ¿hasta cuándo? BLP] [Mi corazón está angustiado; ¿cuánto falta, oh Señor, para que me restaures? NTV]

      Mi alma también está muy turbada. La enfermedad del alma es la madre de todas las enfermedades. No importa que los huesos tiemblen si el alma permanece firme, pero cuando el alma se siente también “muy turbada” el resultado es pura agonía.

      Y tú, oh Señor, ¿hasta cuándo? Una frase que termina abruptamente, porque las palabras le fallaron, el dolor acalló la poca vitalidad que le quedaba. Con todo, el salmista seguía conservando cierta esperanza, pero exclusivamente en su Dios. Por ello clama: “Señor, ¿hasta cuándo?”. La gran esperanza del alma penitente es la venida de Cristo revestido con los ropajes sacerdotales de la gracia; y, de una u otra forma, la aparición de Cristo es y ha sido siempre la esperanza de los santos. La frase favorita de Calvino era: “Domine usquequo” - “Señor, ¿hasta cuándo?”, sin que ninguna de sus duras penalidades a lo largo de una situación de angustia lograra arrancar de él otra palabra que: “Señor, ¿hasta cuándo?”.26 Es también el clamor de las almas bajo el altar, ¿Hasta cuándo, Señor?”.27 Y debe ser el grito de todos los santos que aguardan las glorias del milenio: “¿Por qué tarda su carro en venir? ¿Por qué las ruedas de sus carros se detienen?”28Señor, ¿hasta cuándo?” Aquellos que hemos experimentado la convicción de pecado, sabemos bien lo que implica que los minutos se te transformen en horas, y las horas en años, mientras aguardas que la misericordia haga acto de presencia. Aguardábamos ansiosos el despuntar de la gracia, más que los centinelas la mañana;29 y nuestros espíritus inquietos preguntaban fervorosos: “Señor, ¿hasta cuándo?”.

      C.H. SPURGEON

      Mi alma. Quienes comparten un mismo yugo en el pecado comparten un mismo yugo en el dolor: el alma es castigada por instigadora, el cuerpo por ejecutor; y tanto el que incita como el que comete, el causante y el instrumento, tanto el incitante como el ejecutor serán castigados.

      JOHN DONNE [1573-1631]

       “Sermons preached upon the Penitential Psalms”

      ¿Hasta cuándo? De esto sacamos tres conclusiones:

      En primer lugar, que hay un tiempo medido y señalado por Dios en el que sus hijos deben soportar sus respectivas cruces, antes de cuyo cumplimiento no serán librados, y lo deben soportar con paciencia, sin tratar de acelerar su liberación hurtando tiempo a Dios, ni alterar los ritmos del Santo de Israel. Los israelitas permanecieron en Egipto un total de cuatrocientos treinta años. José estuvo más de tres años en la cárcel hasta que llegó el tiempo señalado de su liberación. Los judíos se quedaron en Babilonia setenta años. Igual que el médico prescribe a sus pacientes tanto períodos concretos en los que deben ayunar y hacer dieta, como otros en los que pueden recrearse comiendo, así conoce Dios el período conveniente tanto de nuestra humillación como de nuestra exaltación.

      En segundo lugar, vemos la impaciencia de nuestra naturaleza humana sumida en sus miserias; nuestra carne sigue rebelándose contra el Espíritu, hasta tal punto que en ocasiones llega a entablar una discusión con Dios, tratando de razonar con él y cuestionar sus designios, como leemos en los casos de Job, Jonás, y según parece también aquí con David.

      En tercer lugar, que a pesar de que el Señor retrase su venida para aliviar la situación de sus santos, si reflexionamos, veremos que tiene razones sobradas para ello; pues