El Tesoro de David: la revelación Escritural a la luz de los Salmos. Eliseo Vila. Читать онлайн. Newlib. NEWLIB.NET

Автор: Eliseo Vila
Издательство: Bookwire
Серия:
Жанр произведения: Религия: прочее
Год издания: 0
isbn: 9788417131753
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en la octava. Algunos afirman que se refiere al tono de barítono o tenor, que sin duda se adapta muy bien a esta oda fúnebre. Pero nosotros preferimos admitir que desconocemos por completo el significado de estos términos musicales arcaicos del hebreo bíblico, y que incluso el término “Selah” sigue transliterándose por falta de una traducción absolutamente fiable. Lo cual no debería plantearnos, sin embargo, dificultad alguna en nuestra labor expositiva. Pues lo que nos perdemos a causa de esta limitada ignorancia es con toda probabilidad muy poco y, además, sirve para confirmar nuestra fe, ya que prueba la antigüedad remota de estos Salmos que contienen palabras tan ancestrales cuyo significado ignoran incluso los mejores estudiosos de la lengua hebrea. Sin duda, son una demostración incidental (accidental me atrevería a decir, de no ser porque creo firmemente que son diseñados e inspirados por Dios), de su naturaleza, de la autenticidad de lo que profesan ser: composiciones del rey David en los tiempos más antiguos.3

      C. H. SPURGEON

      Estructura: Observamos que el Salmo 6 es fácilmente divisible en dos partes. La primera nos expone los motivos del salmista para su acuciante angustia, del versículo uno hasta el final del siete. A partir del versículo ocho hasta el final, el tema es completamente distinto. El salmista cambia de clave musical y eleva el matiz de su melodía; deja el tono menor para introducir acordes más sublimes. En clara demostración de la más absoluta confianza, afina su arpa en tono mayor, elevándola una octava para declarar abiertamente que Dios ha escuchado su oración librándole de todas sus angustias.4

      C. H. SPURGEON

      Versión poética:

      DOMINE NE IN FURORE TUO ARGUAS ME

       ¡O Dios, me acojo a tu amoroso pecho,

       ¡O Padre! Imploro tu favor divino

       no me arguyas, Señor, de mis errores

       ni con ira corrijas mis delirios.

       Usa conmigo de misericordia:

       sabes que soy enfermo y quebradizo

       que conturbado estoy hasta los huesos:

       sáname pues, ¡oh médico divino!

       También está turbada esta alma triste,

       que con tanta piedad has redimido;

       pero tú, Dios dulcísimo, ¿hasta cuándo

       la has de dejar en tan feroz martirio?

       ¡Ay Dios mío! convierte presuroso;

       libra mi infeliz alma del peligro;

       y sálvala, Señor, que es obra tuya,

       de quien tu misma sangre precio ha sido.

       Mira que de la muerte en los horrores

       no hay quien se acuerde de tus beneficios,

       ni ¿quién confesará tu santo nombre

       del infierno en los lúgubres abismos?

       Yo he gemido hasta aquí, lavar pretendo

       todas las noches con el llanto mío

       el lecho en que me acuesto, y con él quiero

       de mi estrado regar todo el recinto.

       Mis ojos se han turbado, contemplando

       que el furor de mis locos desvaríos,

       necio, ha lisonjeado a mis contrarios

       y entre ellos ignorante he envejecido.

       Apartaos de mí todos los malos,

       que me enseñáis a ser, y sois inicuos:

       que ya el Señor piadoso me ha mirado,

       y la voz de mis lágrimas ha oído.

       Oyó el Señor por fin los tiernos ecos

       de mi deprecación, y ya benigno

       de su clemencia en el inmenso seno,

       mi rendida oración ha recibido.

       Avergüéncese, pues, y se conturben

       con vehemencia mis crueles enemigos:

       retírense los viles velozmente,

       y para siempre queden confundidos.

      DEL “SALTERIO POÉTICO ESPAÑOL”, SIGLO XVIII

      Salmo completo. David se vio sometido con frecuencia a la enfermedad y al acoso de sus enemigos, pero en todos los salmos que hacen referencia a estas aflicciones, observamos que tales situaciones extremas le llevaron siempre a reflexionar sobre su propia iniquidad y la ira de Dios. Rara vez cayó enfermo o fue perseguido sin que ello le motivara a un examen de conciencia y a hacer memoria de su pecado. Algo evidente en este Salmo que compuso acuciado por una grave enfermedad, como se desprende de los versículos del 1 al 8, donde expresa claramente el desfallecimiento de su alma bajo el temor a la ira de Dios (6:1). Todas sus otras dolencias no hacen más que alimentar con su caudal esta corriente principal impetuosa y turbulenta, cual pequeños arroyuelos que vierten sus aguas en un gran río, cambiando al hacerlo de nombre y naturaleza. La preocupación provocada por los síntomas de su enfermedad, por graves y dolorosos que estos fueran, palidece y se evapora ante una preocupación mucho mayor: el temor a la ira de Dios por la condición cuestionable y peligrosa de su alma. Una situación que se repite en el Salmo 38, y en muchos otros pasajes.

      RICHARD GILPIN [1625-1699]

      “Daemonologia Sacra: Or, A Treatise of Satan’s Temptations”, 1677

      Vers. 1. Jehová, no me reprendas en tu enojo, ni me castigues con tu ira. [Jehová, no me reprendas en tu enojo, ni me castigues con tu ira. RVR] [Señor, no me reprendas en tu ira, ni me castigues en tu furor. LBLA] [Oh YHVH, no me reprendas en tu ira, ni me castigues en tu ardiente indignación. BTX] [No me reprendas, Señor, en tu ira; no me castigues en tu furor. NVI] [Señor, no me reprendas airado, no me castigues con furia. BLP] [Oh Señor, no me reprendas en tu enojo ni me disciplines en tu ira. NTV]

      Señor, no me reprendas en tu ira. Consciente de que merece ser reprendido, el salmista anticipa que el reproche le caerá encima de una forma u otra, si bien no para condena, sí para convicción y santificación. «El trigo se limpia aventándolo, y el alma con castigos».5 Sería una locura orar contra la mano dorada que nos enriquece por sus golpes. No pide, pues, que el reproche sea descartado, ya que con ello iría el riesgo perderse la bendición implícita; pero sí que el reproche no venga acompañado “Señor, no me reprendas en tu ira”. Que me eches en cara mi pecado es beneficioso; pero, oh Señor, no lo hagas en el cenit de tu irritación, no sea que el corazón de tu siervo desfallezca y acabe hundiéndose en la desesperación. Así clama también Jeremías: «Castígame, oh Jehová, mas con medida; no con tu furor, para que no me reduzcas a poca cosa».6 Sé que debo ser castigado, y aunque me encojo para evitar el golpe de la vara, soy consciente que redundará en mi beneficio; pero, oh, Dios mío, “no me reprendas airado”, no sea que la vara se convierta en espada, y al golpearme con fuerza me des muerte. Oremos para que los castigos de nuestro Dios de gracia, si bien no hay forma de evitarlos por completo, vengan cuanto menos suavizados por el conocimiento de que no caen sobre nosotros “en su ira”, sino arropados en su dulce pacto de amor.

      C.H.