El Tesoro de David: la revelación Escritural a la luz de los Salmos. Eliseo Vila. Читать онлайн. Newlib. NEWLIB.NET

Автор: Eliseo Vila
Издательство: Bookwire
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Жанр произведения: Религия: прочее
Год издания: 0
isbn: 9788417131753
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la cual les habla; y su vara, con la que los castiga. La Palabra precede a la vara, con ella les amonesta por boca de sus siervos que ha enviado a lo largo de todas las edades invitando a los pecadores al arrepentimiento, y respecto a los cuales el propio David exclama en otro salmo: “Que el justo me reprenda”.7 Así como un padre lo primero que hace con un hijo desencaminado es reprenderlo, así hace el Señor con nosotros. Pero cuando hacemos caso omiso a las advertencias de su Palabra, entonces cual corresponde hacer a todo buen padre, toma la vara y nos sacude. Nuestro Salvador trató de despertar por tres veces en el huerto de Getsemaní a los tres discípulos que dormitaban, pero al comprobar que no hacían caso alguno, les notificó que Judas y su infame pandilla habían llegado para despertarlos con palos y espadas, dado que su dulce voz no lo había conseguido.

      ARCHIBALD SYMSON [1564-1628]

      “A Sacred Septenarie or A godly and fruitful exposition on the seven Psalmes of repentance”, 1623

      Jehová, no me reprendas en tu ira.8 El salmista no rechaza por completo el castigo, porque es consciente de que sería poco razonable, y en caso de hacerlo, el juicio le resultaría más desfavorable que beneficioso. Pero siente miedo a la ira de Dios que amenaza a los pecadores con su ruina y perdición, y por ello, trata de evitarla. Ante la más que probable indignación y enojo divino, David plantea tácitamente la alternativa del castigo paternal, suave y compasivo, algo que sí estaba dispuesto a soportar.

      JUAN CALVINO [1509-1564]

       Jehová, no me reprendas en tu ira.

       ¿La ira del Señor? ¡Oh, pavoroso pensamiento!

       ¿Cómo puede una frágil criatura humana afrontar

       la galerna de su enojo? ¡Ay! ¿A donde huir

       para escapar del castigo que tan justamente merece?

      ¡Que escape hacia la cruz! Pues solo allí la gran expiación

       protege al pecador, cuando acude suplicante, implorando

       perdón con arrepentimiento sincero y fe incuestionable.

       Entonces desaparece de la faz de Dios

       el ceño fruncido, que cual nube tempestuosa,

       extiende su negrura ocultando el resplandor del sol.

      ANÓNIMO

      Jehová, no me reprendas en tu ira. Esto es, no descargues aún sobre mí aquello con lo que has amenazado en tu ley, donde la ira no aparece como decreto ni ejecución, sino como simple advertencia del juicio. Así leemos en Oseas: “No ejecutaré el ardor de mi ira”9 es decir, no voy a consumar aquello que he declarado. Eventualmente Dios ejecuta el castigo sobre los malvados; no se limita a advertirlo: lo ejecuta, por tanto, la ira se asocia con la ejecución del castigo.

      RICHARD STOCK [1569-1626]

      “A stock of divine knowledge, being a lively description of the divine nature, or, The divine essence, attributes, and Trinity particularly explained”, 1641

       Ni me castigues en tu furor.

       ¡Guárdame la vida y la paz interior,

       cuando deba sentir la vara de castigo!

       No me mates, pero aniquila mi pecado,

       para que tenga certeza de que eres mi Dios.

      ¡Concede a mi alma un anticipo dulce

       de aquello que en breve podré contemplar!

       Que la fe y el amor clamen por vez postrera

       “Ven, Señor, me entrego plenamente a ti!” 10

      RICHARD BAXTER [1615-1691]

      Vers. 2. Ten misericordia de mí, oh Jehová, porque estoy enfermo; sáname, oh Jehová, porque mis huesos se estremecen. [Ten misericordia de mí, oh Jehová, porque desfallezco; sáname, oh Jehová, porque mis huesos se estremecen. RVR] [Ten piedad de mí, Señor, pues languidezco; sáname, Señor, porque mis huesos se estremecen. LBLA] [¡Ten misericordia de mí, oh YHVH, porque desfallezco! Sáname, oh YHVH, porque mis huesos se estremecen. BTX] [Tenme compasión, Señor, porque desfallezco; sáname, Señor, que un frío de muerte recorre mis huesos. NVI] [Señor, apiádate de mí que estoy débil; fortaléceme, pues me siento sin fuerzas. BLP] [Ten compasión de mí, Señor, porque soy débil; sáname, Señor, porque mis huesos agonizan. NTV]

      Ten misericordia de mí, oh Jehová, porque desfallezco. A pesar de que merezco la destrucción, deja que tu misericordia se apiade mi fragilidad. Este es el camino correcto para tratar con Dios si queremos prevalecer: no alegar nuestra propia bondad o grandeza, sino reconocer el pecado invocando nuestra pequeñez. Simplemente clamar: “desfallezco” Señor, por tanto, dame fuerzas y no me aplastes. No desates contra mí, bajel tal frágil, la furia de tu tempestad. Tempera el viento que sopla sobre este cordero recién esquilado.11 Sé tierno y compasivo con esta pobre flor marchita, y no le quiebres el tallo. Es la típica frase de un enfermo para instar piedad de un compañero enfrentado a él: Trátame con benignidad, porque estoy débil y “desfallezco”. El sentido y convicción de su pecado habían aniquilado el orgullo del salmista de tal modo, hasta tal punto le había arrebatado esa fortaleza de la que tanto se jactaba, que sentía debilidad incluso para obedecer la ley; la tristeza que se había apoderado de su ser le minaba de tal forma que se sentía débil incluso para aferrarse a la promesa: “Desfallezco”. El original hebreo es aún más explícito:12 “me hundo”, “caigo en picado”; o también: “me siento seco como una planta marchita”. ¡Ay! amados, bien sabemos nosotros lo que esto significa; pues también hemos visto nuestra fama mancillada y nuestro esplendor cual flor marchita.

      Sáname, oh Jehová, porque mis huesos se estremecen. El salmista ora pidiendo sanidad; pero no una simple mitigación de los dolores que le aquejaban y tenía que soportar, sino una curación completa de su enfermedad y de todos los males y heridas derivadas de la misma. Sus huesos se “estremecían”, o se “aterrorizaban”, como reza más literalmente el hebreo.13 Su terror había llegado a tal extremo que le temblaban todos los huesos; no solo su carne se agitaba, sino que también su esqueleto, los sólidos pilares soporte de su hombría, comenzaron a tambalearse: “Mis huesos se estremecen”. Ah, cuando un alma logra sentir el pecado basta para que los huesos se estremezcan; basta para que el cabello de cualquiera se encrespe al contemplar las llamas del infierno debajo de sus pies, a un Dios airado sobre su cabeza, y al peligro y la duda rodeándole. Bien podía exclamar el salmista: “Mis huesos se estremecen”.

      C.H. SPURGEON

      Ten misericordia de mí, oh Jehová, David no vislumbra vía de escape en la tierra ni en el cielo que le permita evadir la ira divina, y por tanto, se entrega en manos del propio Dios, intuyendo que Aquel que le ha herido es el único que puede sanarle. No se esconde con Adán bajo un arbusto,14 no se refugia con Saúl en la cueva de la pitonisa,15 ni huye con Jonás a Tarsis;16 simplemente apela frente a un Dios airado al Dios de la misericordia, interpone ante Dios al propio Dios. La mujer que fue condenada por el rey Felipe apeló la sentencia de un Felipe borracho ante el Felipe sobrio.17 David apela contra una virtud de Dios: su justicia, con otra virtud: su misericordia. La sentencia de un tribunal humano es apelable ante el trono de la justicia divina; pero una vez condenado por el trono de la justicia divina, ¿a quién cabe acudir sino al propiciatorio, al trono de la misericordia que es la última instancia y recurso al que cabe apelar? “¿A quién tengo yo en los cielos, sino a ti? Y fuera de ti, ¿qué tengo en la tierra”.18 Bajo el término “misericordia”, David incluye todo lo demás, como dijo Jacob a su hermano Esaú: “Dios