Veinte cosas que usted puede hacer para arruinar la vida de su hijo. Silvia Prost. Читать онлайн. Newlib. NEWLIB.NET

Автор: Silvia Prost
Издательство: Bookwire
Серия:
Жанр произведения: Сделай Сам
Год издания: 0
isbn: 9789878711294
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que fue torturado y asesinado. La noticia destrozó a la madre de Roald, quien escribió sus sentimientos en un cuaderno que su marido había estado usando para tomar notas sobre la teoría de la relatividad, pues era asiduo lector de esos temas.

      Ya emigrado a los EE. UU. en 1949, y nacionalizado estadounidense, Roald Hoffmann cambió su apellido a Safran – el de su padrastro- y en 1955 se graduó en química en la Universidad de Columbia. En 1956 consiguió el doctorado en la Universidad de Harvard y en 1981 ganó el Premio Nobel en Química.

      Ni rencorosos ni depresivos, como este científico, muchos seres humanos que resisten condiciones de vida al límite, desgracias y catástrofes, logran salir adelante y construyen un proyecto de vida, aún con esa historia a cuestas y a pesar de ella. Mónica S. vio arder su casa y se salvó gracias a los vecinos que la socorrieron y ayudaron a salir adelante. Lejos de sentirse disminuida por el siniestro, decidió que tenía que hacer algo por su barrio y creó un merendero que cada vez da la leche a más chicos.

      Pero no siempre es así, hay historias de las otras, gente que cae en pozos depresivos sin razón, como Laura M. Sin problemas económicos ni conflictos conyugales, casada felizmente hace más de veinte años, con hijos sanos y bien encaminados, dueña de una casa envidiable en un barrio muy seguro de una bonita ciudad, Laura estuvo dos veces internada por sus intentos de suicidio. Dice que siente un profundo vacío en el pecho, que sabe que no tiene causas objetivas para esto, pero que a veces llora y llora hasta que se le acaban las lágrimas, que la angustia es indescriptible. Es difícil imaginarse a Laura sobreviviendo a una guerra o reponiéndose a una desgracia verdadera, ayudando a su barrio luego de haberse incendiado su casa.

      Mientras se escribe este texto, un copiloto alemán de Germanwings (ABC España) se suicida estrellando un avión con ciento cincuenta personas, aparentemente no pudo superar una separación con su novia de más de siete años. Seguramente tenía otros padecimientos además de un cuadro severo de depresión, sin embargo, parece difícil comprender qué dolor interno puede llevar a un ser humano a suicidarse provocando la muerte de tantos inocentes. Esas mismas circunstancias o peores, ya vimos que han producido respuestas positivas.

      Pareciera que hablamos de diferentes seres, pero no, se trata de personas más o menos anónimas. Hombres y mujeres de distintos lugares, los unos viven con pasión y reciclan sus esperanzas; los otros padecen la vida, la sufren, casi la expelen, aún sin motivos reales. ¿Por qué? ¿Dónde está la respuesta? ¿Qué es lo que hace que algunas personas saquen beneficios de situaciones adversas y otras –por el contrario- se conviertan en verdaderos desgraciados y hasta resentidos villanos?

      Adversidad y resiliencia

      Hace casi cinco décadas apareció en Psicología, un término importado desde la Física: la resiliencia, que se refiere a la propiedad que poseen algunos materiales de volver a su estado original luego de ser sometidos a un estrés, sin que se produzcan roturas. En las Ciencias Sociales el término se utiliza para señalar la capacidad humana para sobreponerse a la adversidad y construir sobre ella. ¿Podría afirmarse que las personas como Roberto Oña, Roald Hoffmann y Mónica S. poseen resiliencia? Atravesaron circunstancias dramáticas en su vida sin destruirse, y muy a pesar de lo esperable, salieron fortalecidos.

      “El niño aprende que él es lo que lo llaman. Cada nombre implica una nomenclatura, que a su vez implica una ubicación social determinada. Recibir una identidad comporta adjudicarnos un lugar específico en el mundo. Así como esta identidad es subjetivamente asumida por el niño (“yo soy John Smith”), también lo es el mundo al que apunta esta identidad. Las apropiaciones subjetivas de la identidad y del mundo social son nada más que aspectos diferentes del mismo proceso de internalización, mediatizados por los mismos otros significantes” (Berger y Luckman, 1968, P.166).

      La presencia de uno o más adultos significativos que brinden al niño o niña un universo positivo –aún en la peor de las circunstancias- parece ser decisivo para conformar una personalidad resiliente.

      Esta significatividad del adulto respecto del niño o niña podría relacionarse con lo que Samuel Smiles (1895) llamó a fines del siglo XIX admiración de la juventud a los grandes caracteres. Un niño o niña que ha crecido acompañado de un adulto con virtudes admirables puede ver el lado bueno del mundo a pesar de sus experiencias negativas. Este rol revelador y privilegiado es el que debió cumplir la madre de Hoffmann en esos años de terror en cautiverio, cuando enseñaba a su hijo a leer y memorizar geografía.

      Para explicarlo un poco mejor hay que decir que el infante humano, que nace totalmente indefenso y necesita de atención y cuidados exhaustivos; cristaliza en él todo lo que son la o las personas que lo atienden, lo protegen y le brindan afecto. Esto convierte en fundante aquello que estos adultos significativos hacen y dicen. Más allá de que lo deseen o no los adultos que lo crían, el/la niño/a los toma como referencia absoluta de la realidad, incluso de su propia identidad, ya que como dicen Berger y Luckman (1968) “el individuo llega a ser lo que los otros significantes lo consideran” (P.166). Es decir que no sólo el mundo es para el niño como lo ven, lo sienten y lo “dicen” sus cuidadores, sino, además, él se ve a sí mismo y se construye en el transcurrir cotidiano, de tal modo como lo ven, lo sienten, lo nombran y lo cualifican quienes se ocupan de él.

      De todo este proceso resulta la construcción de una identidad, por eso los autores dicen que llega a ser lo que lo consideran, si es un importante miembro de la familia, así se evaluará a sí mismo, como alguien valioso para su mundo. Si llegó sin ser esperado y molesta, construirá una imagen negativa de sí, como aquel niño que se consideraba un “burro” ya que su padre –único progenitor presente- lo llamaba así habitualmente desde muy chico. En este caso el niño se negaba a realizar cualquier tarea intelectual, permaneciendo horas sentado en un banco vacío, en una interminable inactividad, era lógico para él, según la imagen que había construido de sí mismo a partir de la interacción con su padre: era un burro.

      Lo que advirtió la doctora Werner es que la presencia de otros significativos -padres y/o cuidadores- con capacidad de apoyo, de afecto; además de permitir la construcción de una identidad positiva, confiere un tipo de fortaleza especial para las eventuales adversidades de la vida. Y en el estudio se habla de “apoyo irrestricto”, entendiéndose por tal una relación basada en un amor incondicional, lo cual no significa exento de límites adecuados. El apoyo incondicional o amor irrestricto del que hablan los especialistas no implica una adhesión sin límites a los deseos del niño. Por el contrario, este amor se expresa cuando se favorece “la autoestima y la autonomía, que estimulan la capacidad de resolver problemas y de mantener un buen ánimo en situaciones adversas, e instalan un clima de afecto y alegría” (Melillo y Suárez Ojeda, 2011, P. 125).

      El amor se manifiesta precisamente allí donde hay límites, donde se realiza un cuidado del otro sin asfixiarlo, donde hay acompañamiento