Veinte cosas que usted puede hacer para arruinar la vida de su hijo. Silvia Prost. Читать онлайн. Newlib. NEWLIB.NET

Автор: Silvia Prost
Издательство: Bookwire
Серия:
Жанр произведения: Сделай Сам
Год издания: 0
isbn: 9789878711294
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cuál es la manera de vivir mejor. Todos los seres humanos anhelamos enterarnos de qué va esa buena vida de hombre que deseamos. Se trata de un saber de interés universal, porque en esto coincide la humanidad: todos queremos procurarnos una buena vida.

      Lo importante es saber exactamente en qué consiste esa buena vida y cómo la conseguimos para nosotros y para nuestros hijos. En este punto el filósofo español da un dato interesante, dice que la vida humana se caracteriza en esencia por sostener relaciones con otros seres humanos. “La buena vida humana es buena vida entre seres humanos o de lo contrario puede ser vida, pero no será ni buena ni humana” (Savater, 1991, P.26). Las cosas nos son útiles, hasta cierto punto son necesarias y hasta atractivas, pero no son las cosas y su materialidad lo que nos hace felices. Lo que hace que nuestra vida sea más o menos humana y más o menos buena, es lo que hacemos con las demás personas.

      Esto es así porque queremos ser tratados como humanos y no como animales o cosas. Es decir que tengamos las cosas que tengamos, lo importante para nosotros es que nos quieran y nos consideren humanos, y aquí radica el sentido de la vida. Estar con otras personas, hablar y que nos oigan con atención, escuchar a otro que nos habla, ese es el trato humanitario. Que me vean como “otro tú” y los vea como “otros yo”, porque la humanidad es una cuestión compartida. Nos tratan y nos prestan atención como humanos mientras simultáneamente tratamos y escuchamos a los otros del mismo modo. Se trata de una consideración mutua, o, mejor dicho, de una humanización recíproca.

      Ahora bien, en este diálogo con el otro, el prójimo necesita ser tratado como persona y no como cosa. El trato con las cosas se llama manipulación y consiste en que movemos, modificamos, cambiamos, compramos y vendemos cosas, porque nosotros decidimos sobre ellas y les asignamos el valor conforme nos sirven o no. En cambio, a las personas no corresponde manipularlas. El interactuar humano supone como premisa que el otro es una identidad personal y toma sus propias decisiones. Es decir, su valor no es relativo ni depende de nuestra opinión particular. La persona del otro tiene algo que se llama dignidad que nos obliga a ponernos frente a él con una actitud de respeto y de escucha. Esta es la forma de trato personal que nos hace dignos, nos identifica como humanos y nos permite tener una buena vida como tal.

      Como explican los autores, el niño y la niña forman su identidad en base a cómo son tratados en su núcleo familiar y como los consideran. De esto se deduce que un/a niño/a tratado como persona construirá una identidad que le permitirá relacionarse con los demás de manera respetuosa y empática. Por el contrario, cuando en el hogar hay destrato, violencia, manipulación, descuido, u otras formas de interacción deshumanizante; el/la niño/a interpretará que éste es el modo de relacionarse con los demás. Concluirá que las personas no son dignas en sí mismas, sino que todo depende de las situaciones y las circunstancias.

      En virtud de lo expresado, es necesario decir una vez más, que la educación familiar es la base que conforma la posibilidad de habitar un mundo más digno y humanizador. Los seres humanos aprenden a diferenciar las cosas de las personas en el medio familiar. Urge, por lo tanto, volver a centrar la atención en los aprendizajes que se realizan en ese ámbito, si queremos procurarnos una buena vida para nosotros, para nuestros hijos e hijas y para la sociedad toda.

      2 Los autores en este texto explican que la cría humana recibe el mundo objetivo y lo internaliza no de manera directa, sino mediado o a través de quienes se lo dan a conocer. Su madre (o cuidador/ra) en primer lugar y luego su familia y/o seres íntimos son “los otros significativos” que le muestran y le dicen cómo es el mundo. De este modo el infante se apropia del contexto en el que vive, lo nombra, lo subjetiviza y lo hace suyo mientras, simultáneamente, construye su propia identidad personal.

      Héroes o villanos

      En la edición de un diario masivo se cuenta la infancia de Roberto Oña, un hombre cuyo destino determinó que a los siete años tuviera que enfrentar una vida de adulto. Hijo de un albañil y una ama de casa, ambos inmigrantes españoles, gente de trabajo y sacrificio. Un día cualquiera se despidió temprano de su madre que arreglaba el jardín para asistir a la escuela, esa misma mañana interrumpieron su clase para darle la terrible noticia de que su misma madre acababa de morir de muerte súbita. “fue el primer signo de interrogación y dolor que le planteó el destino” (Oña, 2007).

      Poco después el padre, tal vez por la tristeza, enfermó gravemente y fue llevado a Buenos Aires a tratarse. Así quedaron solos los cinco niños de la familia, que con el paso de los días tuvieron que salir de la casa que alquilaban. A Roberto le tocó entonces ocuparse de sus hermanos alojándose en un conventillo cerca de la escuela. Una tía de escasos recursos colaboró en la medida de sus posibilidades. “Cuando salía a la mañana, dejaba encendido el calentador con la cacerola arriba para que Raúl, que tenía cinco años, le espumara el puchero” (ibid.). En esa época se hizo presente la solidaridad de algunos vecinos como el verdulero, que le daba mercadería a cambio de barrer la vereda. Las maestras también hacían algunas concesiones con ese alumno devenido en padre de familia.

      Meses después, el padre regresó débil y sin recursos, tras haber estado “al borde de la muerte, con extremaunción incluida” (ibid.). Roberto cuenta que la vuelta de su padre significó alegría, consuelo y protección. Relata también que años después, estando su padre ya anciano internado nuevamente, escuchó la extraña historia de cómo había sido aquel viaje a Buenos Aires. Según Don Oña, la fe le había salvado la vida aquella vez. El relato de la vida de Roberto termina con su reflexión: “quise mucho a mi padre por lo que había hecho por nosotros; pero nunca me atreví a decírselo hasta poco antes de que muriera, recién ahí pude manifestarle todo el cariño y la gratitud que sentía por él” (Ibid.).

      La historia de este hombre, marcada por la tragedia a muy temprana edad, nos hace pensar que la vida no es para todos igual y que, además, los problemas no tienen para cada uno las mismas consecuencias. Las circunstancias –buenas o malas-, las experiencias –positivas o negativas- no marcan de la misma manera a los sujetos que las viven. “La misma perspectiva de clase baja puede producir un estado de ánimo satisfecho, resignado, amargamente resentido o ardientemente rebelde” (Berger y Luckmann, 1968, P.165). Otro hombre en igual situación que la de Oña habría podido desarrollar resentimiento y desconfianza, en cambio Roberto se manifestó profundamente agradecido con su padre y con la vida, a pesar de sus desdichas. ¿Cuál es la razón? ¿Por qué no todas las personas desarrollan las mismas actitudes ante circunstancias similares?

      Roald Hoffmann, químico teórico y profesor universitario estadounidense de origen polaco, fue uno de los dos sobrevivientes de la familia junto con su madre. Les tocó ser cautivos en un campo de concentración durante la Segunda Guerra Mundial, hasta que lograron escabullirse. Mientras muchos prisioneros eran transferidos a los campos de exterminio, temiendo la misma suerte, la familia Hoffmann sobornó a unos guardias para permitir su escape. De ese modo un vecino ucraniano llamado Mikola Dyuk colaboró para que Roald, su madre, dos tíos y una tía se escondieran en el desván de un altillo de la escuela local, donde permanecieron durante dieciocho meses desde enero de 1943 hasta junio de 1944.

      Durante ese lapso de clandestinidad Hoffmann cumplió sus 7 años, y la mayor parte del tiempo, la madre lo mantuvo entretenido enseñándole a leer y memorizando la geografía de los libros de texto almacenados en la pequeña biblioteca de la escuela. De adulto, Hoffmann recordaría esto con mucho amor.

      El padre mientras tanto, continuó prisionero