—No —concedió Chong—, pero un poco de perspectiva estaría bien. Quiero decir… todo el mundo odia a los zoms.
—Tú no.
Chong había encogido sus hombros huesudos y desviado sus ojos oscuros.
—Todo el mundo odia a los zoms.
Desde el punto de vista de Benny, si tu primer recuerdo era de zombis matando a tus padres, se adquiría licencia permanente para odiarlos tanto como uno quisiera. Trató de explicárselo a Chong, pero su amigo no dejó que continuara esa conversación.
Unos años antes, cuando Benny descubrió que Tom era cazador de zombis, no sintió orgullo por su hermano. En lo que a él concernía, si Tom realmente tenía lo que hacía falta para ser un cazador de zombis, debía haber tenido el valor de ayudar a Mamá. En cambio, Tom había huido y había dejado morir a Mamá. Había dejado que se convirtiera en uno de ellos.
Tom regresó a la sala, miró los restos del postre en la mesa y luego a Benny en el sofá.
—La oferta sigue en pie —dijo—. Si quieres hacer lo que yo hago, te tomaré como aprendiz. Firmaré los papeles para que puedas tener raciones completas.
Benny le dedicó una mirada larga y despectiva.
—Preferiría que me comieran los zoms a tenerte de jefe —dijo Benny.
Tom suspiró, se dio la vuelta y se marchó escaleras arriba. Después de eso no se hablaron durante días.
2
Al siguiente fin de semana, Benny y Chong habían conseguido la edición sabatina del Bomba Local, porque tenía la sección más grande de oferta de empleos. Todos los empleos fáciles, como trabajar en tiendas, habían sido tomados hacía mucho. No querían trabajar en granjas, porque eso significaba levantarse cada mañana a la hora de “ni siquiera lo pienses”. Además, implicaba dejar la escuela por completo. No les gustaba la escuela, pero no era tan mala, y la escuela tenía softball, comidas gratis y chicas. La opción ideal era un trabajo de medio tiempo que pagara bien y les asegurara raciones, así que durante las siguientes semanas enviaron solicitudes a todo lo que sonara fácil.
Benny y Chong recortaron un montón de ofertas de empleo y las revisaron de una en una, luego de categorizarlas como “las que más pagan”, “las más geniales” y “no sé qué es esto pero suena bien”. Ignoraron todo lo que les parecía pesado desde el principio.
Lo primero en su lista fue “aprendiz de cerrajero”.
Sonaba aceptable, pero consistía en llevar un par de cajas pesadas de herramientas de casa en casa en la madrugada mientras un viejo alemán, que apenas podía hablar inglés, reparaba cerrojos en bardas e instalaba cerraduras de combinación de ambos lados de las puertas de los dormitorios, así como barras y tela de alambre.
Era un poco raro ver al tipo explicar a sus clientes cómo usar las cerraduras de combinación. Benny y Chong empezaron a apostar sobre cuántas veces en cada conversación un cliente diría “¿cómo dice?”, “podría repetir eso” o “no entiendo”.
El trabajo era importante, sin embargo. Todos tenían que encerrarse por la noche y usar una cerradura de combinación. O una llave: algunas personas todavía cerraban con llaves. De ese modo, si morían durante el sueño y se reanimaban como zoms, no podrían salir de sus habitaciones y atacar a sus familias. Asentamientos enteros habían sido arrasados porque el abuelo de alguien había salido en mitad de la noche a masticar a sus hijos y nietos.
—No entiendo —le confió Benny a Chong cuando se quedaron solos por un minuto—. Los zoms no pueden abrir una cerradura de combinación, pero tampoco darle vuelta a un picaporte. Ni tampoco usar llaves. ¿Por qué compra la gente estas cosas?
Chong se encogió de hombros.
—Mi papá dice que las cerraduras son tradicionales. La gente piensa que las puertas con cerradura mantienen afuera a las cosas malas, así que la gente quiere cerraduras en sus puertas.
—Eso es estúpido. Simplemente cerrar la puerta mantiene fuera a los zoms. Están muertos del cerebro. Los hámsteres son más listos.
Chong extendió las manos en un gesto que quería decir “así es la gente”.
El alemán instalaba cerraduras dobles, de modo que la puerta pudiera abrirse desde afuera en una emergencia real que no fuera de zoms, o si la gente de seguridad local tenía que entrar y limpiar a un zom nuevo.
De algún modo, a Benny y Chong se les había metido en la cabeza que los cerrajeros debían ver aquellas cosas, pero el viejo les dijo que nunca había visto un solo muerto viviente en horas de trabajo. Aburrido.
Peor todavía, el alemán les pagaba poco más que la pelusa de sus bolsillos y decía que les tomaría tres años aprender realmente el oficio. Eso quería decir que Benny y Chong no levantarían un destornillador por seis meses y no harían nada más que cargar cosas por un año. Al demonio.
—Pensé que no querías trabajar —dijo Chong mientras se alejaban del alemán sin intenciones de regresar en la mañana.
—No quiero. Pero tampoco quiero enloquecer de aburrimiento.
Lo siguiente en la lista era un revisor de cercas.
Esto era un poco más interesante, porque había zoms de verdad del otro lado de la cerca que mantenía al pueblo de Mountainside separado de la gran Ruina y Putrefacción. La mayoría de los zoms estaban lejos, parados en el campo o caminando torpemente hacia cualquier cosa que se moviera. Había hileras de postes con banderillas de colores brillantes a gran distancia en el campo, y con cada brisa el movimiento de la tela atraía a los zoms, alejándolos constantemente de la cerca. Cuando el viento amainaba, las criaturas empezaban a desplazarse en dirección de cualquier movimiento en el lado de la cerca del pueblo. Benny quería acercarse a un zom. Nunca había estado a menos de cien metros de uno activo. Los chicos mayores decían que, si se miraba a los ojos a un zom, el reflejo mostraba cómo se vería uno como muerto viviente. Eso sonaba extragenial, pero hubo un tipo con una escopeta siguiendo a Benny durante todo el turno y eso lo puso totalmente paranoico. Pasó más tiempo mirando por encima de su hombro que tratando de encontrar un sentido en los ojos de los muertos.
El de la escopeta iba a caballo. Benny y Chong tenían que caminar a lo largo de la cerca y detenerse cada dos o tres metros, agarrar los eslabones de las cadenas y sacudirlos para asegurarse de que no tuvieran partes oxidadas o desgastadas. Esto fue fácil durante el primer kilómetro y medio, pero después el sonido atrajo a los zoms, y para el cuarto kilómetro Benny tenía que agarrar, sacudir y soltar muy rápido para evitar que le mordieran los dedos. Si lo mordían, el de la escopeta le dispararía de inmediato. Dependiendo del tamaño, una mordida de zom podía convertir a alguien sano a muerto viviente en un periodo de entre pocos minutos a pocas horas, y en la capacitación se decía a todo el mundo que había política de cero tolerancia con las infecciones.
—Si los de las pistolas piensan siquiera que los han mordido, los mandarán derecho al infierno —dijo el entrenador—, ¡así que cuidado!
A fines de la mañana, Benny tuvo su primera oportunidad de verificar la teoría de que podía ver su reflejo zombificado en los ojos de uno de los muertos vivientes. El zom era un hombre pequeño con los harapos de lo que alguna vez había sido un uniforme de cartero. Benny se paró a tan poca distancia como se atrevió del lado seguro de la cerca, y el zom se tambaleó hacia él, su boca se movía como si masticara, la cara era tan pálida como nieve sucia. Benny pensó que el zom debía haber sido hispano. O aún era hispano. No estaba seguro de cómo entender la vida con los muertos andantes. La mayoría de los zoms retenía bastante de su color de piel para permitirle a Benny distinguir una raza de otra, pero a medida que el sol los horneaba año tras año, la gran masa parecía encaminarse hacia un gris uniforme como si “Muertos Vivientes” fuera una nueva categoría étnica.
Benny miró directamente a los ojos a