—Papá, lo siento mucho. —Valeria se arrodilló junto a él mientras Érika sollozaba con la cabeza apoyada en su pecho.
—Usted no podía saber que eso sucedería. No es culpa suya —trató de confortarlo Daniel.
—Aquel día discutí con ella antes de que saliera de casa, ya que no estaba de acuerdo con su plan. Pero aun así cogió su espada y condujo lejos de aquí. Sabía que la seguían, y aprovechó esa ventaja para llevar a su asesino a la sierra. Allí se encaró con él. Le había tendido una trampa en un terreno que conocía al dedillo. —Su pulso se había acelerado. Sentía un ligero temblor en sus manos, por lo que las entrelazó con fuerza para que sus hijas no apreciaran su creciente nerviosismo—. Me llamó y me dijo que todo había acabado, que se había deshecho del mago que había estado acosándola y que iba a regresar a casa. Pero nunca llegó. —Se le quebró la voz y desvió la mirada hacia el patio, donde el pequeño sauce sacudía sus ramas agitado.
Érika abrazó aún más a su padre, queriendo mitigar su dolor. Valeria clavó la vista en la alfombra, comprendiendo su sufrimiento. El vacío que había dejado su madre era desgarrador; se había sacrificado por ellas. Y su padre se había visto abocado a continuar con su labor, sin poseer ningún conocimiento sobre la magia.
—Tenías razón. —Con una mueca contrariada pegada a su rostro, Nico entró de nuevo en la sala—. Dicen que eres una mala influencia y que me has llevado por el mal camino. He intentado convencerlos de que no era así, pero no me escuchaban. Querían sonsacarme dónde me encontraba. —Daniel abrió la boca, confundido—. Antes de que digas nada, he ocultado el número, así que no pueden rastrearnos. Además, no creo que les queden muchas ganas de venir a buscarnos.
—¿Qué quieres decir? —Daniel arrugó el entrecejo.
—Bueno, estaba por contarles que habíamos sido abducidos por extraterrestres y así aprovechar que el cielo sea ahora mismo una barbacoa, pero pensé que no se lo tragarían. Y aunque me moría de ganas de confesarles que soy un guardián y que vamos a solucionarlo todo, pues... Les he dicho que unos mafiosos nos persiguen porque fuimos testigos de un crimen y que, como hay policías implicados, hemos huido hasta que se aclare todo.
—¡¡¿Qué?!! ¡¿Y eso te ha parecido más lógico?! ¡¿Estás loco?!
—¡Oye, haberte puesto tú al teléfono! He tenido que aguantar los gritos de papá y los continuos «¿Qué he hecho yo para merecer estos hijos?» de mamá. —Molesto, lanzó un resoplido—. Y, para colmo, me han dicho que Ruth no para de llamarlos. Se le ha metido la estúpida idea en la cabeza de que yo... me he fugado con Lidia. ¡Con Lidia! ¿Lo entendéis? ¡Yo con Lidia! Estoy acabado. —Calmó sus nervios desatando una risa nerviosa—. Al menos no me han llamado idiota, como a Jonay. Su madre se huele algo porque le ha dicho que para qué le han servido tantos campamentos de verano, y le ha recalcado que viven en una isla volcánica. Lo he dejado cuando ha llamado a ese restaurante y se ha puesto a hablar en chino. Así que, si no te gusta mi idea, pues invéntate tú una excusa mejor.
—No os preocupéis, ya hablaré yo con ellos si es necesario —se ofreció el señor Ramos, apaciguando una discusión inminente.
—Papá, ¿qué vamos a hacer ahora?
—Tenemos que prepararnos para una guerra —dijo, poniéndose de pie—, pero antes vas a tener que explicarme qué está pasando con Lidia exactamente.
Valeria agachó la cabeza. ¿Cómo iba a contarle a su padre que su hija se había enamorado de un mellizo oscuro? ¿Cómo decirle, después de todo lo que su madre había hecho por ellas, que Lidia había decidido luchar en el otro bando? ¿Cómo explicarle que ella misma se había rendido y había soltado su mano en la balsa que los transportaba a casa? ¡La fe en recuperar a su hermana se había esfumado en cuanto ella había escogido a Kirko!
Con grandes zancadas, Jonay entró de nuevo en el salón. Su semblante mostraba una enorme preocupación.
—Tenemos un grave problema —anunció con voz afectada—. Todos los guardianes están despertando y Lorius ha enviado un destacamento de hechiceros para eliminarlos.
—¿Cómo sabes eso? —Daniel se acercó a él.
—La mujer de mi maestro me ha puesto en contacto con él. Está oculto en un refugio mágico al sur de Inglaterra junto con otros tres amigos que están en contra de las órdenes del nuevo Consejo. Los nuevos guardianes están quedando expuestos, y si no se unen a sus filas, los asesinan... Hay algo que me huele mal en todo esto. ¿Cómo es que el Consejo no actúa para defender a los suyos? Deberían proteger a esos guardianes. Están despertándose antes de tiempo, indefensos, sin que nadie los guíe.
—Quizá no les interese intervenir. —Daniel se encogió de hombros—. Recuerda que tanto Aldin como Coril hablaban de un traidor en el Consejo que trabaja para Lorius, por eso se rebelaron los guardianes contra nosotros. ¡Están manipulándolos!
—Mi maestro me ha dicho que han nombrado a un tal Zacarías como el nuevo presidente.
—¡Dios mío! ¡¿El maestro de mamá es el traidor?! —Valeria se llevó las manos a la cabeza, aturdida por la nueva información.
—Creo que es hora de que recibas tu herencia —intervino su padre—. Tu madre me dijo que si las cosas se torcían demasiado, debía entregarle a la guerrera su diario. Y creo que esa eres tú, Valeria.
—¡Papá! —El hombre se detuvo y giró sobre sus talones—. Deberías saber que he visto a mamá en Silbriar. De alguna manera, su espíritu vive allí y nos acompaña.
—Yo también la vi —confesó Érika, entusiasmada—. Vivía entre las flores y la brisa del oasis. ¡Ella está allí!
Con un nudo en la garganta y decenas de lágrimas empañando sus ojos, Luis abrazó a sus hijas con fuerza. Estaba visiblemente emocionado, y quería creer que, en un mundo mágico, Esther todavía podría vivir, aunque fuese en el aire de los bosques encantados.
2
Diario
Érika dormitaba sobre el sofá emitiendo un dulce ronroneo, como si fuese un tierno minino que se deleitaba con un merecido descanso después de tantos sobresaltos. Luis la había arropado con una gruesa manta tras entregarle el diario de Esther a su hija. Enseguida, Valeria reparó en que no se encontraba ante un diario cualquiera, como los que estaba acostumbrada a apreciar en las librerías. Este era de un tamaño considerable, parecido a los libros que había curioseado en Silbriar. Lo sujetó entre sus manos con cierta expectación. Deslizó la mano sobre la tapa dura y advirtió los precisos y misteriosos relieves que lo conformaban. Eran jeroglíficos, símbolos que ya había observado en muchos de los ejemplares que lucían dichosos en la estancia circular del gran mago Bibolum Truafel. Lo apoyó sobre sus rodillas y acarició sus páginas envejecidas por un paso del tiempo que había sido grato con ellas. No existían ni manchas ni rotos que hubieran castigado su exquisita composición.
Le sorprendió descubrir que no comenzaba con el relato de su madre, sino con el de su bisabuela, Alma Blázquez, una curiosa artesana a la que le habían regalado unos zapatos rojos rubí y que, poco después, al juntarlos accidentalmente mientras se dirigía a la iglesia, la habían transportado a un mundo de fantasía, de ensueño.
Pensé que había muerto y me encontraba en el cielo. Los pájaros cantaban, las flores danzaban, y un pequeño riachuelo me daba la bienvenida creando diminutas columnas de agua que se alzaban para ofrecerme beber. Entonces, apareció ante mí un sendero con azulejos amarillos que me mostraron el camino a seguir.
—¿Has encontrado algo que pueda servirnos? —Daniel se había sentado a su lado tras devorar una de las famosas tortillas de su padre. Ella desconocía su ingrediente secreto