—Es lo menos que puedo hacer; por vosotras, por vuestra madre...
—¿Podría hacernos otro favor? —Valeria esperó a que asintiera para continuar—: Hay varias órdenes de captura que pesan sobre nuestros amigos. ¿Podría ingeniárselas para hacerlas desaparecer?
—Por supuesto. Me pondré a ello de inmediato. —Soltó una exhalación que evidenció su incipiente preocupación—. Imagino que sabréis hacia dónde os dirigís. Las Islas Sin Nombre son salvajes, inexploradas, y cuentan con numerosas leyendas que advierten de su peligro. Necesitaréis toda la ayuda posible. Por eso quiero que os acompañe mi guardiana más fiel.
—¡Ni hablar! No confiamos en los guardianes. Quisieron matarnos.
—Siguiendo unas órdenes poco acertadas. También tengo pensado reunirme con todos los maestros y anular ese decreto. Eliminaré la orden de ejecución que pesa sobre vosotras. Los guardianes deben protección a las descendientes, pero... —hizo una pausa que pesó en su rostro envejecido—, entendedme..., no puedo hacer lo mismo con vuestra hermana.
—Pero, señor Zacarías, Lidia no es mala... —comenzó a explicarle la pequeña.
—Lo entendemos —zanjó Valeria, evitando que la niña prosiguiera con su defensa.
—Entonces, si me permitís, me sentiría más aliviado si Nizhoni os acompañara. Se trata de una de las mejores guardianas a las que he entrenado. Es valiente, leal y la más útil que conozco para la campaña que estáis a punto de empezar. —Valeria torció el gesto, evidenciando su plausible incomodidad—. Hacedme este favor para reparar todo el daño que he causado.
Encaramado al árbol, Coril vigilaba la entrada a la cabaña como un águila de tres ojos, dispuesto a saltar sobre sus presas en cualquier momento. De reojo, advirtió cómo el guardián de la espada se incorporaba despacio sobre una rama al reparar en que un mago joven reunía a unos cuantos soldados justo delante de la puerta por la que habían desaparecido las hermanas. El elfo bufó, arrugó el rostro y le hizo una señal a Nico para que estuviera preparado. A continuación, tensó el arco, dispuso una primera flecha y la dirigió hacia la frente del oficial. Observó entonces cómo los soldados se dispersaban corriendo de un lado para otro, abandonando sus posiciones. ¿Qué demonios estaba sucediendo?
Por fin, divisó a las descendientes. Salían de la cabaña tras los pasos de Zacarías. «Algo va mal. ¿Por qué las expone ante todos? ¿Acaso piensa ejecutarlas ahí mismo?». Estiró aún más el brazo musculado y lo dirigió lentamente hacia el cuello de Zacarías. No iba a fallar; rara vez lo hacía. Solo estaba esperando a que el viejo mago se moviese un poco más a la derecha; ahí, el tiro sería mortal. De pronto, escuchó un suave silbido que lo distrajo. Desplazó su mirada a la izquierda y descubrió a Daniel, que le hacía aspavientos con ambas manos mientras le señalaba a Valeria. Él, sin aflojar la tensión del arco, reparó en que la guerrera mantenía alzados de forma discreta los dedos índice y corazón, formando una extraña V que lo desorientó aún más. ¿Qué clase de mensaje estaban enviándole?
Entonces, se percató de que Nico, mostrando una gran sonrisa, abandonaba su emplazamiento y se dirigía hacia las chicas. Después fue Daniel, quien de un salto se alejó del árbol que lo cobijaba y se acercó con gran seguridad a la cabaña. Él maldijo para sus adentros y volvió a introducir la flecha en el carcaj. No comprendía lo que había ocurrido, pero presenció cómo Zacarías se abrazaba y se despedía de la niña en cuanto vislumbró un ligero carromato aproximarse a su posición.
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