—¿La capa es azul? ¿Como la del príncipe? —Los ojos de Érika se agrandaron hasta parecer dos luceros brillantes—. ¡Él será el que salve a Lidia!
—Érika, aunque a mí me gustaría que fuera así —comenzó a explicarle Daniel—, la capa puede escoger también a una guardiana.
—Eso sería interesante —soltó Nico, dejando escapar una risa perniciosa.
—Bueno, da igual quién sea su dueño, lo importante es encontrarla —Impaciente, Valeria instó al elfo a continuar—: ¿Te dijo dónde la habían escondido?
—No, él no tenía ni idea. —Chasqueó la lengua, disgustado—. Formaron dos equipos para desarrollar el ritual: el primero la hechizó para que permaneciera en el olvido y, el segundo, la ocultó. Fedión no podía indicarme el lugar, pero sí me dejó esto. —Introdujo la mano en su chaleco y extrajo un pequeño pergamino enrollado—. ¡Tengo el hechizo! ¡Por eso necesitaba ver a Bibolum!
—¡Yo soy una maga!
—Lo sé, pequeña, lo sé. Y no sabes lo feliz que me haces. —De pronto, su semblante se ensombreció. Su fugaz alegría se tornó en una profunda desazón y miró a Valeria con ojos serios—. Una vez te dije que yo no conocía a ese guardián y no sabía qué méritos tenía para convertirse en el líder de todos los pueblos. Fedión me aclaró los motivos por los que el Consejo tomó la decisión de ocultarla, y me parecen loables. Los humanos sois emotivos, inestables y, muchas veces, egoístas. Ya había sucedido en el pasado. Un guardián usó su sombrero para enriquecerse en vuestro mundo, para someter y manipular a los suyos. La magia no es infalible, y aunque los objetos busquen a personas honestas, estas cambian al sentir el poder invadir su cuerpo. Igual sucede con los magos, como por desgracia ha sucedido con Lorius. Al fin y al cabo, son su creación. Y, por lo tanto, padecen las mismas debilidades. Si esa capa estuviera ahora en manos de uno de esos guardianes sublevados, habría sido el fin de nuestra existencia. ¿Lo entendéis?
Valeria palideció y se pellizcó el labio inferior, intentando ocultar su creciente ansiedad.
—¿Y cómo sabremos entonces si su destinatario no va a traicionarnos como Ruby y los demás? —Daniel caminaba con las manos enlazadas en la nuca.
—No lo sabemos. Pero, dada la situación, debemos arriesgarnos. Intentar que una descendiente ocupe el trono como están las cosas sería una locura, un suicidio. Lidia ha hecho que seáis odiadas y les ha dado la razón a esos magos melindrosos que pensaban que el plan de rescate no serviría para nada. Nadie confía ahora en vosotras.
Valeria soltó un sentido suspiro que revelaba su profundo malestar. Ella los había arrastrado a todos a ese condenado castillo, proclamando a los cuatro vientos que su hermana era una víctima más de los enrevesados planes del brujo, defendiéndola a capa y espada, anteponiéndola a los intereses del grupo. Y se había equivocado. Incluso cuando dudó de ella, fue incapaz de comunicárselo al resto y los había puesto en peligro. Ahora, sus amigos sufrían las consecuencias, y ella no iba a permitir que todos pagasen su error.
—¿Tú sigues confiando en nosotras? —le preguntó con fiereza.
Coril bajó la barbilla y fingió observar el descuidado pavimento. Le habían arrebatado su hogar en el bosque, habían diseminado la semilla del odio entre los suyos, pero lo que más lamentaba era que lo habían despojado de su honor acusándolo de ser un traidor. Ignoraba si conseguiría recuperar su buen nombre, pero no podía seguir escondiéndose.
—Confío en ti —dijo, mirándola a los ojos— y en este grupo. Habéis regresado, cuando podríais haberos quedado en vuestro mundo para defenderlo de los jinetes. ¡Así que vamos a encontrar esa capa! Pero antes quiero hacerte un juramento, Valeria. Si ese guardián no es digno de ella, le atravesaré el corazón con una de mis flechas. No voy a defender a ningún elegido más por mucho que lo digan las escrituras.
—Lidia no solo te ha decepcionado a ti —dejó escapar ella de sus labios temblorosos.
—Esto no ha acabado —intervino Daniel—. En cuanto le contemos lo que está pasando en la Tierra, se dará cuenta de su error. ¡Lidia no va a dejar que mueran millones de personas!
Valeria admiró su optimismo. Él todavía tenía esperanza. Sus ojos grises parecían más claros que nunca, brillaban, poseían esa chispa de aquel que había recuperado la fe. Recordó su confesión en el oasis: que la había perdido en el desierto cuando fue engullido por la tormenta roja. Y que también fue esa la razón por la cual las defensas que había levantado con su espada se desplomaron sin más. Bien, necesitaban a alguien que mantuviera el espíritu vivo en el equipo, porque el de ella se había apagado. Y, por lo que había comprobado, tampoco el elfo se encontraba en su mejor momento.
Posó la mirada en la pequeña, que le sonreía con sus hermosos ojos verdes, y se alegró por ella. Porque, a pesar de que había contemplado cómo la magia oscura podía corromper un alma noble, seguía creyendo. Érika deseaba con todas sus fuerzas que ese guardián fuese el príncipe azul de su hermana, como en los cuentos, quizá porque ella había sido la primera en advertir que Lidia ya no era Lidia. Sin embargo, Valeria ya no creía en cuentos de hadas.
—Será mejor que le enseñemos a Coril el diario de mamá y ese mapa tan chulo que dibujó —le dijo con ternura.
La pequeña extrajo del interior de la capa el libro de su madre. Plegado, entre sus páginas, se encontraba el plano que con tanto esmero había elaborado poco a poco cada vez que finalizaba uno de sus viajes. Perplejo, Coril elevó las cejas hasta lo indecible mientras los chicos se apresuraban a extenderlo sobre el suelo.
—Creemos que la capa se encuentra en estas islas —continuó ella, señalando su ubicación—. Mi madre estuvo buscándola en sus últimos años. Ella también había descubierto que si ninguna de las descendientes se sentaba en el trono de Silbriar, debía hacerlo el guardián de la capa. Después de nosotras, es el único en grado de desterrar la magia negra de este mundo.
—Y el único capaz de hacerle frente a... una descendiente oscura —añadió Nico, ahogando sus palabras finales.
El elfo se acuclilló y se abstrajo unos segundos, analizando el grupo de manchas que, exultante, Valeria le indicaba. Achicó la vista y luego emitió un gruñido que no podía ser un buen augurio.
—¡Son las malditas Islas Sin Nombre! —exclamó al fin, dejándose caer hacia atrás.
—Claro, las letras que escribió tu madre: ISN —gritó victorioso Daniel.
—Coril, ¿lo de «malditas» lo has dicho en plan metafórico o literal? —Nico mantenía una mueca de disgusto en su rostro.
—Muy pocos osan navegar por sus aguas. Se cree que existen bestias acuáticas y otras criaturas desconocidas pero igual de peligrosas. ¡Tiene sentido! Ocultar la capa en un territorio que ni un loco se atrevería a pisar. Yo no soy un hombre de mar, ni siquiera tengo un barco.
—Pero habrá alguien que haya estado en esas islas que pueda orientarnos. —Valeria rogaba para que encontrase una solución.
—Sí, conozco a un enano con malas pulgas que alardea con la boca bien abierta de sus aventuras en esas islas.
—¡Estupendo!